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Microbio, un cuento de Dante Cabos Yépez

Escribe Dante Cabos Yépez*

No entiendo bien lo que dice el maestro: «Las vitaminas contribuyen a la nutrición del organismo». ¿Qué serán vitaminas?, nunca he visto una vitamina… «el calcio endurece los huesos y permite que los niños crezcan fuertes y sanos». ¿Los huesos?, ¿fuertes?… «los niños que no toman leche viven desnutridos y son raquíticos; es decir, no crecen». Parece que el maestro se dirigiera a mí, yo nunca tomo leche ¿y soy raquítico? ¡Qué palabra tan fea! Ahora, se aprovecharán mis compañeros para gritarme así; me dan ganas de decirle al maestro: «Señor, usted seguro que toma leche porque tiene plata. Yo no tengo ni siquiera casa. Todos mis compañeros de clase se burlan de mí y en este momento, cuando ha dicho “raquítico”, han vuelto la mirada y han sonreído burlonamente al verme confundido; usted lo ha notado y no les ha llamado la atención; usted es amigo de ellos porque toman leche… pero no se enoje, no me vaya a tomar la lección en seguida, como la vez pasada; tengo frío ¿no ve que soy el único de la clase que no tiene medias y que mis zapatos están rotos?… perdone, yo no quería decirle esto, pero me duele que los otros niños me insulten y me peguen, y además yo no sé, no le escucho bien…». No, no le diré nada, que siga con la clase… ya se acerca la hora del recreo… «es necesario pues que consuman mantequilla y huevos en el desayuno para que tengan energías y estudien más». ¿Y los que no comemos eso, no tendremos energías para estudiar? Hoy día solamente he tomado una taza de té y un pan, ¿comerán mantequilla los otros niños? Sí, seguro que sí; son más grandes que yo, más gordos; se ríen de mí y a cada rato me gritan:

–¡Microbio!    

Pero yo no tengo la culpa. Si tuviera familia como ellos, seguro que tomaría leche, mucha leche, a cada rato, sería grande y fuerte y les pegaría a los demás ¿Dónde estarán mis padres? Yo creía que don Carlos era mi padre; siempre había pensado así, mas el otro día… «Yo no soy tu padre… soy tu patrón, no quiero que vuelvas a pedirme plata… ¡Afuera, mocoso!».  No era bueno para ser mi papá, y yo que lo quería a pesar de los latigazos que me daba cada vez que llegaba tarde de la escuela. Chana, la empleada, se enteró de lo sucedido y «no, no, el señor es el patrón… no sabemos nada de tus padres»; pero me habías engañado, Chana… al salir de la cocina donde me hablaste, escuché, despacito, que le decías a la otra empleada: 

–Lo regalaron cuando tenía un año; sus padres no han vuelto más, creo que eran de la sierra…

Y ahora ya tengo doce años, aunque a mis compañeros les digo, enseñando las dos manos, que solamente tengo diez… para que no me fastidien. A pesar de todo me gritan y no quieren jugar fútbol conmigo porque siempre les hago perder; pero yo no tengo la culpa, me canso muy rápido… «En la próxima clase tomaremos examen sobre los alimentos; ahora salgan al recreo y luego forman porque vamos a tallarlos para el desfile».         

La campana ha sonado. Tendrían que comprar una nueva porque cada vez suena menos. Nos van a tallar. Cada maestro va a escoger en su sección a los niños que pasen de un metro veinte. Ahora nos toca a nosotros, los de tercer año de primaria. Yo sé que no alcanzo a la medida, debiera irme, creo que ni siquiera me harán la prueba. El maestro ha señalado un punto en la pared y allí se tallan todos. Ya decía que no me medirían, no se fijan en mí; faltan solamente cinco, todos han pasado la marca, estoy al último; faltan tres, todos grandes… quiero correr, me voy al patio, nadie se dará cuenta en el montón que han hecho para ver medirse al más grande de la clase: «Sansón»; me voy al patio, faltan dos ¿Por qué tiemblo? ¿Por qué soy raquítico? ¿Por qué no soy alto como los demás? quiero irme, quiero irme…             

–¡Falta Microbio!     

Me han descubierto. Todos me rodean y me empujan contra la pared: «No alcanza ni a un metro». «Traigan una carpeta para que se suba». «Que lo alce Sansón». «Raquítico». Y ahora me vienen las lágrimas. El maestro, que estaba riéndose, al verme llorar, los ha reprendido, pero yo sé que es amigo de ellos; quiero correr; los pies están pegados al suelo; mi cabeza ha caído sobre el pecho; las manos ocultan los ojos llorosos; ellos se han dispersado a jugar. Pepe es el último en irse, a un descuido del maestro me ha gritado:

–¡Microbio maricón!            

Pero yo no tengo la culpa. No tengo la culpa.   

Como todas las mañanas, me han levantado temprano para comprar la leche y el pan de los patrones. Tengo frío. Llueve. El invierno es feo; duelen las manos. Las demás personas que se levantan temprano están bien abrigadas. Mi chompa tiene huecos en la espalda y no tengo medias. Chana es la única que me quiere; de noche me abriga con su frazada y me toma la lección. «Tienes que estudiar si quieres ser doctor como el patrón». A mí me gustaría decirle «pero no tengo energías, no como mantequilla y el maestro nos ha dicho…», pero ya sé su respuesta: «¡Zonzo!, estudia nomás, tonterías andan enseñando los maestros».

Otra vez a la escuela. Chana me ha dado a escondidas un pan con queso; ahora sí podré estudiar más. El maestro toma la lección, quisiera salir al frente: «Yo también soy fuerte como usted, mire mi cara, hoy tengo vitaminas». La clase empieza. «Hablaremos ahora acerca de la familia; ustedes saben que hasta los animales viven unidos y con mayor razón los hombres, de allí la importancia de la familia. Todos ustedes tienen una familia porque de lo contrario serían infelices, menos que los seres irracionales». ¿Por qué dice eso el maestro? Todos no tenemos familia, yo no tengo, pero no es mía la culpa… «la familia vive en el hogar». Tampoco tengo hogar, ni padres… pero qué me pasará, cada vez escucho menos cuando hablan las personas, no creo que ellas sean las que hablen más despacio; hoy tengo que esforzarme mucho para entender lo que dice el maestro, y no quiero pedirle que repita porque me fastidiarían los demás. Desde hace varios meses siento como si las voces vinieran de lejos, no será que… «el padre y la madre dirigen el hogar, nos cuidan, nos protegen…».

Lo más lindo de todo son las horas de salida, aunque tenga que llegar a la casa del patrón y aguantar sus gritos. Ya me voy acostumbrando. Pero antes de todo a jugar, a continuar ese partido de fútbol de todos los días. Ahora correré más porque tengo más vitaminas; mañana pediré otra vez queso y Chana me dará porque me quiere.   

Ninguno de los muchachos ha faltado. A estas horas, las doce, la calle se va vaciando y quedamos solos. Jugaremos media hora y gana el que mete el primer gol. La pelota va y viene. Yo daré el triunfo a mi equipo, estoy fuerte; pero no oigo cuando me llaman, noto que mis compañeros se enojan conmigo:         

–Parece que no oyeras, te pedí la bola porque estaba solo…          

«Sí, te escuché, pero…». Cómo explicarles que no oigo bien; además, los gritos de todos me confunden. Pero allí está el balón de nuevo, ahora verán; cruza entre varios muchachos, pasa a la otra calle, si lo cojo…      

No puedo moverme. Mis amigos y un policía me rodean. ¿Por qué tendrán esa cara de asustados? Hay sangre en mi ropa. Parece que hablaran, mueven los labios, no les escucho. Me alzan. Mis ojos se nublan ¡Déjenme! ¡Suéltenme! Quiero ir a la casa del patrón, me pegará si llego tarde, me pegará como el otro día, me pegará…          

La tarde. No ha ido el niño ni a casa, ni a la escuela. La noticia de un accidente se ha regado por todo el pueblo y, a la hora del recreo, los muchachos se aglomeran en torno a Kike, del segundo año; él narra:            

–Le avisamos que venía un carro, pero siguió tras la pelota, lo cogió con el parachoques…     

Dentro del tumulto saltan voces y preguntas tristes, angustiadas, de los chicos de la escuela:            

–¿Quién ha muerto, ah? ¿Quién? 

–¡Microbio!

–¿Cuál?, ¿el mudito?         

–Sí, él…


*Luis Cabos Yépez  /  San Pedro de Lloc, 1937

Abogado, antropólogo y pedagogo egresado de la Universidad Nacional de Trujillo con estudios de posgrado en Chile, Argentina y Bolivia. 

I Premio, Juegos Florales Nor Peruanos (1957); I Premio, Concurso «Espiga de Oro» convocado por el centenario de la provincia de Pacasmayo (1964). 

Ha publicado el poemario Sombras (1957); los libros de ensayos Meditaciones estéticas (1964) y Las ideas marxistas de Vallejo en El tungsteno (1986); además del libro de prosas poéticas Sampedranías (1982). Actualmente ejerce su profesión en el estudio jurídico Cabos Yépez & Abogados Asociados.

Microbio ha sido seleccionado en el libro Cuento liberteño / Panorama actual 1 de Carlos Santa María.