Al mundo de las letras lo remeció un silencio este 13 de abril de 2025. Mario Vargas Llosa, el último gigante del Boom Latinoamericano, el escritor que convirtió la palabra en un acto de rebeldía, ha fallecido a los 89 años en la intimidad de su hogar, rodeado del amor familiar que siempre atesoró.
Sus hijos —Álvaro, Gonzalo y Morgana— anunciaron la partida del Nobel con un comunicado que equilibra el dolor con la celebración de una vida «larga, múltiple y fructífera», como solo podía ser la de quien dedicó siete décadas a desentrañar las contradicciones humanas.
Cuando la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura en 2010, no solo premiaba al autor de obras monumentales como La casa verde, La ciudad y los perros o La fiesta del Chivo, sino al «cartógrafo de las estructuras del poder y agudo indagador de la resistencia individual», en palabras del comité.

Peter Englund, entonces secretario permanente de la Academia, destacó que Vargas Llosa había sido elegido por su «capacidad para mapear los mecanismos del poder con una agudeza casi quirúrgica», y por «su defensa inquebrantable de la libertad como valor literario y humano».
El discurso de aceptación del Nobel, titulado «Elogio de la lectura y la ficción», condensó su credo: «La literatura es fuego, es subversión, es la mentira que nos hace descubrir verdades».
Una filosofía que aplicó tanto al denunciar las dictaduras en sus novelas como al defender el liberalismo en sus ensayos, siempre con la misma pasión combativa.
Vargas Llosa: el escritor que nunca dejó de luchar
Desde aquel niño que descubrió la literatura como refugio en Piura hasta el intelectual global que dialogaba con igual soltura sobre Flaubert y la política latinoamericana, Vargas Llosa encarnó la idea renacentista del hombre de letras como actor social.
Su vida fue un manifiesto en movimiento: el joven marxista que evolucionó hacia el liberalismo, el candidato presidencial que perdió contra Fujimori pero ganó una tribuna más duradera, el polemista que discutió con García Márquez y defendió a los disidentes cubanos con la misma vehemencia.

Formó parte del Boom Latinoamericano, fue un fenómeno literario y editorial que se desarrolló entre los años 1960 y 1970. Se caracterizó por la creación y distribución de obras literarias escritas en América Latina.
Sus representantes más notorios fueron Gabriel García Márquez (Colombia), Julio Cortázar (Argentina), Carlos Fuentes (México) y Mario Vargas Llosa (Perú).
Vargas Llosa: un legado sin ataúd
Como él ordenó, no habrá funeral público. Sus restos serán cremados en privado, pero su obra —traducida a 40 idiomas— ya es un monumento vivo.
Mientras el Perú (ese país que tanto lo inspiró y lo desveló) enfrenta lluvias intensas según el Senamhi, una certeza flota en el aire: Vargas Llosa no se ha ido.
Desde aquel niño que descubrió la literatura como refugio en Piura hasta el intelectual global que dialogaba con igual soltura sobre Flaubert y la política latinoamericana, Vargas Llosa encarnó la idea renacentista del hombre de letras como actor social.
Sigue en las aulas donde se analiza Conversación en La Catedral, en los lectores que descubren por primera vez el laberinto de La casa verde, en cada joven que entiende, gracias a él, que la literatura no es un pasatiempo, sino una forma de libertad.
La Academia Sueca tenía razón: este era el escritor que nuestro tiempo necesitaba. No solo por su genio narrativo, sino porque demostró, hasta el final, que las palabras bien elegidas pueden ser tan poderosas como los ejércitos.
Hoy, cuando las librerías del planeta se llenan de flores virtuales, queda claro que su verdadero epitafio ya estaba escrito: «Escribo para que lo imposible sea menos improbable». Y vaya si lo logró.


