Antes de que amanezca, la ciudad ha despertado en la inmediaciones del óvalo La Rinconada, de Trujillo. En su mayoría mujeres, decenas de comerciantes se acomodan milimétricamente para ofrecer productos de todo tipo: ropa, calzado, juguetes, herramientas de construcción; entre otros. Aquí el marketing arraiga una costumbre popular: la compra y venta de artículos usados.
Fotorreportaje: Trujillo y sus ‘cachinas‘
La informalidad laboral en Perú alcanzó el 71.9 % en el trimestre marzo-mayo de 2024, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). En Trujillo, uno de los focos más notorios de esta situación son las “cachinas”, en donde varias personas trabajan sin regulación ni protección legal.
Las denominadas “cachinas”, son espacios del comercio informal e itinerante que, a la sombra de la regulación, es una de las formas de autoempleo y subempleo informal que sirve de sostén a cientos de hogares. Aquí impera la ley de la pobreza monetaria.
Santos Fabian, labora en la cachina de La Rinconada desde hace 15 años. Asegura que ha logrado prosperar gracias a la venta de ropa de segunda mano, lo que le ha permitido pagar los estudios universitarios de su hijo. “Gano entre 60 a 90 soles diarios para la sustentación de mi hogar”, cuenta, con la esperanza de seguir adelante y mejorar su calidad de vida.
También explica, con experticia de marketera, que desde las seis de la mañana sus compañeros de calle colocan meticulosamente los objetos que buscan vender, organizándolos de manera estratégica para atraer a los clientes que transitan por las estrechas veredas.
“Cada vendedor informal tiene su sitio establecido, cuidadosamente elegido por su visibilidad o proximidad a áreas concurridas, maximizando así sus posibilidades de venta”.
Jesús Román Bocanegra, del área de imagen del Servicio de Gestión Ambiental de Trujillo (SEGAT), comenta que “la falta de regulación del trabajo informal en las cachinas genera desorden y acumulación de basura en las calles”.
“Este descontrol no solo afecta la estética urbana, sino que también representa un riesgo constante para las personas que transitan en esos espacios ante desastres y accidentes debido al bloqueo de gran parte de las pistas con productos de los trabajadores informales”.
Los productos que venden los trabajadores de las “cachinas” reciben aceptación de los clientes, porque están más al alcance económico de la mayoría de peruanos. “Lo que incentiva aún más la proliferación de estas actividades informales, como la venta de productos usados en triciclos que transitan por las cachinas”, explica Bocanegra.
Según la Ley N° 28976, Ley Marco de Licencia de Funcionamiento, todos los establecimientos comerciales deben cumplir con ciertos estándares de seguridad y salubridad, algo que claramente no se observa en las “cachinas”.
Jacquelyne Reyes, Operadora de la Gerencia de Gestión de Riesgos y Defensa Civil de la Municipalidad Provincial de Trujillo, señala que “la regulación del trabajo informal en las cachinas enfrenta una notable resistencia administrativa. Este desafío radica en la complejidad de gestionar un sector económico extremadamente diverso y crucial para el sustento de familias en condición de pobreza”.
“Cualquier intento de regulación debe considerar no solo la necesidad de orden y seguridad, sino también el impacto socioeconómico en una población vulnerable que depende de estos ingresos para su supervivencia diaria“, explica Reyes.
Las “cachinas” también son una manifestación de la informalidad económica. Los investigadores Ortíz y Uribe, explican que “la informalidad económica es a causa de la inestabilidad laboral y económica donde se siente la ausencia de prestaciones económicas por parte del Estado, donde la baja productividad acarrea a las personas a trabajar en una economía informal donde sus ganancias sobrepasan a la remuneración de la canasta básica”.
En Trujillo, la “cachina” mas icónica es el pasaje Albarracín (ex-Tacora) y alrededores que pertenecen al populoso Barrio Chicago. Aquí la definición del término sintoniza con la perspectiva de la lingüista Martha Hildebrandt: “lugares de venta informal de artículos usados o robados, establecimientos a los que muchos peruanos acuden día a día”.
La falta de regulación no solo perpetúa el desorden y los riesgos asociados, sino que también refleja un problema más profundo: la dificultad de integrar a estos trabajadores informales en un marco económico formal sin perjudicar sus medios de vida. Es esencial encontrar un equilibrio que permita mejorar las condiciones de trabajo y seguridad en las cachinas, sin comprometer el sustento de quienes dependen de este sector para subsistir.
Por: Joseph Miñano Reyes.