A través de mi hijo he podido conocer, de manera directa y permanente, el plan de estudios establecido por nuestro Ministerio de Educación y los burócratas que lo constituye, implantado ya desde hace varios años y, la verdad, con pena, enojo y frustración, constato el bajo nivel de exigencia y contenido que el futuro de nuestro país debe sufrir día a día, sentados en una carpeta, asimilando una educación creada, solamente, para mantenerlos en una ensimismada ignorancia.
La educación en el Perú
El problema no es el profesor o la institución escolar que, en la mayoría de los casos, brindan su mejor esfuerzo por transmitir conocimientos, pero, limitados por una estructura educativa que sólo conduce al fracaso absoluto y a un devenir incierto.

El cerebro de un niño promedio de entre 7 años a más es una tabula rasa, una esponja ávida de llenarse conocimientos, cultura, herramientas que le permitan crecer como ser humano y conocer su realidad para enfrentarla, cuestionarla y cambiarla; sin embargo, hoy se han dedicado a estimular las “habilidades blandas” adoctrinándolos con teorías imbuidas de una psicología que ha generado hombres y mujeres de cristal, más preocupados por crearles un mundo feliz e irreal, un paraíso terrenal que no existe, una tratando de crear una sociedad perfecta, pero, al primer tropiezo o escollo que encuentran en el espinoso y sinuoso camino que es la vida, se desvanecen como castillo de naipes sufriendo frustraciones y ansiedad.

Educando para la ignorancia
Al caer todo el peso de la educación en ítems que deben ser tangenciales o circunscritos a determinado grupo etario, se han dejado de lado el aprendizaje de temas de suma importancia para el desarrollo cultural, intelectual y mental de nuestros niños.
Se han dejado de lado cursos importantísimos como historia – sea nacional o universal – geografía, educación cívica, filosofía, literatura, entre otros, vulnerando el derecho de cada niño a obtener una educación de calidad, que satisfaga sus ansias de conocimiento, que los desvíe de la tecnología que los abruma y absorbe, enseñar con hechos reales a pensar, cuestionar, indagar, reclamar, protestar, analizar y concluir.

Esta debe ser la real educación que deben recibir nuestros niños, crearles el carácter suficiente para afrontar nuestra realidad y cambiarla, reestructurarla, no para crear un paraíso inexistente o imposible, sino para mejorar, lo más posible, el mundo actual, nuestro país que se desangra día a día con autoridades que sólo buscan más poder y dinero.
El gran historiados Arnold Toynbee decía que un país que no conoce su historia está condenado a repetirla, una y otra vez, como nuestro caso. Somo una sociedad frustrada, reprimida y acomplejada por que nos han contado una historia que no es cierta, una historia acomplejante como decía María Rostorowski.
Una educación estructurada para crea borregos que sigan al líder, sin pensar ni cuestionar, que cumplan su función dentro de este engranaje malévolo en que se ha convertido nuestra golpeada y fragmentada sociedad. No se alimenta el intelecto, sólo las emociones y el adoctrinamiento.
Prohibido pensar, mucho menos opinar, la censura campea a sus anchas en los claustros escolares y universitarios, cuando debería ser todo lo contrario, se han olvidado que la educación es la luz en la oscuridad, el agua para la vida, es el rocío de cada amanecer.
Durante años ha sido así y seguirá siendo así mientras el objetivo de la educación sea mantener una sociedad ignorante, esto debe terminar o el último en salir, que apague la luz.
Abogado constitucionalista




