Muchos de los primeros descubrimientos musicales que tuve se dieron en el colegio, sobre todo en el rock. Fueron los años del new metal de Korn, Limp Bizkit, Deftones, Kittie, Slipknot, Linkin Park; fueron años de música raraza, música bravaza, como Radiohead, Portishead, Björk, Lauryn Hill, UNKLE, entre otros.
Fueron años de mis primeros acercamientos a la fusión, pero no tan profunda como cuando empecé a trabajar en las mil y una cosas que hice o como cuando llegué a la universidad.
Fueron años de rock, sobre todo, fueron años del rock peruano y rock hecho en Perú (punto que en algún momento profundizaré) de Libido, Mar de Copas, Los Mojarras, Madre Matilda, La Sarita, La Raza, Índigo, Campo de Almas, entre otros, que llegaban a mis oídos por medio de los benditos casetes y una que otra radio que hacía la buena acción del día poniendo algunos de los temas que estaban de moda de estas bandas.
Y entre todas ellas, siempre tuve una que me gustó desde el principio, tanto por las sombras de sus temas, como por la pegada mediodepre/sin/ser/emo que estaba buscando: Dolores Delirio, y viajar en su música es una de las cosas que hasta ahora hago. Pero comparto el principio de mi primera búsqueda.
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Dolores Delirio comenzó su trayectoria musical con el Cero (1995), con el gran y recordado Jeffrey Parra en la guitarra, Josué Vásquez en la batería, José Inoñán en el bajo y Ricardo Brenneisen en la voz, emblemática voz que todos sabemos reconocer.
Para el 97 sacan su segundo disco, Dolores Delirio, grabado íntegramente en vivo y que sería el espaldarazo necesario que la banda estaba buscando, hasta que en el 98, la partida de Jeffrey detiene un poco las cosas.
Pero el 99, con una fuerza que marca un antes y un después en la banda, sacan el que es para mí el mejor de todos sus trabajos: Uña y carne, un conjunto de grabaciones en vivo como también versiones inéditas de varios temas, algunos remix y exploraciones acústicas recontra bacanes.
Ese mismo año sale el que para muchos es el mejor vídeo de rock peruano de todos los tiempos: Aprendizaje, con un concepto recontra locazo, con imágenes bien extrañas y un surrealismo que de seguro ahora extraña el buen Percy Céspedez, quien ha caído en la monotonía de hacer vídeos muy semejantes unos de otros, con la banda tocando y la cámara enfocándolos. Esperamos regrese la magia de este director.
Regreso. Luego llegó el Raíz (2000), muy buen disco de la banda, dando paso a un silencio y posterior retiro de dos miembros fundadores. Vinieron después algunas aproximaciones, pero siento que la cosa no pasó a mayores. He seguido a Dolores con interés hasta Plástico divino (2008), y a Ricardo en su disco Fauzto (2002), pero si me quedo con una etapa, es la que crean, imaginan, transforman, hasta su disco Raíz, nada más.
Lo que ha llegado luego, a mi parecer y espero no me odien por comentarlo, no ha dado la talla, pero seguimos siendo hinchas. Y con ello el recuerdo de todo principio.
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Lo primero que llegó de esta bandaza a mis manos fue el emblemático Uña y carne (1999), en un bonito cassette con su sello respectivo tipo sticker (de Iempsa, creo) que certificaba su originalidad.
Por cierto, el cassette no era mío, sino que se lo había prestado a mi hermana (y sí, mi hermana es una de las personas con las cuales comparto muchas de las pasiones artísticas que mueven mis días y con quien puedo pasar horas de horas hablando de libros, películas, series y demás. ¡Soy su hincha!) una de sus amigas del colegio que también gustaba de la música caleta, under, bravaza.
Recuerdo que en casa teníamos un pequeño equipo de sonido, negro, marca Sony, que permitía reproducir y también grabar canciones, que los de mi generación sabrán que era una locura porque cuando querías grabar un tema de la radio esperabas a que el bendito locutor no se metiera con algunos de sus saludos o slogan de media hora y fregase la entrada por la cual luego tenías que borrar todo para esperar el momento indicado para intentar realizar nuevamente esa acción: solo para valientes, para personas pacientes y decididas, no como ahora que solo pones un click y ya, te bajaste el disco completo. ¡Nada como en mis épocas!
Vuelvo. La cosa es que recuerdo que una tarde junto con mi hermana pusimos el cassette y fue una experiencia loquísima: dejamos discurrir uno a uno los temas, dejamos que los conocidos como Carmen o Aprendizaje nos envolvieran moviendo la cabeza y coreando como si estuviéramos ahí mismo, en un concierto, pasándola mejor que bien. Así de sencillo, así de hermoso.
Recuerdo que repetí el cassette un montón de veces, me aprendí varias letras esa misma tarde, disfruté del Vértigo que luego he aprendido a controlar, lo mismo que a dejarme llevar por la levedad del tema Dame (el que más me gusta del todo), como quien entra en un aroma de nubes y se pierde flotando hacia una distancia imposible y lejana, mientras repican en las entrañas unas ganas de cerrar los ojos y no sentir nada, absolutamente nada, solo ecos, nada más.
En Juramento sentir que alguien te observa, sentir que alguien acecha desde las sombras y sabe de tus pasos convertidos con dedicación en olvido. Timidez (5 ½ a.m.) es un viaje terrible, una guitarra rasposa que duele, unos golpes que retumban mientras el lamento de la voz nos invade y deja llevar como quien se pierde en medio de un parque oscuro y sin razón. ¡Viajesazo! Con A Solas (remix) provocar el baile, saltar, alimentar las fauces de sus pupilas mientras el algo destila su turbia saliva. “¿Y los demás temas?” Siempre están ahí, siempre acompañan.
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Mientras me soplo el disco una y otra vez en esta noche, reconociendo que siempre quise escribir algo muy personal sobre esta banda que ha dibujado mis primeras experiencias musicales, cierro con este recuerdo, con este lienzo por evocar: para el 2003 (o 2004, la memoria falla), Dolores Delirio llegó a Trujillo a dar un concierto en la explanada interior de la UCV, y en una nomás, mi hermana y yo compramos las entradas, teníamos que ir sí o sí, y ya.
Recuerdo que el día que las compré, los integrantes de la banda estuvieron ahí, en la universidad, y yo, que era un joven curioso y emocionado, los saludé y pedí a Ricardo me firmase un dibujo que llevaba en mi mochila (sí, mis años universitarios, saliendo de clases para ir a comprar las entradas), intercambiar unas cuantas palabras y sentirme feliz.
El día del concierto fue una noche llena de magia, de saltar, de pogear, de corear cada tema y ver que la gente sonreía y era feliz, éramos felices. Recuerdo que toda la noche, al llegar a casa todo emocionado, soñé con el concierto, lo recuerdo claro, y de ello varios años, a poco de ser veinte tal vez, pero cada que esto viene a mi mente, siento una alegría infinita que no cabe en el viento, en el tiempo, en el corazón. Punto.