El diccionario y yo nunca hemos sido mejores amigos. Desde la primaria, oigo decir a mis profesores del área de Comunicación que un diccionario amplía el vocabulario, fortalece la comprensión de textos e incrementa el nivel de la calidad ortográfica.
Quien se rehúse a utilizarlo, es decir, a consultarle, por lo menos, una palabra diaria, no superará la pobreza léxica. Por eso, se ha ganado a pulso el nombre de “mataburros”.
Es labor de cada estudiante hacerle frente con una crítica que pueda desbaratar su uso. La mía fue el inmediatismo cibernético: si tengo dudas de cómo escribir una palabra o desconozco su significado, la busco en internet o, para ser más específico, en la página web de la Real Academia Española (RAE). Simple. Como sabemos, hoy es una alternativa viable.
Sin embargo, la verdadera réplica me tocaría contestarla cuando, con el paso de los años, asumí el rol de profesor en la I. E. Abraham Lincoln (Trujillo).
Sucede que una alumna se había percatado de un posible sexismo en el diccionario al preferirse el género masculino por encima del femenino cuando, entre los dos géneros, se escogía al primero. Descubrir entre sus páginas qué significa “niño” en vez de “niña”, por ejemplo.
Lo explico de otra manera. En el diccionario, los términos se distribuyen por orden alfabético, esto es, se posicionan primero las palabras que llevan la inicial “a”, luego la “b”, después la “c”, etcétera; de modo que resulta ilógico y sexista que los vocablos que gozan de dos géneros, como “niño” y “niña”, prioricen la “o” por encima de la letra “a”.
El siguiente ejemplo es el resultado de mi búsqueda en el portal web de la RAE: “niño, ña. Que está en la niñez”.
Para mi alumna, la forma correcta debiera ser “niña, ño” porque, a su parecer, es más objetivo, más alfabético, menos sexista. ¿Y no se equivoca?
En realidad ¿este criterio de orden en el diccionario es sexista? Antes de seguir, es menester diferenciar dos clases de sustantivos, debido a que nuestro análisis se centrará de preferencia en esta categoría gramatical.
Por un lado, los sustantivos comunes de dos son aquellos sustantivos donde el género está determinado por el artículo (el, la, los, las) que lo antecede (p. ej. el artista, la artista).
En cambio, los sustantivos de doble forma son aquellos sustantivos donde el género se define en el morfema flexivo de la terminación (p. ej. el juez, la jueza). Justamente, el punto de controversia lo encontramos en este último sustantivo.
Ahora que hemos direccionado el foco de atención en una clase de sustantivo ya solo falta dar respuesta a la pregunta ¿a qué se debe la preferencia por el género masculino en los sustantivos de doble forma?
Reconozcamos que la observación de mi alumna es importantísima y su razonamiento lógicamente válido. Al final de cuentas, si el diccionario se ordena alfabéticamente, pues es contradictorio que “niña” vaya después de “niño” en el ejemplo “niño, ña”; en efecto, todos sabemos cuál es la primera letra del abecedario.
No obstante, las autoridades de la Academia no solo han considerado un criterio alfabético, sino también, digamos, criterios de distinción y explicación.
Aunque no lo parezca, ese “ña” que se ubica luego de “niño” nos ofrece varias informaciones, entre ellas, que la palabra “niño” posee dos géneros, que dicho sustantivo es de doble forma, que “niña” no es un término diferente a “niño”.
Citemos otro ejemplo. Si buscamos en el diccionario “caballo”, nos daremos cuenta de que no le sigue “lla”; esto quiere decir que tal sustantivo no es de doble forma, que el femenino no es “caballa” y que hay la probabilidad de que exista un nombre diferente a “caballo” en otra parte del diccionario.
De hecho, el femenino de “caballo” es “yegua”, no “caballa”, pero “caballa” sí existe en otra parte del diccionario con distinta acepción. Significa “pez teleósteo”.
No solo eso. Contrariamente, si consultamos qué significa “yegua”, jamás hallaremos “yeguo” porque dicho vocablo no existe.
Retomando el caso de “niño, ña”, aún sigue sin respuesta por qué se prefiere “niño” por encima de “niña” si (siguiendo los mismos criterios) el orden de los factores no altera el producto.
Diremos que la forma canónica de nuestra tradición lingüística nos indica que en la letra “o” se simplifican género y número, pues de “niño” se obtiene “niña”, “niños” y “niñas”. Cuatro formas que deberían plasmarse en el diccionario, pero que, por costumbre y economía del lenguaje, se evitan con justa razón.
¿Esto podría cambiar? Desde luego, pero consideremos que la costumbre y el habla son tan legítimos como un grupo de intelectualoides craneando en cuatro paredes cómo hacer del español un idioma más empático.