Carlos Santa María repite, tantas veces, que el puñado de cuentos de Once liberteño (Nectandra Ediciones) es el resultado de su gusto, de su parecer, de su estética por esas creaciones a las que el escritor argentino Ricardo Piglia define como textos que siempre cuentan dos historias: una principal, visible y evidente, y otra secreta que se desarrolla de manera oculta.
Todo selección es arbitraria por definición. Es el resultado de la subjetividad y la impronta. Sin embargo, el nuevo trabajo de Santa María no es caprichoso, sino el resultado de una mirada cultivada, estilizada, cincelada.
El arte, como todo en la vida, necesita de faros, y Once liberteño es una hoja de ruta necesaria para caminar por la importante producción cuentística que se desarrolla —o siempre se ha desarrollado— en La Libertad, tierra de poetas.
¿Qué tipo de libro es Once liberteño?
—Es lo más cercano que he hecho a una antología porque ha sido una selección —bajo un criterio más riguroso— de los mejores cuentos, en mi opinión, desde 1964 hasta la actualidad. Se evidencian temáticas diversas, porque la literatura de La Libertad es diversa, ya que tenemos las tres regiones. Hay cuentos andinos, fantásticos, juveniles, decimonónicos (casi de la Colonia), preincas y otros que tienen que ver con taras, como la corrupción, la delincuencia; es superdiversa y de bastante calidad. Hay varios Copes (bienal nacional de cuento) de oro, y está considerado el texto con el que Eduardo Gonzales Viaña gana el Juan Rulfo (concurso internacional de cuento). En el Perú, solo él y Ribeyro lo han ganado.
Todo selección es arbitraria por definición. Es el resultado de la subjetividad y la impronta. Sin embargo, el nuevo trabajo de Santa María no es caprichoso, sino el resultado de una mirada cultivada, estilizada, cincelada.
Más allá de la temática, Carlos, ¿qué otro criterio se evidencia en la selección?
—El principal criterio, para cualquier seleccionador, es la calidad, eso no se negocia. Quería que los cuentos sean buenos y, propiamente eso, cuentos. Que no se trate de relatos anecdóticos que basan todo su peso en lo simpática que puede ser una historia. El cuento no pone todo el peso en una historia, sino que usa esa historia para hablar de otra cosa, de una historia oculta, que muchas veces no la dice, pero la insinúa. Yo quería que las historias tengan ese peso, que sean cuentos bien cuajados, que cuando los releas, les encuentres nuevas cosas, un dato más que lo puedas saborear.

En qué lugar se ubica el cuento liberteño en el escenario de la literatura peruana e internacional. ¿Le debemos envidiar algo a Lima?
—La pregunta es un poco hiperbólica para conmigo porque yo no soy un conocedor de lo que es la cuentística internacional. Tengo, sí, algunos gustos, preferencias; pero estoy lejos de ser un enciclopédico o algo parecido. Sin embargo, en el ámbito nacional, sí considero que la cuentística liberteña, no es que goce ahora, ha gozado desde siempre de buena salud, y está a la par de cualquier cuentista del Perú. Yo no entiendo bien la dicotomía que se plantea de Lima-provincias. Si hacemos un repaso por la historia de la literatura peruana, muchas de sus figuras no han sido de la capital. Piensa desde Garcilaso, pasa por Vallejo, por Alegría, Arguedas, el mismo Watanabe. Creo que estamos a la par de cualquier parte del Perú, pero no creo que eso sea tampoco un mérito.
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La narrativa liberteña vive un buen momento. Hay nuevas voces. Sin embargo, La Libertad, es tierra de poetas. ¿Cuál es tu reflexión?
—La Libertad sigue siendo tierra de poetas, solo que se le ha sumado, ahora, una camada de narradores bastante importante. Acá nació Vallejo, también Watanabe, Romualdo… digamos que es como una cantera, una tradición, una herencia, y ahora mismo se está presentando una generación poética muy potente de mujeres de 40 y 50 años. Está Esmeralda Cueva, Gloria Portugal, Victoria Larco, Andrea Cruzado; Denisse Vega, Julia Wong (fallecida). Creo que no se les ha visto con demasiada atención; pero así como la narrativa, la lírica femenina vive un excelente momento.

Trujillo y la antología de cuentos
¿Cuál la función de un libro de carácter antológico? ¿Acercar al lector a la obra mayor de los autores? ¿Fijar cánones literarios? ¿Agigantar vanidades (de los elegidos) o encender la furia (en los no considerado)?
—Yo trabajo con colegios y, generalmente, tengo que orientar alguna de las publicaciones a las necesidades de los alumnos; pero esta antología está pensada, enteramente, en mi criterio y gusto personal, no en si al público le guste. Simplemente, pensé en cuáles eran los mejores cuentos, ese fue el único sentido, no inflamar egos, no se me ocurrió, la verdad.
Replanteo la pregunta, ¿para qué sirve una antología? A mí me sirve como punto de partida para zambullirme en la obra de un autor.
—Tal cual; ampliar el abanico de preferencias de los lectores. Por ejemplo, de Carlos Tataje no se conoce su narrativa y él ha sacado un par Copes de Plata. Él tiene un libro de cuentos que se llama Así pasa la gloria, que circula solo en Word. No se le conocen sus escritos. Pierre (Castro), también, con el cuento que gana el Cope Plata, El río, lo ha publicado más que Petroperú. Entonces, la idea es difundir; pero a partir de las obras que están más cuajadas, en mi opinión, siempre subrayando eso.