El bar que más extrañó Gabriel García Márquez fue creado por un odontólogo con más fama de cazador que de extractor de dientes ajenos.
El lugar que más extrañó el hijo predilecto de Colombia está en Barranquilla y tiene nombre de refugio de animales.
Allí se embriagó, conversó, vivió momentos de felicidad intensa con amigos, concibió ideas que después se convirtieron en literatura sublime y celebró su matrimonio con el amor de toda su vida: Mercedes Barcha.
El establecimiento que más evocó el Premio Nobel tiene más de 70 años de vida, recibe a sus visitantes con un piso lleno de huellas de pisadas de elefante y un cartel que advierte “Aquí nadie tiene la razón”.
En sus inicios el dueño publicó en una revista el siguiente mensaje: “Señora, si no quiere perder a su marido, no lo deje ir a La Cueva. Centro de Intelectuales y Cazadores”.
Allí se embriagó, conversó, vivió momentos de felicidad intensa con amigos, concibió ideas que después se convirtieron en literatura sublime y celebró su matrimonio con el amor de toda su vida: Mercedes Barcha.
La Cueva tiene el nombre bien puesto. Es como el niño que bautizaron Domingo, porque nació ese día.
Primero fue espacio de reunión de los más experimentados cazadores de Barranquilla, luego refugio de médicos, ingenieros, poetas, periodistas, economistas e intelectuales de toda índole.
La Cueva es inclasificable
El lugar no tiene clasificación. Puede ser un bar, un centro de baile, un lugar de conferencias, un estudio de radio, un restaurante, la sede de una fundación, una sala de exposición, un refugio de cazadores y un caldo de cultivo para escritores, pintores y cineastas.
La Cueva, ubicada en la esquina de la calle 20 de Julio con Carretera 59, en el barrio Boston de la caribeña Barranquilla, es eso y muchas cosas más.
Gabriel García Márquez siempre quiso estar en ese bar. En 1972, cuando ganó el premio Rómulo Gallegos, le preguntaron dónde quería estar en ese momento de felicidad plena.
“En La Cueva bebiendo con mis amigos en Barranquilla”, respondió. Gabito –como lo llaman los colombianos– fue el relacionista público más eficiente del local.

El Grupo Barranquilla, del que formó parte, se reunía aquí. El colectivo, integrado, además por Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas entre otros tenía como padre espiritual al erudito, escritor y dramaturgo catalán Ramón Vinyes quien, entre otras cosas, le recomendó a García Márquez no utilizar el nombre de Barranquilla para Cien Años de Soledad.
Después del consejo, Gabito pensó en Macondo.
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La Cueva fue fundada en 1954 por Eduardo Vilá Fuenmayor. Ese mismo año, García Márquez sale de Barranquilla e inicia su periplo de la nostalgia que lo llevó a recorrer medio mundo.
La distancia física de sus amigos fue parte del precio que pagó a la vida por dedicarse a construir su monumental obra literaria.
La Cueva no era un bar cualquiera. Era el lugar perfecto para hablar sobre todos los temas y para gestar locuras, como hacer una película, escribir una novela o pintar un cuadro.

La música siempre estuvo de fondo porque lo más importante era conversar y mamar gallo (burlarse, fastidiar).
Gabito estuvo en La Cueva tres o cuatro veces. Cada vez que visitó Barranquilla fue al bar obligado por el corazón.
En la lejanía sabía que sus amigos se reunían allí, por eso lo extrañaba y lo sentía como suyo. La distancia fue viento, pero no apagó el fuego del recuerdo; lo hizo más grande.
“El día que piense radicarme definitivamente en alguna parte, le escribiré al maestro Vilá, en Barranquilla, para que me reserve un sitio de por vida en La Cueva”, expresó en una oportunidad.
En la década del 70, la taberna se convirtió en un club privado. La familia Char, una de las más ricas de Colombia, dueña del club Junior de Barranquilla, la adquirió.
La Cueva no era un bar cualquiera. Era el lugar perfecto para hablar sobre todos los temas y para gestar locuras como hacer una película, escribir una novela o pintar un cuadro.
En el 2000, el periodista Heriberto Fiorillo escribió La Cueva. Crónica del Grupo Barranquilla (Planeta 2002) donde relata la época de esplendor en la vida literaria y artística de la ciudad colombiana.
El efecto principal de la publicación llegó cuando la familia Char le dio a Fiorillo La Cueva en sesión de uso.
El periodista tocó puertas. El Ministerio de Cultura y empresas privadas de Barranquilla, Medellín y Bogotá abrieron y dijeron “presente”.
Con su aporte económico se creó la Fundación La Cueva, que ha hecho del lugar que tanto extrañó García Márquez un culto al buen gusto y al realismo mágico.
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La Cueva recibe a los visitantes con unas enormes pisadas de elefante. Desde la vereda, pasando por el corredor, hasta la puerta principal, el piso es alterado por cristales que cubren las huellas del paquidermo.
Los rastros del animal son el recuerdo de uno de los episodios más curiosos de toda la historia del bar.
Una madrugada, el propietario Eduardo Vilá no quiso abrirle la puerta a su amigo Alejandro Obregón, para muchos el mejor pintor de Colombia, por encima de Botero.
El artista insistía. Quería tomarse unas copas con él. El dueño se negaba detrás de la puerta. Era demasiado tarde.
Desencantado, Obregón miró la calle y se percató de la carpa de un circo instalada en la esquina. Convenció –con dinero– al domador para que sacara al elefante.
En La Cueva, Vilá recobraba el sueño cuando escuchó golpes secos y repetidos. Algo sacudía con violencia la puerta. Cogió su rifle de cacería. Abrió la puerta por completo y apuntó.
Con una sonrisa de oreja a oreja y cogido de la trompa del elefante, Obregón le dijo “¿no que no me ibas a abrir?, y le extendió la botella de whisky.
El periodista Fiorillo, quien nos cuenta esta historia, afirma, entre carcajadas, que los cuatro bebieron hasta el amanecer. Es decir, Vilá, Obregón, el domador y el elefante.
La Cueva de hoy
La Cueva moderna tiene seis ambientes: el callejón de los amigos, el salón Luis Vinces, el restaurante, el bar, la terraza y el reservado.
Existe una colección de fotos impresionante. En una ella, un joven Gabito con un ralo bigote y tamborileando la mesa está al lado del más grande compositor de vallenatos, Rafael Escalona.
García Márquez ha sostenido que el músico es el hombre a quien más admira en la vida. “Yo quiero ser como Rafael Escalona”, dijo alguna.

La imagen fue captada cuando cantaba una de las composiciones de Escalona, quien confirmó que el premio Nobel tenía una excelente voz para las canciones colombianas.
Años después de su publicación, Gabito consideró que Cien Años de Soledad es un vallenato de más de 300 páginas.
La Cueva de antaño era un lugar reservado para los varones. Alejandro Obregón pintó con mucha nostalgia el mural La mujer de mis sueños para menguar la ausencia femenina. La obra fue protagonista de otra historia singular.
En una noche de tragos y felicidad plena, su autor le jugó una broma demasiado pesada al cazador Toto Movilla. Algunos entendidos sostienen que Obregón aprovechó que Movilla se fue al baño y llenó con orina el vaso de este.
Cuando regresó, Movilla tomó un sorbo del pis del pintor, quien estalló de risa. El cazador cogió su carabina y disparó dos tiros contra La mujer de mis sueños. Obregón se negó a restaurar su trabajo. “Ahora esos tiros forman parte del cuadro”, justificó.
El diamante más grande del mundo

También existe el arcón de hielo donde los visitantes –en especial los niños– posan sus manos y piden deseos. El artefacto es el mismo que describe García Márquez en las primeras páginas de Cien Años de Soledad.
“Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo (…) Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente (…) es el diamante más grande del mundo. No –corrigió el gitano– es hielo. (…) Sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la apartó. “Cinco reales más para tocarlo”, dijo. (…) pagó y entonces puso la mano sobre el hielo (…) sin saber qué decir pagó otros diez reales para que sus hijos vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo. Aureliano, en cambio, dio un paso hacia delante. “Está hirviendo”, exclamó asustado. Pero su padre no le prestó atención (…) y con la mano puesta en el témpano como expresando un testimonio sobre el texto sagrado exclamó: “¡es el gran invento de nuestro tiempo!”.
@netflixes ¿Estará más emocionado José Arcadio por conocer el hielo o nosotros por ver este fragmento hecho realidad? 🥺 #CienAñosDeSoledad ♬ sonido original – Netflix España
El lugar que más extrañó García Márquez tiene paredes blancas color fiesta. Se respira bohemia. También nostalgia como en El General en su laberinto. Recuerdos, como Vivir para contarla. Divinidad, como Cien Años de soledad. Pasión, como Del amor y otros demonios. Intriga, como Noticia de un secuestro. Magia, como La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada. Sentimientos sublimes, como El amor en los tiempos del cólera. Enseñanza, como La bendita manía de contar. La Cueva es historia viva.
Cerca del arcón de hielo está colgado un autorretrato –más parece una caricatura– que García Márquez dibujó en una servilleta y dedicó con humor a su amiga Patricia Lara (también aparece en la caricatura) para “el día en que quieras salir de pobre”.
Frente al dibujo, la emoción y la alegría que invadió mi cuerpo se apagaron como el sol en el océano. Si un barranquillero llega a Trujillo en busca de los pasos perdidos de César Vallejo, no encontrará un lugar tan bien cuidado y protegido como La Cueva. Qué pena. Ay, hermanos, hay mucho por hacer.
La versión original de este texto se publicó en junio del 2005 en el diario La Industria de Trujillo.