Es Carrillo, no André. Es el jugador del Corinthians de Brasil, no el amigo de Farfán, con quien chacotea en Youtube. Tampoco es el deportista que vacacionaba en la segunda división de Arabia Saudita, sino el que juega, casi dejando dos días, en la liga más competitiva de América.
La resurrección existe, pero para ello primero hay que morir. De ser un futbolista inservible en la era de Nono Fossati, se transformó en una pieza esencial dentro del planteamiento del flamante Óscar Ibáñez, y para una afición peruana tan necesitada de figuras.
Carrillo, parafraseando a Juan Villoro, ha logrado la mayor gesta de los héroes deportivos: el regreso contra todos los pronósticos.
A la reciente fecha doble por las clasificatorias, llegó con el marcador en contra y con un look que exageraba la parte del cuerpo que más necesitaba la Bicolor: la cabeza.
Perú precisaba de inteligencia y mucha sensatez a fin de seguir zurciendo las esperanzas para ir al mundial. Lástima que solo se aplicó con propiedad frente a los bolivianos en Lima, y de cuidados intensivos no salimos.
La resurrección existe, pero para ello primero hay que morir. De ser un futbolista inservible en la era de Nono Fossati, se transformó en una pieza esencial dentro del planteamiento del flamante Óscar Ibáñez, y para una afición peruana tan necesitada de figuras.
La historia de Carrillo con la selección era un grato pasado y un áspero presente. “La muerte se escribe sola”, versó la gran Blanca Valera.
André se linchó con sus propios pies. Su pobre juego y su actitud fueron la tinta y el pincel que empezaban a escribir su epitafio en el equipo de todos.
Siempre se ubicó en la lista de los actores secundarios. Decisivo en muchos episodios, pero sin la responsabilidad de las figuras. Se alejó del caudillismo del Paolo Guerrero; del don de mando de Renato Tapia y de las luces que enfocaban a Cueva.
En el campo solo “profesaba lealtad a sus caprichos”. Y esos antojos, a veces, se alineaban con los intereses del equipo. Solo a veces.
Era un adolescente tierno viviendo fuera de este mundo. Empero, la adultez le cayó de golpe y ahora debe cargar sobre sus espaldas y sobre su cabello rasta la responsabilidad de un equipo moribundo.

André Martín nació el 14 de junio, el Día Mundial del Donante de Sangre. Y la sensación que dejó, en marzo del 2025, fue que otro tipo de hemoglobina corría por sus venas.
“Las historias del fútbol son siempre excesivas porque tienen que ver con la agonía y con los milagros”, escribieron Luis García Montero y Jesús García Sánchez en el libro Balón envenenado.
Agonía y milagros son los terrenos fértiles para los héroes. En una actividad donde pululan la gallardía, habilidad, valentía y belleza emergen individuos que se relacionan con el grupo a partir de la admiración.
“El jugador carga con la responsabilidad de saber que la felicidad de sus seguidores depende de lo que él haga, y tras el enfrentamiento, se convierte en el ídolo o en el rechazado”, apunta Daniel Marroquín.
André Martín nació el 14 de junio, el Día Mundial del Donante de Sangre. Y la sensación que dejó, en marzo del 2025, fue que otro nivel de hemoglobina corría por sus venas.
En un mundo que se caracteriza por la inmediatez, la volatilidad y la transformación constante, André Carrillo, de 33 años, pegó la vuelta a la selección peruana como figura, ese olimpo al que siempre debió subir.
La hinchada, tan volátil de afectos, le reconoce ahora su importancia en el equipo y su virtuosidad en un sector del campo, en el que, en sus clubes, viene jugando desde hace tres años; pero en la selección se estrenó: en la primera línea de volantes. Un retroceso para brillar.
Por lo pronto, y en plano individual, acaba de ganar el Paulistao en Brasil y consagrarse como el mejor mediocampista de ese torneo. No es poca cosa.
Sin embargo, abruma el hedor de que su performance es un vano oficio en el cruel destino de la Bicolor. “Ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer”, escribió Jaime Gil de Biedma. En la tabla de posiciones camino al mundial, Perú es un fósil: está enterrado.
Aunque, quien más que André Martín para desmentirnos, él que regresó contra todos los pronósticos.
Cuando se piense que Carillo y la Selección han muerto hay que hacer como Roque Dalton: “Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas. Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta”.
Es decir, cree en todo lo contrario. Y espera. Que, como dijo Vallejo, ya va a venir el día.