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Una anécdota prefijada en clase

Mi profesora, la doctora Wilda Cárdenas Falcón, era una mujer versada en leyes que había logrado una gran reputación al ocupar cargos importantes como la Corte Superior de Justicia de La Libertad. De postura erguida, cabello blanco y cutis tan rojiza que, viéndola, me preguntaba si se lavaría el rostro con rayador en vez de con jabón.

Entre los meses de agosto y diciembre del año pasado, impartió la asignatura “Derecho de Familia” para un grupo poco entusiasta donde me encontraba yo.

La doctora siempre tuvo reparos en expresiones mal usadas o, en algunos casos, que carecían de justificación. Por ejemplo, sostenía que está mal decirle “menor” a un niño o adolescente porque, siendo ellos sujetos de derechos, no son menores en nada.

Yo no pude sentirme más feliz por tal observación. Sin embargo, un día su reflexión la elevó al grado de fastidio. Nos expresó su disgusto por la palabra “apersonar” dado los valores contrapuestos entre el prefijo “a” y el lexema “personar”.

Dicho de otra manera, no entendía por qué los operadores del derecho simplemente no utilizaban el término “personar”, que significa “hacer presencia”, en lugar de agregarle el prefijo “a” de negación.

Si para la doctora era un fastidio, fue un tormento para mí calmar su duda. Me sentía en el derecho de hacerlo porque, digamos, entre mis compañeros soy el más apasionado por el lenguaje y la redacción.

No obstante, me propuse a encontrar la respuesta sin recurrir a ninguna fuente de información, ya sea profesor, página web o libro, puesto que se me hacía raro que nadie haya notado esa contradicción. Su duda ahora era mía.

La interrogante me nubló por varios meses, largos meses, al recordar la importancia de las etimologías: los étimos añaden valor histórico a las palabras y, en algunos casos, encierran su significado literal, pero nunca forjan su significado absoluto.

 Es decir, pueda ser que, en tiempos pretéritos, “apersonar” haya tenido un sentido contrapuesto o diferente al que tiene en la actualidad. Ejemplos tenemos de sobra: el “idiota” (idiotés) en la Grecia clásica era aquel que se desentendía de los asuntos de su comunidad y no participaba en la vida pública. Bajo esa analogía, es probable que los usuarios del español hubieran resemantizado el concepto. 

Clase de derecho

¿Y qué podemos hacer ante ello? Pues nada. Y no vale quejarse. Si el concepto fue cambiado en el devenir del tiempo por los mismos hispanohablantes, no existe norma o institución que tenga la legitimidad para revocarlo.

Este párrafo sería el final del presente texto, si no fuera porque la misma profesora Wilda, sin saberlo, me dio las piezas para armar el rompecabezas de la solución.

Sucede que la doctora no solo criticó el término “apersonar”, sino que también propuso uno más adecuado: “comparecer”, utilizado como tecnicismo del derecho.

Aquí las cosas cambian y el problema se resuelve fácilmente. Por mis clases de Filosofía, sé que los griegos llamaron “parousía” al “acto de hacer presencia”; por eso, la Real Academia Española, en su Diccionario (DRAE), recoge el término “parusía” que significa “advenimiento o segunda llegada de Jesucristo”.

Vocablo diferente en latín porque los romanos utilizaron “parescere” para referirse a la presencia; de modo que “comparecer” fue formado a partir de “con” (todo) y “parescere”, cuyo significado resulta “presentarse (completo) ante alguien”.

Llegado a este punto, inferimos dos informaciones valiosas: a) los conceptos etimológicos varían entre el griego clásico y el latín vulgar, así como b) la palabra “comparecer” no es un vocablo griego, sino latín. Por consiguiente, el prefijo “a” de “apersonar” adquiere en griego un valor negativo, pero en latín un valor de proximidad. Pues, en latín, los prefijos “a” y “ad” aluden a contacto, cercanía, dirección, tendencia, entre otros. Así como “acompañamiento” no significa “sin compañía”, de la misma forma “apersonar” no significa “sin presencia”.

Por último, acepto que esta conclusión tiene algo de risible porque no es un ingenioso descubrimiento. Es más, quizá ustedes ya lo sabían, yo recién me acabo de enterar y la doctora aún conserva el fastidio. Así que no es difícil imaginar su sonrisa como nota de pie.

Luis Quispe Palomino
Luis Quispe Palomino
Luis Quispe Palomino (Barrios Altos, 1999). Estudia la carrera de Derecho en la Universidad Privada Antenor Orrego. Ha publicado artículos de opinión y divulgación en las revistas Los Contemporáneos (México) y Taquicardia (Trujillo). En 2020 inauguró el proyecto Disicultura, el cual se ha convertido en la primera editorial de textos de no-ficción, de forma autogestionada, de La Libertad. Actualmente, se desempeña como docente de Lenguaje y corrector de estilo. Reside en Laredo.