No hemos aprendido nada de lo que debe ser el voto responsable, absolutamente nada. Episodio tras episodio, oportunidad tras oportunidad, hemos sucumbido al vicio, a lo burdo, al alegato vulgar, simplón, a la grita y sus consecuencias, nunca a la organización, a la propuesta sensata, al argumento veraz.
Hemos dejado que nuestra moralidad se vea comprada por almanaques o lapiceros, por gorritas y algún llaverito de más. No hemos aprendido nada. Dejamos que el argumento del “roba pero hace obras” nos invada, porque de manera directa no nos afecta, no nos menoscaba, cuando realmente la corrupción es una grieta por la cual se filtra ese aire que mancilla toda posibilidad.
“Y es que todos roban” recuerdo haber escuchado muchas veces, como si estuviéramos resignados a que suceda siempre, como si nuestra elección debiera estar condicionada a buscar siempre el mal menor.
Triste. Pero ya estamos cansados de ello, desde hace mucho estamos cansados de ello, pero no se ha hecho nada por cambiar, nada, como si este mal estuviera en nuestra genética, como si fuera una predisposición, una barbaridad. Es aquí donde surge la pregunta: y si reconocemos las falencias, ¿por qué no hemos hecho nada por corregirlo? Ensayo una respuesta.
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Hace un tiempo propuse a mis estudiantes esta cita de Paulo Freire: “El sistema no le teme al pobre que tiene hambre”, y puse como contexto las elecciones municipales próximas a desarrollarse.
Me dieron diversas interpretaciones sobre una realidad política observable y casi todas coincidían en que ningún candidato buscaba realmente el bienestar de la gente a la que se dirigían, sino brindarles el argumento del pan y circo para convencerles de votar por ellos y luego olvidarlos hasta la siguiente elección.
“Profe, es que entre más ignorante se es, más fácil se te puede convencer de una idea”. Válido, muy válido, y sobre ello han sembrado casi todos los partidos políticos, por lo que la cosecha actual es observable.
“Profe, mucha gente pobre busca la cosa inmediata: comer y vivir del día a día, y cuando alguien va con víveres a un lugar apartado, lo ven como alguien bueno y por eso votan por él”. Cierto, y con ello viene a mi memoria este fragmento de La casa de Bernarda Alba del gran García Lorca, tan vigente casi cien años después: “MUJER 1. Los pobres sienten también sus penas. / BERNARDA. Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos.”
Tristemente cierto: una sociedad en donde el hambre abrume no le importará si alguien le roba la mitad del sueldo mientras tenga para poder llenar su estómago y saciar su sed. Un argumento más osado fue: “Los candidatos ven estas campañas como una inversión, y cuando llegar al poder fácilmente la recuperan, porque no es nada regalar veinte soles en un táper a mil personas, cuando luego te vas a beneficiar de una obra que vale millones”, y con ello citaban la cultura del mínimo esfuerzo, del logro a corto plazo. Un argumento directo a la yugular.
Esa sesión fue muy productiva en ideas, pero al mismo tiempo generaba un vacío al reconocer que tus estudiantes advierten de todos los vicios, de todas las taras que tiene nuestra política, y que es una herencia nefasta que habrán de llevar por no sabemos cuántas generaciones más. Y es que la ciudad, nuestra ciudad, ha caído en un descontento generalizado, en una vaguedad social producto de partidos que han copado hasta el hartazgo todos los estamentos posibles. Me permito un pequeño artefacto de observación.
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En Trujillo, hablar de política se ha reducido a citar ciertos grupos nefastos que han monopolizado vulgarmente todo proceso electoral, demostrando que en nuestra sociedad no funciona el personaje capaz, sino el que pueda pagar una candidatura.
No es algo nuevo, no: esto ya viene supurando las fauces desde hace décadas con agrupaciones tristemente históricas que durante años solo vieron el tiempo pasar como una estrella sin luz ni gloria, y a raíz de ellos el surgimiento de otros que llegados al sillón se dedicaron a acaparar todos los cargos públicos para pintarnos los días de rojo y azul tan groseramente que muchos los creyeron salvadores.
¿Salvadores de qué? De nada, absolutamente de nada. Y de ello somos también culpables, porque nos dejamos llevar por el regalito eventual, por la visita “inesperada” que congrega “multitudes” sin saber cómo, a pesar de que a unas cuadras decenas de buses están a la espera de llevar a esa multitud de un mitin a otro, de una verbena a otra, de un cierre de campaña a otro.
Nos convencieron con los obsequios, nunca con la palabra, porque de palabras siempre carecen: una verborrea inexistente que ofende a quien escucha. “Es que la gente los apoya, sale a las calles por ellos”. ¿Seguro? Es un secreto a voces que hay candidatos dueños de universidades que mandan a sus estudiantes becados o semibecados a repartir volantes y folletos de casa en casa so pena de quitarles ese beneficio si no lo hacen, aunque haya “plata como cancha”.
Es una realidad que existen partidos que llevan en su lista infinidad de personas con procesos judiciales aunque quieran enarbolar el argumento de la moralidad, cuando moralidad es una palabra que desconocen. Hay candidatos con sentencias, candidatos procesados, candidatos que se hacen los locos buscando caerles bien a las personas solo para que no se den un tiempo en revisar legajos que contienen todas las acusaciones por irregularidad.
Hay seudos partidos políticos que solo buscan beneficiarse, solo eso, y que a pesar de las pruebas y su nefasta vulgaridad siguen en campaña porque hay quienes los apoyan, ya que es más fácil apartar la mirada de la realidad que aceptar la realidad misma.
Pero nos convencen, nos sonríen y extienden la mano con ese artilugio indecoroso que agradecemos como una virtud que no sentimos merecer.
Y es que con ese táper que te regalan por seuda gracia, lo que te están diciendo realmente es: “Como sé que no tienes ni idea de por quién votar, ya que no has leído ni buscado información sobre los candidatos y sus propuestas, y como creo que eres un cero a la izquierda que se deja convencer, tengo la certeza de que acabo de comprar tu voto sonriendo”, y punto, esa es la realidad, realidad tristemente cierta, realidad y nada más.
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No hemos aprendido nada de lo que debe ser el voto responsable, absolutamente nada. Pero aquí estamos, escribiendo un texto que de seguro muy pocos leerán, porque aquí no hay regalos ni sonrisas, solo una persona que cree que todo esto en algún momento tendrá que cambiar. Punto.