No es cosa que oculte: suelo aprender mucho de mis estudiantes, suelo aprender mucho con mis estudiantes: ya sean sus preguntas, sus inquietudes, sus compartires, sea poco y muchas cosas más, pero siempre resulta un aprendizaje el estar con ellos y ellas, y al mismo tiempo un explorarme, un examinar mi pensamiento, un buscarme respuestas al mí mismo a través de sus cuestionamientos sobre ciertas cosas de la vida, sobre aquellas interrogantes que muchas veces suelen ser sus/mis interrogantes, esas preguntas que buscan hacerse, pero sin saber a quién, sin saber cómo, y que surgen en clase, en el aula, en momentos de cotidianeidad, en momentos en los cuales la clase necesita un respiro, y qué mejor que dialogando, qué mejor. Y esto me sucedió hace un tiempo.
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No sé cómo llegamos al tema, pero hablábamos de las universidades públicas, y que a pesar de todas las carencias que puedan tener, reconocemos el prestigio que suelen brindar a los que hemos estudiado en ellas, y del cómo también el éxito y prestigio de sus egresados le dan más peso a la universidad en sí, lo cual es cierto: el sencillo hecho de decir que en mi querida UNT han estudiado monstruos como Vallejito, Ciro Alegría, Antenor Orrego o De la Puente Uceda, como que ya te hace sentir orgulloso de poder llevar un título que estos grandes también ostentaron (ojo: estoy citando a maestros de maestros, no a personajes nefastos que también los hubo, no: esos nombres no entran en esta lista).
Porque sí, es inevitable: quienes visitaron tus aulas, quienes estudiaron en tu recinto, son muestra fehaciente (en muchos de los casos) de la calidad y gracia de tu centro de estudios. Pero un poco más allá, también hablábamos de aquello llamado importancia y reconocimiento, de aquello que conduce al éxito o al sentirse exitoso, al lograr empatizar con lo que se hace y cómo esto nos permite ser felices, siendo inexactamente favorable esta última palabra. Porque ¿qué nos hace felices?, ¿somos felices haciendo lo que hacemos?, son algunas de las interrogantes que uno siempre se hace y muchas veces la respuesta es no, cosa que (al menos por lo pronto, aunque los bolsillos siempre reclamen) no ocurre en mi caso: me siento feliz con lo que hago y esta tranquilidad y sensación de bienestar es todo lo que necesito por lo pronto. Y es aquí donde surge la pregunta.
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“Profe, ¿a usted no le gustaría ser exitoso?” Cuando no suelo entender muy bien una pregunta, trato que los estudiantes me lo expliquen con manzanitas (¡Ja!, suelo ser lento para entender ciertas cosas). “A ver: o sea, ser exitoso teniendo una casa, un auto, algo que sea suyo”, y es ahí donde entiendo la pregunta. ¿Qué es ser exitoso? Mis estudiantes tienen miedo de no saber qué es ello o de si lograrán serlo, y creo que muchas personas de mi edad todavía no sabemos a ciencia cierta la respuesta a esa pregunta.
Lo más rápido sería decirles que ser exitoso es ser feliz, pero sería una respuesta de sí aunque parte de ello es no. Les respondo que considero que ser exitoso es sentirse bien con lo que uno hace, sentirse satisfecho mas no conforme, y entiendo esto porque al hacer las cosas bien, permites que otros, que son los que reciben los productos de tu trabajo, también puedan encaminar su rumbo al hecho mismo de la luz que les has permitido: cuando vives renegado, reprimido, desanimado, aquellos que se acerquen a ti recibirán esas mismas vibras, lo cual es más perjudicial que beneficioso.
Les digo que sí, que como a todos me gustaría tener las cosas que ella menciona, pero no es algo que me quite el sueño. Me gusta lo que tengo, lo que he logrado, las cosas que he obtenido con mi trabajo: una hermosa biblioteca, una videoteca que sigue creciendo, la colección de discos originales, mis figuras de colección, mi universo creativo, los viajes, las experiencias, el mundo que me permite estar, que me permite sonreír. Me basto con eso por lo pronto, y los que me conocen saben que en esos libros, en esas figuras, en ese todo, hay tal vez un auto o dos, invertida una casa, creo, y otras cosas más que bueno, algún día, algún día tal vez.
“¿Y por qué no las tiene ya?”, vuelve la pregunta, y solo atino a responder, como quien quiere ya salir de este círculo, porque no tengo una familia, y que creo que cuando llegue el momento de tenerla, le podré brindar todas esas comodidades de persona exitosa. “Hay cosas que son más importantes que eso”, le digo, y admito que el ser como el común denominador no es algo que me preocupe, no es algo que me obligue a seguir un estándar en el cual deba cumplir con ciertos requisitos que la sociedad impone, condiciona, y que solo alimentan el vacío que suele ser la existencia en sí.
¿Quién dijo que para ser exitoso debías de tener un auto o una casa o una familia? ¿Quién estableció que los logros se midan por las cosas que tienes, por los artefactos que compres? ¿A quién se le ocurrió cambiar un bonito paseo por el lucir un par de zapatillas que más que lucir tienes que cuidar para que no te las quiten? Bueno, son preguntas que me permito hacer aunque la respuesta es algo que muchos conocen pero que no prefieren cambiar.
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Aún no sé, tal vez, qué signifique ser exitoso, pero de algo sí estoy seguro: no pienso cambiar la tranquilidad que tengo por buscar seguir el molde de “éxito” que la sociedad nos ha impuesto y que es aquello que muchos buscan durante toda su vida sin darse cuenta que a veces solo el estar rodeado de libros, de flores, de juguetes, de personas que admiran tu trabajo cuando lo haces con amor, es lo más hermoso de todo, al menos para mí. Punto.