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Sobre ‘likes’, éxito, fama y lo que poco a poco se va perdiendo

Hace unos días, conversando con mis estudiantes, les preguntaba sobre qué carrera iban a estudiar. Pregunta necesaria, pregunta que a cierta edad todos nos vamos a tener que responder. Muchos contestaron “medicina, ingeniería, derecho, no sé” (siendo esto último lo más), pero uno, mitad en broma mitad en serio, me dijo que quería ser youtuber. Bien, le dije, ¿y sobre qué sería tu canal?, pregunté. “Esos de retos, profe, esos que todo el mundo ve, se gana harta plata con eso”. 

Haciendo tonterías, comenté en son de broma, y me dijo que sí, que haciendo tonterías se gana más que estudiando una carrera profesional de cinco o diez años. No refuté su respuesta con inmediatez, porque medianamente es cierto (prueba de ello los ‘realitys’, los programas de espectáculos, que mejor deberían llamarse de chismes, y cuanta figurilla poco ética aparece en medio de la farándula peruana que poco o nada aporta a la sociedad; nótese mi comentario de adulto responsable), pero le pregunté si se imaginaba haciendo lo mismo cuando tuviera cincuenta o sesenta años. “Viviría de mis rentas, pe, profe”, me respondió, y yo sonreí, esperando que sepa que para vivir de las rentas uno tiene que tener cultura de ahorro e inversión, cosas que en los colegios no suelen enseñar. 

Mitad en broma mitad en serio, me dijo que quería ser youtuber. Bien, le dije, ¿y sobre qué sería tu canal?, pregunté. “Esos de retos, profe, esos que todo el mundo ve, se gana harta plata con eso”. 

Les pregunté si reconocían el concepto de “éxito”, y tuve diversas respuestas, todas orientadas a lo que estas personas, a estos youtubers hacen: conseguir un éxito inmediato a raíz de situaciones tal vez absurdas, tal vez motivadoras, tal vez situacionales, y que con ello generan toda una burbuja que muchas personas buscan replicar. Está bien, es un medio. “¿Y la fama?”, les pregunté, y dudaron. Repetían algunas ideas ya antes dadas, pero siempre está la voz que resulta satisfactoria: “Profe, creo que tiene que ver con lo de pasar la historia, como esos escritores que se han hecho inmortales”. Bingo, he ahí la respuesta. 

La diferencia entre éxito y fama, una eternidad de diferencia. Algunos ejemplos vinieron a la memoria y se los compartí. “Imaginen cómo es que el quieren que una vez recorrido el tiempo los recuerden, imaginen cómo es que pueden impactar positivamente en las personas, en aquellas que no conocen, cómo es que en los años por venir los tengan presente”, les dije (obvio que parafraseo todo, siento que suele ser más interesante cuando sale del momento que cuando se escribe). 

No espero haberle cambiado la idea a mi estudiante o, tal vez, sí, menos ponerlo en ridículo, porque en este infinito proceso de aprendizaje que es la vida, es ella quien nos ilumina o nos elimina; solo espero que cuando llegue el momento de elegir lo que tendrá que hacer por el resto de su vida, lo haga bien y se sienta feliz con ello, nada más. Y con esta anécdota, vino otra a mi mente, una literaria, una que puedo relacionar.


Hace unos años organicé un festival de poesía en la ciudad. Invité a varios autores y autoras de diversas generaciones para que en un lugar céntrico, un espacio agradable, compartieran parte de su poesía y su experiencia con este infinito arte de las palabras. Recuerdo que muchas voces quisieron sumarse a este evento, pero de entre todas, un mensaje llamó demasiado mi atención: era un joven, un poeta de Facebook, un muchacho que compartía sus textos en las redes sociales; me pidió formar parte del festival, y de entre todos los argumentos que me brindó, uno despertó mi interés: “Cuando subo mis poemas, siempre tienen muchos ‘likes’ y la gente me dice que escribo muy bien”. 

Le indiqué que el festival manejaba ciertos detalles que nos permitían seleccionar a los participantes, pero que estaba invitado a formar parte de las veladas y así conocer a las demás voces que se presentarían durante los tres días de lectura. No recuerdo si asistió, o si lo hizo nunca nos logramos conocer, pero ese detalle de sentirse poeta porque los demás le dan ‘like’ a lo que publica, me generó muchas preguntas que he tratado de responder con el paso de los años.

Me pidió formar parte del festival, y de entre todos los argumentos que me brindó, uno despertó mi interés: “Cuando subo mis poemas, siempre tienen muchos ‘likes’ y la gente me dice que escribo muy bien”. 

Y no es que esté en contra de que se difunda la poesía, la narrativa, el teatro, por las redes (quien escribe lo hace en algunas ocasiones: denle ‘me encorazona’), pero ¿es buen puerto de llegada el admitirte poeta por la cantidad de reproducciones que tienes en Youtube? ¿Es posible que la poesía se mida ahora por la cantidad de ‘me gustas’ que tiene alguien en las redes? ¿Es dable que uno escriba con la intención de saberse viralizado por la cantidad de veces que se comparte un texto o la cantidad de personas que etiquetas en la imagen para que sean ellos mismos los que luego le den el ‘like’ respectivo, sabiendo que al etiquetarlos los estás casi obligando a leer tu escrito? 

¿Cómo es que las redes han logrado masificar un tipo de poesía que no busca dejarse impresionar por el mínimo de calidad que debe tener un texto para ser considerado literario (y es este tema para otro divagar aun más extenso), sino por cuántos seguidores tiene el que lo escribe? ¿Será que las personas ya no buscan un fragmento poético que los haga pensar o reflexionar sobre el todo y el todo, y sino uno que funcione como frase motivadora, como frase de autoayuda, como discursillo sentimentalón mismo balada romanticota dosmilera con las típicas frases hechas y lugares comunes que siempre funcionan a la ligera, que siempre terminan y cansan? ¿Cómo es que los poemas se han convertido en memes, y curiosamente muchos memes resultan ser más poéticos que algunos poemas?


Hemos agotado tal vez la fuente de las lecturas, “la fuente curativa” (dixi W. H. Auden) que nos permita abrazar esa voz que deja a las personas hablar sobre la vida, la muerte o el amor. Creo que no. Corrijo: considero que no: aún hay mucha vitalidad que extraer de las palabras, pero estas no se encuentran en los versos efectistas, en las performances donde más importa lo que se hace que lo que se dice, en esas ganas de ser el “poeta” de éxito que todos siguen dentro de ese universo virtual donde se puede, donde se da, no: la vitalidad de las palabras se encuentra en el vivir y en el leer, en descubrir de los maestros, de las maestras, de los poetas, de las poetas, los que estuvieron antes, las que abrieron caminos que ahora transitamos. 

Porque vivir nos dará la experiencia del qué escribir, del qué contar, y leer el lenguaje del cómo hacerlo, y ya, no concibo otra fórmula posible. Pero es difícil, requiere de esfuerzo, dedicación, tiempo, esmero; requiere que dejemos de ver a la poesía, al escribir, como el pasatiempo de fin de semana o del “escribo cuando me viene la inspiración”, porque por ello hemos caído en el facilismo de vivir de un tipo de literatura y no vivir para ella, para lo que nos prodigue, para lo que nos entregue.

Pero quién sabe, tal vez en unos años aparezcan los youtubers poetas (si es que no los hay ya, y mejor no doy ideas) que nuestra sociedad se merece, y mi estudiante encuentre ese camino hacia la ‘inmortalidad’. Punto.

Oscar Ramirez
Oscar Ramirez
Oscar Ramirez (Lima, 1984). Docente de Lengua y Literatura y promotor cultural. Viajero incansable, reside por largos periodos en Trujillo. Dirige Ediciones OREM. Ha publicado los poemarios "Arquitectura de un día común" (2009), "Cuarto vecino" (2010), "Ego" (2013) y "Exacta dimensión del olvido" (2019); y el libro de cuentos "Braulio" (2018). Finalista del Premio Copé de Poesía 2021.Contacto: oscarramirez23@gmail.com