Cuando he llegado a diversos colegios a enseñar, he tenido siempre el típico comentario de que existen aulas, salones, grados que son intratables, de comportamiento terrible, a los cuales muchos docentes no quieren entrar, lo cual me causa un poco de gracia, porque podrán suceder muchas cosas en el proceso de enseñanza-aprendizaje, pero si hay algo que he aprendido al cien por ciento en estos años, es que el docente es dueño de su clase, el docente es autoridad en su clase, y para conseguirlo existen muchas formas.
Hablaré de una en especial porque va enlazada con la pregunta que necesito responder en esta oportunidad.
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Una de las cosas que aprendí en uno de mis primeros trabajos es que los alumnos y alumnas como te ven te tratan y, claro, eso sucede en todo, en la vida diaria, en la vida común, en la vida en sí. Pero en el colegio se da de una forma peculiar, y con esto la anécdota que siempre me acompaña.
Recuerdo que hace unos años enseñaba a estudiantes de primaria alta en un colegio privado en Trujillo, y en mis ratos libres me acercaba a los jóvenes de secundaria que llevaban a veces sus instrumentos musicales para conversar con ellos sobre el gusto común por ese arte.
En una de esas charlas que se daban en el recreo, recuerdo que un docente pasó por nuestro lado y los muchachos se burlaron de él sin ningún tipo de recato, le hicieron una broma (que tildé de ofensiva) sobre unas fórmulas matemáticas que no recuerdo (y nunca entenderé); el profesor los miró, sonrió y siguió su camino sin decir nada.
Recuerdo que les increpé esa, pero ellos me respondieron con algo que se me quedó grabado y me ha servido en los años venideros de mi labor docente: “Tranqui, profe, que ese de ahí es un payaso, no sabe nada; si se queja de que lo molestamos, en una nos quejamos en la dirección de que no sabe nada de nada y lo botan”. Punto.
Ese comentario marcó un momento muy importante en mi carrera, no lo puedo negar. Entendí que ellos respetan a un profesor, a un docente, no solo porque tengamos el título bajo el brazo, no solo porque llevemos nuestros libros, tizas o plumones, no solo porque vayamos con terno y camisa bien planchada, no: te respetan porque cuando hacen una pregunta siempre buscan la respuesta acertada y así conocer un poco más, y de paso saber si su profesor sabe, así de simple.
No existen otros motivos reales, no, siempre buscan que su curiosidad moldee su perspectiva sobre las personas que se supone van a encaminarlos en las riendas del saber, de aquellas personas que deben ser el crisol de conocimiento que luego difunda entre ellos esa vital luz del saber, y si nosotros no estamos preparados, pues sencillamente perdimos aquello por lo cual hemos luchado, y al mismo tiempo, lo más importante: el respeto de nuestros estudiantes, y ya.
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Ahora hilvano la segunda pregunta que tiene mucho que ver con lo mencionado anteriormente y que suelo escuchar constantemente de algunos colegas: “¿Por qué es importante leer si con lo que sé me basta, para qué necesito tener un gran conocimiento?”
Porque es nuestra labor, nuestro norte, nuestro principal objetivo el constantemente conocer, descubrir, investigar, tratar de que la educación mejore día a día, porque no está bien, no lo está. “Pero no es culpa solo de los docentes, es culpa del gobierno”, sí, y puede ser, pero no hay que hacernos siempre las víctimas, no hay que dejar que siempre el otro haga por nosotros, no.
Ahora, lo enfoco en un criterio personal: los docentes de mi área, de letras, de literatura, tenemos la labor moral, fundamental y, sobre todo, obligatoria de ser lectores, de leer constantemente, de conocer desde lo clásico hasta lo contemporáneo, de no solo quedarnos con el sílabo universitario que hace décadas no se actualiza, de buscar nuevos autores, de buscar nuevos medios de hacer que la lectura se convierta en un medio de liberación para los estudiantes, de divertir con las lecturas ágiles y de fácil avance, como también bregar con ellos en lecturas más complejas y hacer que las logren entender, comprender, disfrutar.
Los estudiantes siempre van a respetar al docente que está un paso adelante y viene con las novedades al aula, siempre van a admirar al docente que en casi todos los momentos tiene la respuesta correcta a la pregunta complicada (porque sí, casi todos los momentos, porque estarán las veces que no podremos responderles al instante, ya sea por desconocimiento u olvido, pero está en nuestra labor la promesa, la palabra, de investigar, buscar y rebuscar la repuesta para que en la próxima clase, o antes, esta duda quede resuelta sin mayor sorpresa), siempre van a saber que si tienen que consultar un tema con alguien será con “el profesor tal, porque él sí sabe su curso, y no se hace ‘palta’ cuando le preguntamos cosas que nos interesan, cosas de las que a veces da ‘roche’ hablar”, y listo, así los momentos, así los hechos, así lo que uno ve y aprende día a día, así.
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Ojo, y con esto cierro la noche: lo mío, lo que escribo, no es una verdad, no: es una opinión, una reflexión sobre esta profesión, sobre el trabajo que amo, como para responderme algunas preguntas tan propias como ajenas, como para saber si estoy haciendo o no lo correcto. Punto.