No suelo ser de las personas que se pelean por las redes sociales, no suelo ser de las personas que se mandan cientos de comentarios (e incluso testamentos) tratando de ser el dueño de la verdad con respecto a un tema o publicación que haya hecho y que alguien haya comentado y que a raíz de ese detalle se arme la perorata infinita sobre el yo, el tú, el nosotros, el atractivo criterio de siempre tener la razón. No.
Suelo muchas veces a un comentario que resulta incómodo pero no ofensivo, ponerle un “me gusta”, un “me encanta”, un “me divierte”, y dejar todo eso ahí, sin mayor importancia que la anécdota, porque si bien no puedo poner un “me llega” (¡ja!), sé que establecer un razonamiento que trate de refutar o defender una idea en estos elementos virtuales me resulta poco productivo.
Prefiero mil veces el diálogo real, la discusión cara a cara, las defensas frente a frente, el debate al cien por cien, eso prefiero, porque así uno puede sentir la verdadera adrenalina del enfrentamiento, de la ofuscación, el observar el rostro del oponente, del interlocutor, del otro, y con ello observar tal vez el resignarse a sentirse vencido, o alzarse con humildad ante el triunfo inexorable.
Sí, eso prefiero, de ley. Pero sucede que muchas veces por ahí surgen las personas que solo buscan molestar, ofender, sobajar alguna idea, creerse dueños de la verdad y con ello no buscar el comentario, no, sino buscar el hacer uso de una libertad que bien sabemos todos termina cuando vulneramos la libertad del otro. Y con esta premisa, lo que ocurriera hace un tiempo.
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Había subido un post en mi muro comentando algunos pareceres sobre el tema de la igualdad de género y recuerdo que si bien descubrí algunos comentarios interesantes, hubo uno que resulto ofensivo y lo terminé borrando. Así de sencillo. Al rato, el autor del texto, un joven que no pasa de los veinticinco, me escribe al inbox ofuscado y empieza una charla que va más o menos así (no transcribo las capturas de pantalla, porque bueno, qué más da):
—Hola, amigo, ¿por qué borras mi comentario?
—Hola. Bueno, tu comentario resulta un poco incómodo, ya que ofende a un grupo de personas.
—Sí, pero esa es la idea de hablar, de intercambiar ideas, esa es la libre expresión.
—Cierto, pero considera que ofender a alguien ya no resulta ser un criterio de libre expresión: resulta ser un insulto y eso puede ser humillante.
—Oye, pero vivimos en un país libre y la gente puede escribir lo que quiera donde quiera.
—Bueno, no creo ello al cien por ciento, pero vamos a ver: ¿tú dejarías entrar en tu casa a alguien que no te resulta amigable o que te ofenda? O peor aún: ¿tú dejarías que cualquier persona vaya a tu casa y pinte la fachada como se le dé la gana?
—No, no seas extremistas, recuerda que todos tenemos libertad de expresión.
—Sí, y esta vale hasta que ofendes e incomodas al resto.
—Pero no deberías borrar lo que la gente escribe en tu muro.
—Pues es mi muro, es como si representara mi casa, y yo no permito que la gente haga cosas que me incomoden; no puedo dejar entrar en mi hogar a personas que solo buscan molestar. Los muros de facebook, si bien son una ventana abierta, son un espacio para compartir, deben ser también lugares donde exista el respeto, y si tú no hubieras colocado algo ofensivo, irrespetuoso, ten por seguro que te hubiera respetado y no borraba tu comentario.
(Y acá ya la cosa empieza a ser incómoda, porque me resulta absurdo estar discutiendo, o haciendo algo semejante a ello, por un comentario en una red social. Pero vamos a cerrar.)
—Oye, pero soy libre de expresar mis ideas.
—A ver, y quiero cerrar esta charla. Sí, eres libre de expresar, cierto, pero veo que te sientes más libre de insultar u ofender cuando no te sientes amenazado por lo que dices.
—¿Cómo así?
—Me explico con un ejemplo: las calles son lugares libres donde puedes hacer uso de esa libertad de la que hablas, pero no lo haces, no andas por ahí diciéndole a las personas: “oye, no hagas eso porque a mí no me gusta que lo hagas”, “oye, esa ropa te queda horrible”, “oye, no me gusta que pienses de esa manera porque yo no pienso así”. No haces ello, no, ¿y sabes por qué?: porque tienes miedo, miedo de que alguien a quien no le gustó lo que dijiste se ponga a discutir contigo ‘ipso facto’ y te deje más que humillado; tienes miedo de que alguien que no se anda con tonterías te meta un golpe de los bravos y así te calle la boca en una; miedo de que alguien que se sienta ofendido con lo que dices, te agarre a golpes en plena calle y nadie te defienda y te deje todo desarmado solo por ser un imprudente; de eso tienes miedo, pero ese miedo aquí se apaga porque ningún diálogo es real, instantáneo, observable; por eso es que te alucinas maleante de facebook, palomilla de Internet, abusivo de cabina pública, porque ahí no hay quien te ponga el parche en el instante, no hay quien te plante en una, por eso es que te sientes seguro, libre, oculto tras una pantalla, y bajo esa libertad te escudas para incomodar, molestar, y ofender, porque de esa forma se disfraza la cobardía, así de sencillo.
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El tipo dejó la charla ahí, y me dio una de las más terribles amenazas que he recibido en años: “te voy a bloquear de mi face, así ya no veo tus cosas”, y yo bacán, feliz, como si me quitara el sueño el que alguien me elimine o bloquee de alguna red social, situación innecesaria, inmadura peculiaridad. Pienso ello sobre estas gentes que se la pasan husmeando las redes para hacer comentarios, esperando un texto en el cual poner sus “tan importantes” pareceres, y ante la respuesta de algún otro usuario, dejarse llevar como si en ese debate se les fuera la vida, siendo un debate improductivo, debate más que trivial.
O peor aún: son de los que andan a la expectativa sobre si tal o cual ha borrado o no su comentario, para hacer mella y criticar airadamente esas actitudes, como si no tuvieran una vida social fuera de las pantallas en donde las redes sociales habitan, comparten y muchas veces dominan. Pienso ello, en que no suelo ser de esas personas, y ya, y hago así uso de mi libertad de expresión. Punto.