Escribe Sandy Valeria Crespo Carrasco
Mateo Salado (o Matheus Saladé), predicador de la doctrina luterana y ajeno a los ideales del poder institucional jerárquico de la Iglesia Católica, llegó al Perú en 1561, año en el que los españoles promulgaron que todo migrante debía profesar, sí o sí, el catolicismo; sino corrían el riego se ser perseguidos por la Santa Inquisición.
Tras su llegada, el francés se estableció cerca de las huacas ubicadas en el distrito de Lima, en su límite con los distritos de Breña y Pueblo Libre. Su estadía originó que todo el complejo arqueológico lleve su nombre.
Por su descuidada forma de vestir, su diferente manera de pensar y por vivir de limosnas, fue tildado de loco por la población limeña. Vivía apartado del lugar colonial, en una especie de ermita y utilizaba la mayor parte de su tiempo para excavar en las huacas; sin embargo, no se supo realmente las causas que lo motivaban a hacerlo; pero se sospecha que su fin era encontrar oro u otros objetos valiosos con que los muertos habían sido enterrados.
Tras su llegada, el francés se estableció cerca de las huacas ubicadas en el distrito de Lima, en su límite con los distritos de Breña y Pueblo Libre. Su estadía originó que todo el complejo arqueológico lleve su nombre.
Cuando el luterano visitaba el centro de Lima para pedir dinero, aprovechaba la oportunidad para arremeter contra la religión (católica) que los españoles defendían y, a la vez, prohibían que algún individuo critique. Mateo Salado discrepaba con la adoración a la cruz o la opulencia en la que vivían los clérigos; críticas propias del luteranismo, un movimiento liberal de Europa. Esta corriente religiosa se distingue de las demás por poseer la Biblia interpretada por la razón individual, creer que la fe justifica al hombre y rechazaba el magisterio eclesiástico.
Acusación y condena
Después de nueve años de su estadía en el territorio peruano, Salado fue privado de su libertad tras ser acusado de blasfemia; pero, a pesar de revelar ser un hereje y, demostrarse que estuvo en Sevilla y leyó la Biblia que le dieron unos luteranos con los que trató, fue liberado porque consideraban que sus declaraciones eran parte de su locura.
A fines de 1571, otra denuncia por herejía lo llevó a presentarse nuevamente ante las autoridades, las cuales determinaron que no era un enfermo mental, como se presumía inicialmente. Este motivo indujo a que el luterano fuese declarado como un reo impenitente, es decir, aquel que no reconoce su herejía o no muestra arrepentimiento. En el caso del francés, la segunda razón fue la que condujo a su condena.
El 15 de noviembre de 1573, la Santa Inquisición, institución religiosa autora de crímenes perpetrados en nombre de su credo, realizó el primer auto de fe (acto de ejecución pública de la pena a la que había sido condenado un reo) en el Perú, específicamente en la plaza mayor de Lima, donde fueron penitenciados cinco reos y arrojado a las llamas el luterano Mateo Salado, quien se convirtió, desde ese momento, en el primer ciudadano asesinado por el tribunal eclesiástico que se instauró en el Perú en 1570.
Origen de la Santa Inquisición
La Santa Inquisición (también conocida como el Santo Oficio) se originó en el siglo XIII, cuando los católicos consideraban potenciales rivales a otras sectas religiosas, por lo cual decidieron desaparecerlas a toda costa.
Una vez descubierta América, replicaron el movimiento católico en el Nuevo Mundo. Su objetivo era torturar hasta acabar con la vida de todo aquel que no pensara como ellos, asimismo, estaban pendiente de la vida privada de frailes y fieles para detectar ritos secretos o costumbres contrarias a la fe y la vida cristiana.
La Santa Inquisición en Perú
En Perú, la orden se estableció el 29 de enero de 1570 con Serván de Cerezuela como primer inquisidor. Tal como sucedía en España, México y Cartagena de Indias, el Santo Oficio tenía la potestad de tomar las medidas cautelares (torturarlos) contra los acusados, con el fin de que confiesen.
Posteriormente, se emitía una sentencia final. En caso de resultar cierta la acusación, los culpables eran castigados de acuerdo a su falta que iban desde penitencias religiosas, multas, azotes, prisión, destierro y muerte.
Una vez descubierta América, replicaron el movimiento católico en el Nuevo Mundo. Su objetivo era torturar hasta acabar con la vida de todo aquel que no pensara como ellos.
Cabe mencionar que el local de la Santa Inquisición (primer lugar en toda América en que se asesinó a un hombre entre el fuego) ubicado en la que actualmente es la Plaza Bolívar del Centro de Lima, se pueden visualizar los lugares que servían como prisiones, donde los reos esperaban sus procesos. También se encuentran los curiosos artefactos que utilizaban para arrancar las confesiones.
Brutalidad
Desde sus inicios, el inquisidor más nefasto de todos fue Tomás de Torquemada, tras establecer en un primer momento que ningún detenido debería sangrar o sufrir heridas. Esta proposición dio cabida a que el indolente fray y sus secuaces crearan más de una forma de tortura sin dejar huellas.
Uno de los castigos era el ‘potro’, un tablero grande sobre el cual se ataba al acusado y se le estiraba de brazos y piernas. Otro, era el ‘castigo del agua’, este consistía en darle a beber de este líquido al sentenciado hasta que no pueda respirar. También había un castigo llamado ‘la garrucha’, un cordel atado a una polea que alzaba al reo desde los brazos, previamente atados a su espalda, y entre sus pies un fuerte peso. El dolor era excesivo que la mayoría no podía soportar y terminaba confesando o aceptando pecados que nunca cometió.