Tengo esta costumbre (ahora un poco menos), como quien inicia una broma diaria al llegar al colegio: suelo acercarme a docentes, estudiantes, y soltar esta frase que se ha vuelto un tanto popular: “Te veo cansado”, y con ello las bromas, las variantes que suelen existir: “Te veo despeinado”, “Te veo delgado”, “Te veo trabajoso”, “Te veo ocioso”, “Te veo desaprobado”, y algunas cosas más que siempre provocan una sonrisa.
Se volvió tan popular en uno de los colegios donde trabajé, que desde cuarto de primaria (sí, enseño desde primaria alta) hasta quinto de secundaria, escuchaba que en los salones esta frase jugaba con prestancia y jovialidad entre todos.
Y debo confesar que no es algo propio, sino que es una de las frases que he ido escuchando en los años pasados, junto con otras muchas que también comparto, en la voz de un amigo piurano radicado en Trujillo, que suele tener siempre la palabra lista, la broma hecha, el chascarrillo correcto, la chapa precisa, lo norteño en las venas. Evito nombrarlo para no perjudicar su buena imagen. Pero a raíz de ello, guardo una pregunta.
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Hace unos años, en el tiempo de recreo, un alumno se me acerca y me bromea: “Profe, lo veo cansado”, y sonreímos. Hablamos un poco y surge la pregunta que sinceramente no esperaba: “Profe, ¿y ustedes se cansan o nada, o es que ya están acostumbrados?” Si bien es una pregunta sencilla, considero que la respuesta no lo es tanta. Bueno, a él le dije que no, no tanto, a veces por el calor, pero nada más (¡ja!). Sonríe, se despide, sigue su camino, emplea el tiempo libre. Pero me dejó rondando la pregunta en la cabeza, tratando de buscar una respuesta que pueda considerar adecuada. He repasado mis años como docente, que son pocos, en cierta medida, y he buscado los momentos en los cuales me he sentido realmente cansado de serlo. He buscado en la memoria las palabras de colegas al terminar una jornada laboral para poder lograr una respuesta, y bueno, voy a ensayarla ahora.
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Los docentes nos cansamos como todo ser humano, es natural, es lógico; como suelo decir: podemos cansarnos, pero nunca aburrirnos. Ahora, creo que ello no sea tanto por enseñar, que con sinceridad es lo que más disfruto: nos cansamos por factores externos a enseñar. Y trataré de comentar al menos dos que considero constantes. Vamos.
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1. Nos cansamos por tener que armar kilos y kilos de documentación burocrática que para enseñar no sirve, mas sí para justificar el trabajo de otros que siempre exigen esos detalles. Y preguntarán: “¿Pero acaso las sesiones de aprendizaje no sirven para llevar un buen orden en el aula?”
Considero que sirven como guía, pero no delimitan la clase. Es más, no deberían generar una exigencia tan severa con ellas (y digo ‘severas’ no por el contenido, sino porque muchas veces solo cuenta la cantidad de hojas que tenga y no la información que haya en ellas), ya que por algo existe una programación anual que debes conocer y manejar al cien por ciento, y porque considero que lo más importante es que el docente emplee su tiempo buscando nuevas formas de cómo llegar al estudiante que elaborando un texto que solo sirve como formalidad, y más cuando existen docentes (y conozco a varios) que saben hacer hermosas sesiones, pero de los temas solo conocen(conocemos) el nombre, nada más.
Agrego: imaginen que has armado toda tu sesión de la mejor manera, lo más hermoso posible, pero al entrar a clase un estudiante te hace una pregunta que cambia completamente toda la figura que tenías programada y que podrías aprovechar a tu favor para reordenar tu sesión de la mejor manera, mejor de lo que te esperabas. ¿Perderías esa oportunidad solo por seguir un esquema que no quieres perder? La respuesta es obvia, pero lo dejo ahí. Vuelvo.
Entonces surge la pregunta necesaria: ¿las sesiones sirven, la documentación que elaboramos en horas y horas de trabajo para presentar a los directivos, sirve o no? La pregunta sería: Los que las piden, ¿las revisan? Dejo esto por aquí.
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2. Nos cansamos por el hecho de tener que aguantar las quejas baldías de algunos padres y madres que creen que nosotros debemos hacer su trabajo, y que si sus hijos o hijas son un cero a la izquierda es por culpa nuestra. De un tiempo a esta parte ellos han deslindado su labor como principales educadores en casa y creen que nosotros debemos suplir aquellas falencias que cargan.
Nos exigen que les exijamos a sus hijos, pero cuando están en casa ni les prestan atención, ni siquiera les preguntan si tienen trabajos o si todo va bien en el colegio, nada. Y cuando luego ven las notas, en una saltan, gritan, se exasperan, hasta lloran, y uno como docente tiene que tragarse todas esas palabras siempre baldías, siempre vacías, de esos padres que buscan justificar sus errores en nosotros.
Recuerdo hace unos años a una madre (porque sí, son las que más llegan, y con esto no quiero emitir ningún tipo de juicio valorativo, no), se quejaba de que no sabía por qué su hijito estaba mal en mi curso, por qué si veía que su hijo tenía fallas yo no le había comunicado antes, por qué yo era tan desconsiderado. Por suerte era mitad de bimestre y como política del colegio nosotros revisamos cuadernos, y tenía el de su hijo a la mano.
Le pregunté: “Señora, ¿usted revisa el cuaderno de su hijo?” Me encantó la respuesta: “A veces, profesor, es que como son jóvenes ya no quieren que los estén revisando”. Me había dicho todo lo que quería escuchar. “Pero usted es la madre, ¿cierto? Usted es la autoridad en casa”, y le mostré el cuaderno: en blanco, con muchos trabajos sin cumplir, y en cada semana que tareas no cumplía se podía distinguir una nota grande con lapicero rojo indicando qué faltaba (porque sí, suelo poner las faltas bien grandes para que no pasen desapercibidas).
Le dije que la única forma de comunicarme a diario con los padres y madres era así, para que sepan cómo van sus hijos, y si ellos no se daban un tiempo al menos para revisar los cuadernos, pues ya no es mi culpa. La responsabilidad es de ambos y al parecer no estábamos cumpliendo. Regreso.
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Siento que las palabras se han quedado cortas, así que trataré de profundizar luego y compartir algunas ideas más. Y ojo, como siempre suelo decir: estas siempre son opiniones personales, puntos de vista que el trabajo me permite observar y tratar de mejorar; no es que mi labor sea perfecta, no, soy muy crítico del trabajo docente que hago, pero hay cosas que escapan de nosotros y no por ello debemos sentirnos culpables. Nada más. Punto.