Escribe Sandy Crespo Carrasco
En Piura, habían perdido las esperanzas. Pensaban que otra vez sería un año malo, como los agricultores llaman al tiempo de sequía. Desde enero esperaban que el cielo les regale agua para sus cosechas y animales; pero apenas llovió unos cuantos días a finales de mes. El ganado andaba escuálido y las plantas perdieron su color. El único que seguía igual y hasta más radiante era el sol.
Todo cambió a fines de febrero: los cerros recuperaron su color y el ganado empezó a engordar. Todo gracias al retorno de las lluvias. Las esperanzas regresaron, pero duraron muy poco, porque todo exceso es malo. Más aún, las lluvias.
Hace seis años, la furia de El Niño Costero afectó a 1,9 millones de personas, de ellas, 101 perdieron la vida. La historia, es decir, las lluvias torrenciales, volvió y esta vez, ocasionó más desastres en comparación al 2017.
Grabiela Temoche Fernández estima que Piura ya no será conocida como la ciudad del eterno calor, sino como la ciudad de las eternas lluvias torrenciales. “Es cierto, que aquí llueve, pero no en esa magnitud”, compara.
“En el 2017 se presentó el Fenómeno de El Niño, pero las autoridades no movieron ni un solo dedo para poder arreglar la situación y hacer frente a lo que está sucediendo ahora. Es una pena por quienes están perdiéndolo todo. Deberían poner empeño, debería haber un plan de drenaje”, propone.
La gente ya no expresa la sonrisa de antes y todos sabemos quién la borró: el agua que empuja desastres. Recorrer las calles de los pueblos afectados es duro. Algunos, parecen territorios de guerra. No hace falta preguntarles a las personas cómo se sienten o qué perdieron. Sus miradas lo dicen todo, y los reportes también. Según Carlos Yáñez, jefe del Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci), hasta el 22 de marzo se registró las muertes de 69 personas, tras el paso del ciclón Yaku.
Grabiela Temoche Fernández estima que Piura ya no será conocida como la ciudad del eterno calor, sino como la ciudad de las eternas lluvias torrenciales. “Es cierto, que aquí llueve, pero no en esa magnitud”, compara.
“Las lluvias me han traído más de un dolor de cabeza. Cada quince días vendía plátano de mi chacra, pero con los aguaceros que hay a diario, el camino está puro barro y el carro de carga no puede entrar. La estamos pasando mal porque no estamos recibiendo el dinero que sirve para comprar nuestra comida. Yo sólo espero que las lluvias se vayan pronto”, anhela Miriam Tello Changanaqué, desde La Toma, un pueblo del distrito de Buenos Aires, provincia de Morropón.
Una cosa rara en el mar
Después de 40 años, un ciclón golpeó las costas del Perú. Esta vez, los especialistas del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi) lo bautizaron como Yaku, que en quechua significa agua. Nadie espera un evento de esas características, y en el Perú nadie se preparó.
“No estábamos bajo la presencia de un ciclón tropical típico como los que ocurre en el Caribe. Su detección fue el día 4 (de marzo), y ahí empezó su movimiento, acercándose hasta las costas del Perú. Lo más cercano que ha estado es 400 kilómetros, realmente bastante lejos, y de ahí comenzó su movimiento hacia el sur”, señaló el ingeniero meteorólogo Jonathan Cárdenas a RPP Noticias, a mediados de marzo.
Todo lo que se lleva
Cuando el río aumentó su caudal, no solo se llevó las chacras y animales que encontraba a su paso, también demolió las ilusiones que los agricultores pretendían alcanzar con las ganancias de sus cultivos. “Aguacerito, aguacerito, no te lleves mis sembríos, es mi esfuerzo y mi sudor, con qué comerán los míos”, posteó en su Facebook, don Manuel Antonio Pedemonte Domínguez, poeta nacido en Pamparumbe.
El río volverá a ser como antes; pero la tierra, no. Los campesinos no repetirán siembras porque todos sus terrenos se convertirán en arenales. Les toca empezar de cero, y no son los únicos. Piura y sus ocho provincias han sido y siguen siendo afectadas. Unas más que otras.
Período de tragedias
La activación de quebradas no solo se llevó vehículos, arrasó con algo más que ni todo el dinero del mundo puede recuperar. Sepultó vidas y dejó familias rotas.
Los huaicos levantaron pistas, trajeron abajo casas, enterraron automóviles y desaparecieron sitios turísticos, como Los Peroles de Canchaque, en la provincia de Huancabamba. Hay gente que solo se quedó con la ropa que vestía, y de otras, solo quedaron sus recuerdos. Los animales también fueron víctimas, unos han muerto porque se los llevó el agua, el lodo o porque les cayó un rayo.
A los daños materiales, heridos y fallecidos se suman los casos de dengue. Es triste que la Piura bonita, ahora se humille inundada y acorralada por lo que cae del cielo. Pero más penoso aún, es que registre más de mil casos de esta peligrosa enfermedad en lo que va del año, y que algunas familias se opongan a que las autoridades ingresen a sus viviendas a fin de realizar un control sobre esta infección causada por los mosquitos.
La vecina Grabiela Temoche vive en el centro de Piura y cuando debe cruzar el parque infantil Miguel Cortez el agua le da hasta la cintura. “En Santa María del Pinar y en otros lugares, los desagües colapsan. Esto es muy preocupante. Apenas estamos saliendo de la pandemia de la covid-19, y ahorita ya estamos enfrentando estas lluvias que traen enfermedades, más de las que ya tenemos”, advierte.
La pesadilla de El Niño Costero
Casas derrumbadas o a punto de caerse por tanta humedad, familias con baldes retirando el agua o lodo de sus casas, gente en sus techos tapando las goteras, personas cruzando los ríos crecidos para enterrar a sus seres queridos.
A quienes aún les quedan chacras, les toca arriesgarse y nadar contra la corriente. Unos lo hacen sin ayuda de ningún objeto, solo con sus extremidades, otros con flotadores, algunos en botes. Buscan la manera, y cruzan. Hay quienes pierden en el intento; pero, como en los momentos difíciles aflora lo mejor de la condición humana, varios piuranos han enfrentado sus miedos para salvar a sus paisanos de las crecidas de ríos y quebradas.
En temporada, las lluvias no tienen hora ni fecha en el calendario. Llueve en cualquier momento. No hay necesidad de anuncio, es decir, que el cielo se muestre gris para que se sospeche de que lloverá, porque, también, llueve cuando está despejado. La lluvia es indomable y una caja de sorpresas. Y no viene sola, sino acompañada de truenos, relámpagos y rayos. Parece una fiesta, pero de terror. En una sola noche cayeron sobre Piura mil rayos.
Huye de los rayos
En febrero de 2017, un joven de la provincia de Morropón murió por un rayo y una señorita resultó herida. Ambos se encontraban en el patio de una casa usando una laptop. Hoy, en el 2023, estos fogonazos no han apagado la vida de ningún ser humano, pero sí se han reportado daños materiales y la muerte de animales.
No se necesita ser niño para temer a los fuertes ruidos que emiten los truenos. Los adultos también sienten pánico. Claman que las lluvias se alejen.
Es la primera vez que Grabiela Temoche presencia tormentas eléctricas tan fuertes. “Me da miedo salir de casa, y encima, todas las madrugadas cuando termina de llover, tengo que levantarme para sacar el agua de mi sala. Una total pesadilla”, dice resentida.
La doble moral
Hay gente que apoya en los momentos difíciles; pero, también, hay quienes saca provecho de la situación. Desde grupos pequeños hasta grandes empresas socorren a los damnificados. Unos con dinero, otros con víveres y materiales de primera necesidad.
Los miembros de las municipalidades, autoridades que deberían dar ejemplo de solidaridad y demás valores, están siendo acusadas de no entregar el material brindado por el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) a los damnificados.
Pero el problema no sólo son los altos mandos. Los ciudadanos también han sido denunciados por hacer mal uso de los bienes recibidos por parte de las instituciones públicas: se hacen pasar por personas en situación vulnerable para luego vender el material, y encima acuden por segunda vez a los almacenes para recibir más apoyo.