Parix Cruzado, poeta trujillano, autor de los poemarios Veintiocho, Mar ulterior, Mútilos y Verás que esta canción es agonía, nos ofrece en esta ocasión un nuevo libro titulado sencillamente Poemas y editado por la revista de poesía y editorial argentina Buenos Aires Poetry.
Se trata de un libro extenso, si lo comparamos con sus anteriores trabajos, en los que apostaba por un lenguaje bastante breve y sencillo.
Es un libro en el que opta por poemas largos de estilo narrativo, lo que muestra un cambio drástico en su expresión con respecto a sus últimos trabajos poéticos.
Por la extensión de los poemas contrasta con Mútilos, libro que antecede a Poemas en la fecha de su escritura, no así en la de su publicación.
Como el nombre del libro lo manifiesta, los poemas de este conjunto son sumamente breves.
Es un libro en el que opta por poemas largos de estilo narrativo, lo que muestra un cambio drástico en su expresión con respecto a sus últimos trabajos poéticos.
Poemas de tan solo dos o tres versos, ya que fueron reducidos, podría decirse “mutilados” o podados como pequeños árboles, a su expresión mínima, para conformar no un poemario convencional, sino más bien una breve colección de imágenes construidas con escasas palabras.
El caso de Poemas es distinto. Se trata de una colección de cuarenta y nueve poemas donde el autor aborda los grandes temas de la literatura: la muerte, la vida, el amor; así como también el dolor crónico, las drogas, la autodestrucción.
Son, precisamente estos últimos, los que constituyen el hilo conductor del poemario. Una sibila, personaje de la mitología griega y romana a quien se le atribuía el don de la sabiduría y la profecía y a quien el libro está dedicado, es precisamente quien recorre las dos partes que conforman el libro, paseando al poeta adormecido por los analgésicos, tirado de la nariguera como una bestia en paz.
La primera parte, conformada por trece poemas, se denomina Dedicatorias y es el conjunto más breve. Los poemas son homenajes tanto a sus maestros, como él suele referirse a poetas que admira y con los que se acompaña en la estrechez de su pequeña habitación verde que él llama habitáculo.
También otorga ofrendas en esta sección a personas vivas que él disfraza convenientemente con ropajes antiguos e históricos. Sin embargo, debido a la ambigüedad de su expresión poética, la que se podría considerar como un artilugio que usa con frecuencia en este libro para conservar el interés del lector, nos es posible comprender que se trata de gente que habita el tiempo presente y a quien él desea homenajear.
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La segunda parte, titulada Poemas, como el libro, consta de treinta y seis poemas. Esta sección la pueblan sus maestros, poetas hispanos, latinos y también angloparlantes, a los que lee para distraerse del dolor físico que la sibila se encarga de mitigar no siempre con éxito. Sin embargo, el poeta agradece el dolor. A ello lo ayuda su fe ya que ha de tolerarlo como lo haría un faquir. Lo asume como el privilegio que le hace comprender el mundo y como lo único que evidencia que está con vida:
Acepto su palabra, se abren los cielos de la comprensión.
Recibo el gran privilegio de este crónico dolor.
Hay poemas sobre amantes y amores, algunos consumados, otros platónicos. El poeta recuerda con nostalgia a su yo adolescente cuando su amor era puro.
Lo compara con la violencia, que él llama “amor”, con que un enjambre de insectos arremetió contra su pecho desnudo en una ocasión. Pero mi amor, mi amor fue puro, dice.
Esto nos lleva a concluir que el poeta considera amor puro al que él trata de ofrecer desprovisto de corazas o defensas y sin goce mayor que el de dar.
Mas luego descubrirá otro tipo de amor: mundano, carnal, hormonal que, a pesar de ser relativamente placentero, lo deja siempre en lo que él llama: otra orilla despoblada de satisfacción.
Todo esto hace a este poemario un libro de amor, donde confluyen el amor al que él llama puro, tal vez refiriéndose al bíblico, desinteresado y altruista, el amor erótico, mundano y carnal, pero sobre todo, el amor a la poesía.
En casi todos los poemas, el autor dialoga con sus maestros. Son fantasmas que lo acompañan y de quienes aprende.
El poeta a quien más frecuenta es Robert Frost, o solo Robert, como él llama cariñosamente.
Sus lecturas las considera lecciones de poesía, aunque luego de ellas, como se expresa en uno de los últimos poemas, él se convence de que sigue siendo un aprendiz.
Y es que Cruzado intenta en cada uno de sus trabajos poéticos, dar un paso más allá. Dice:
…algunas cosas que quizá pudiera llevar un poco más lejos
(sin ambición ¿para qué intentar escribir poesía?)
No es trabajo fácil, pues, para un autor tan autocrítico y ambicioso como él dar un paso más allá. Su principal labor poética no consiste en escribir poesía sino en leer a sus grandes maestros. Estos hermosos versos dan fe de ello:
Si los acepto como maestros, lo son.
Sigo tras de ellos sin negar mi vida
dentro de la breve geografía a la que estoy confinado
y trato solo de ser yo con el grandioso privilegio
de saber leer.
Es un discípulo respetuoso, dócil y aplicado. No pretende revolucionar el lenguaje, ignorando o pasando por encima de sus predecesores. Prosigue:
Frente a ellos he aprendido a levantar el rostro,
a enfrentarlos con irreverencia jamás parricida,
porque deseo que sigan vivos para siempre.
Y así ha de ser mientras existan poetas como Parix Cruzado, capaces de seguir bebiendo de la magnífica y basta tradición poética universal.
Este libro es un artefacto de gran belleza gracias a ella. Saludemos el nacimiento de una nueva obra que enorgullece y llena de emoción a los muchos lectores que hemos seguido la evolución de sus letras de cerca desde hace ya buen tiempo.
Escribe por Gloria Portugal Pinedo