“Estaba convencido de que era imposible ser escritor en Perú, un país sin editoriales y con pocas librerías, donde los autores que conocía eran casi todos abogados que trabajaban en sus despachos toda la semana y escribían poesía sólo los domingos. Quería escribir todos los días, como hacían los escritores de verdad, y por eso soñaba con Francia y París”.
Mario Vargas Llosa
Mario, Marito, Varguitas. Mario querido. Mario odiado. El Nobel peruano. El peruano extraordinario. El provinciano que en plena dictadura militar del 50 se atrevió a algo tan simple como desafiante: creer en sí mismo, seguir sus convicciones, ser feliz.
Convertirse en escritor por el solo mérito de su talento sólo respaldado por su férrea disciplina.
Aunque eso implique el riesgo de dejar todo y empezar de nuevo en otro continente.
Pues sí, ese es el camino de lo extraordinario: dejar de hacer cosas ordinarias.
Abandonar el mundillo de la ordinariez. La llama de la pasión vocacional no se debe apagar y no hay que sacrificar nada si ella está en juego.
Ya lo decía Onetti: “Vargas Llosa trata a la musa literaria como a una esposa, a tiempo completo; yo la visito como a una amante”.
Ya lo decía Onetti: “Vargas Llosa trata a la musa literaria como a una esposa, a tiempo completo; yo la visito como a una amante”.
Yo no veo ningún misterio en el éxito de MVLl y conocer su biografía explica el porqué de la envidia enardecida, el odio visceral y el resentimiento hacia nuestro compatriota: un peruano emprendedor que, para colmo de su existencia, nació, de casualidad, arequipeño y es blanco, alto, bien parecido, exitoso, talentoso, millonario, liberal, marqués, Nóbel, tiene más de una nacionalidad, vive en Madrid (capital de la conquistadora España) y tuvo la suerte de estar en el lugar indicado, con las personas indicadas, en el mejor momento de su carrera, los 60, la década en que escribió sus obras más geniales.
Mario Vargas Llosa: simetría del azar
Aunque pensándolo bien, fue algo más que azar lo que acompañó a su suerte, Mario tenía las cosas claras: siempre quiso ser escritor y perseveró en ese sueño, he ahí su disciplina literaria y forjarse las condiciones para poder escribir, sobreviviendo primero, desarrollando mil oficios.
En un país plagado de escritores de izquierda (profesores, en su mayoría, que hubieran querido ser como él) acostumbrados a un sueldo fijo y a su zona de confort, y en el contexto de un medio literario mediocre, corrupto, argollero, olvidable, sin dejar de mencionar la proliferación de editoriales que ven la literatura y la organización de ferias únicamente como un negocio, ahí está Mario victorioso, autosuficiente, único, inalcanzable, siendo un ejemplo de lo imposible.
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Que sus triunfos literarios y el aniversario de su nacimiento sean una excusa para volver a esas cinco obras maestras que ha firmado en sus años de plenitud: La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la Catedral, Los cachorros y La guerra del fin del mundo.
Novelas imprescindibles para conocer su proceso creativo y las tramas que propone. Sin olvidar a ese otro grupo de novelas de alto valor y sus valiosos ensayos sobre García Márquez, Arguedas, Víctor Hugo, así como sus textos políticos.
Ojalá la vida le brinde muchos años con salud y lucidez a Mario, nuestro peruano inmortal.
Escribe James Quiroz (poeta y narrador)