Escribe Marcio Taboada Zapata
¿En qué momento el alcohol se vuelve un problema? Seguramente, cuando las botellas se han vaciado. Me miran y dicen que yo no era así, que me he corrompido.
Un borracho es buen amigo de la verdad. En realidad, es un cuerpo con cerebro y alma que se deshace de las inhibiciones gracias a la bebida. Entonces, la razón reside en sus bocas intoxicadas.
Sonrío, mientras los apuro a que decidan. No, no es totalmente cierto. ¿Acaso existe la seguridad absoluta? Se pelotean el turno. Es inútil. Parecen pordioseros y mi casa, su refugio. Hediondez. Somos los perdedores, desempleados y viciosos que sobreviven con ínfimos destellos. Los inservibles. Mi mundo por elección. Cruzan la puerta renegando.
Al parecer, la noche ha terminado. «¿Y tú, el escritor, el bohemio, te quedarás tumbado sin un trago?», pregunta Roxy, que se queda un rato todavía en el sofá frente a mí, y de inmediato sentencia: «Te aburrirás». Guardo silencio, la llamo con el índice; se sienta en mi regazo y le introduzco el dedo de la invitación como señal de que el aburrimiento es solo un invento, una excusa del hombre insignificante.
Un borracho es buen amigo de la verdad. En realidad, es un cuerpo con cerebro y alma que se deshace de las inhibiciones gracias a la bebida. Entonces, la razón reside en sus bocas intoxicadas
Se humedece. Siento su corazón en mi yema. Flotan en el aire restos de esperanza. El ambiente es amarillo. Se calienta. Responde por un momento al movimiento interno y, de repente, despega sus labios… Quiere una copa, le urge una copa; me abandona. «Vete, infausta mujer, anda tranquila, aún poseo las dos manos. Además, quiero orinar, he aguantado mucho».
Me incorporo, evito pisar a Lorena —niñita tonta e inconsciente— y resbalar con la plasta de cerveza y mugre. Llego antes de explotar. Apunto y suelto. El potente chorro rebota en el agua del inodoro; el «artista de la palabra» pinta una lluvia áurica en el baño. La escuela de Pollock. Vanguardista. Escupo y jalo la bomba.
En serio, estoy perdido. ¿Para qué seguir fingiendo? El genio que puede todo siempre y cuando sea con licor es un fraude. El genio que nunca lo fue. ¿Existo siquiera? Un poco de papel higiénico para limpiar la pared y otro poco para el cuarto.
Dejo caer mis ropas en una silla y me meto desnudo en la cama. Sábanas frescas, y sucias. Supongo que un dios, o lo que sea, me cuida de lejos. Acomodo mis carnes e imagino a la última dama decente en la que confié. Un arriba y abajo satisfactorio. «Ya ves, Roxy, el humano es ingenioso, incluso uno infeliz puede divertirse brevemente».
Vaya, el error está en todas partes: debí coger más cuadraditos. Sé que el amor es mucho mejor que el onanismo, pero ella, ¡cuánto la amé!, también se fue. «Tú no eras así», exacto, ese es el punto. La culpa es mía.
Suena el celular. Lo ignoro. Suena otra vez. No contestaré. Suena. Lo tomo. «Oye, sigues despierto, ¿no? Robamos un ron y bolsas con maní; volveremos. Se nos unen Silvia y Javier». «Okay, okay». Me visto, respiro y me siento a esperar.
Tenía que ser así: es muy temprano para que la noche acabe. Debería dormir, respetar los acuerdos. Cualquier día de estos la casera me bota: «No quiero verlo ni a usted ni a la tira de borrachines y putas que tiene como amigos». La entiendo, tampoco quiero verme ni verlos. Necesito otro tipo de ayuda.
Volverán pronto y esta chica que continúa… He olvidado tirar el portarretratos. Fue a propósito dejarlo ahí. Soy un pobre farsante. A menudo, poso mis ojos en la fotografía, en el recuerdo de lo que fue una familia feliz, mi familia feliz.
El viejo que anhelaba los números en mi vida, porque los guarismos dan plata, hijo, sé inteligente; y mamá que aconsejaba el disfrute de la profesión o el oficio, porque tienes que disfrutar lo que haces, hijito querido.
Y uno que goza de la escritura, que la literatura solamente, que la literatura nada más. Pero el gozo no es talento y la dedicación es una virtud que me desconoce. Mal, mamita linda, grave traspié, soy un pésimo escritor. Voy ganando años… ¿y las editoriales dónde están? ¿Cuándo aceptarán mis cuentos las revistas?
No me llamen escritor, mucho menos poeta, por favor, no lo hagan. La fantasía señala que me descubrirán algún día, desvelarán la efigie saturnina y devastada del hombre que deseaba crear la estrella, el libro de libros. Qué se le va a hacer. Es mi miseria. Yo elegí. «Hey, tío, abre la puerta rápido», ordenan. Ya están aquí. «Bienvenidos, adelante, adelante».
Silvia pasa apurada; se burla de Lorena, pequeña idiota, y va directamente al baño. Los muchachos ponen la botella en mis muslos y me miran como esperando aprobación. ¿Nuevo comportamiento? «Esta es su casa, caramba». Somos cucarachas. «Javier pensó que nos mandarías a rodar», me confía Carlos y luego a Javier: «Te dije que de ninguna manera, que este tío es el borracho de los borrachos». «Exageras, Carlos. Deberías dejar de robar, te meterás en líos». «¿Y Roxy?», pregunta Matías.
Fuertes sonidos fisiológicos provienen de adentro. Hacen gestos de asco y sorna. Incultos, yo soy diferente, un insecto con alas; espejeo por el foco vulgar. Imito el sonido de un pedo. Se carcajean. Soy el maestro de ceremonias.
Roxy deseaba alcohol mucho más que un polvo, ¿quién las entiende? Suspiro y brindo por la incógnita gigante que es el sexo femenino. Los chicos se quedan celebrando, mientras me levanto y voy a ver qué pasa con Silvia. De paso, giro el portarretratos. Algunas reminiscencias merecen respeto; he aprendido con la nostalgia y la pobreza. «¿Estás bien, Sil?» «Tráeme un vaso», me dice. Miro mi vaso: «Aquí lo tengo». «Entonces, pasa sin miedo». Sigue con los pantalones abajo, su piel morena crea un duro contraste con el blanco de los azulejos. ¿Por qué no dedicarme a la pintura? Le entrego su pedido. Bebe despacio.
No me llamen escritor, mucho menos poeta, por favor, no lo hagan. La fantasía señala que me descubrirán algún día, desvelarán la efigie saturnina y devastada del hombre que deseaba crear la estrella, el libro de libros.
«Quédate un rato, cuéntame cómo va la creación, ¿hay algo en camino?, conversemos, los de afuera son bastante sosos, ¿y tu ron?, mejor cierra, ellos no saben charlar, prefiero escuchar tu voz», dice.
Nada de literatura. Cero publicaciones, cero libros. Lo que se acerca es el punto final a una hoja en blanco. El olor es relativamente suave. Está estreñida, la mierda sigue en su interior. Abro el caño del lavabo, me mojo la cara. Pienso buscar otro lugar, aquí no se me ocurre ninguna historia interesante y el dinero escasea, imposible otro mes de alquiler.
¿No se me ocurre nada? Mentira: mi vida es un gran cuento… si la escribiera, podría tener una oportunidad. Título: El hombre que fingía ser un alcohólico para escribir y lo que escribió fue una resaca o La verdad del bueno para nada o Autocondena.
Es necesario estudiar mejores alternativas. «Creo que, disculpa si me equivoco, antes eras locuaz… ¿Esa que está tirada es tu mujer?», pregunta Silvia. «Claro que no». Y pensar que cuando conocí a Lorena, ella solo aceptaba agua; en tan poco tiempo puede degradarse el ser humano. Nuestras decisiones. Posiblemente se muera en mi pequeña sala. Será preciso alistarnos. «Es una conocida, una buena chica; lastimosamente, mezcla sustancias».
A dónde se han ido las esperanzas, ya nos las veo flotar en la atmósfera circundante. «Toma un poco», me invita extendiendo el vaso. Agarra papel. Sube su pantalón. Doy un sorbo: ron caro, por lo menos fue un hurto valioso. Qué me importa. Le acaricio una nalga antes de que se cubra por completo. Me besa la mejilla y dice que para otra vez quizá; ahora se lo prometió a Carlos.
Descarga el wáter. El desagüe solo arrastra el orín oscuro. ¿Cuántos rechazos puedo aguantar? «Descuida, últimamente los polvos soslayan mi persona». «Salud, vámonos». Se lava las manos, nos vemos en el espejo. Noto sufrimiento. Escalofríos.
«¡Eh, poeta, ven sírvete!», grita Matías. Aparecemos. La botella está en las últimas. «Qué me sirva qué, estúpido». La termino a gollete. «El que la seca… no la llenaré», les advierto. Mis bolsillos pesan llantos y pelusas.
Silvia les dice a todos que me dejen tranquilo con mi mujercita drogada. Caminan en fila india hacia la calle. Nos despedimos. ¿Por qué permito a esta gente en mi casa? «Vuelvan cuando quieran, pero traigan más néctar».
Golpeo con fuerza la puerta y Lorena se mueve. La coloco de costado. Mejor que la muerte no la abrace aquí. «Descansa, nena, sueña con ángeles abstemios, con el perdón de los pecados. Mereces ese milagro». ¿Nos salvaremos? La dejo ahí.
Me recuesto en la cabecera de mi cama. ¿Me he corrompido de verdad? Aunque se trate de un disfraz, aunque ignore la ebriedad, sí. Engaños. A estas alturas, ¿cómo saber? ¿Cuánto falta? ¿Y aquella que se llevó mi amor habrá encontrado al hombre que cumpla sus caprichos? Ojalá.
El teléfono suena. Tono de mensaje de texto. Lo tomaré. Suplemento cultural Vox Horrísona: «Hemos revisado sus relatos. Lamentamos decirle que no es lo que buscamos». Había dejado de mandar textos. En fin, esperaba aquellas palabras, respuesta a todos mis intentos.
Caerían bien un par de cervezas. Mi imagen, mi personaje. Solo eso. Porque solo una vez me he emborrachado… y ahora es cuando debería volver a ponerme hasta el culo, usando el argot adecuado.
Justo es en este momento que el alcohol se vuelve un problema: cuando ya no queda nada por vaciar. Oigo el vomitar que viene de afuera. Corro. «Lorena, desdichada niña drogadicta, no te preocupes por tus tripas en mi piso». La aprieto entre mis brazos y despejo su rostro. Cabellos largos y pringosos. «Lorena, muchachita en trance, te comprendo, ambos apestamos».
La retengo contra mi pecho, susurro una canción de cuna. «Duerme, pequeña, duérmete ya, que el viento sopla… Descansa por los dos, nena».
En la mañana, cuando el sol moleste a las alimañas, el escritor morirá con parsimonia. Por ahora, la noche se ha extendido.
Marcio Taboada Zapata nació en San Pedro de Lloc, capital de la provincia de Pacasmayo, La Libertad, en 1994. Es licenciado en Comunicación y Periodismo, egresado de la Universidad Privada del Norte (Trujillo). En 2020, fue uno de los ganadores del primer concurso de cuentos realizados por la Municipalidad Provincial de Pacasmayo. En 2021, publicó Sórdido, libro de relatos cortos que abordan zonas prohibidas de la naturaleza humana, por el cual, en 2022, durante el XIV Encuentro de literatura hispanoamericana Iván La Riva Vegazzo, la Casa de la Cultura y Turismo de San Pedro de Lloc lo reconoció como “Escritor joven revelación 2022”.
No es lo que buscamos, forma parte de su libro de relatos Sórdido.