A unos cuantos pasos de una esfinge de Cristo, resalta, en el suelo, el hueso de una persona. Es un hueso seco, largo. Es un fémur. Han pasado dos vecinos y han consentido que sí es una parte humana. En cambio, un señor que monta bicicleta duda. Se resiste.
A algunos kilómetros, el médico forense César Quito Santos recibe la imagen de la parte ósea en su celular y responde que sí es humano. “Debe ser del cementerio”, advierte.
El hueso apareció en un lugar emblemático de Trujillo cuando se habla de desastres por lluvias: Mampuesto. Es la frontera de El Porvenir y Florencia Mora, en la avenida Miraflores. Han pasado, seis días desde la última activación de la quebrada San Ildefonso y el lugar parece un campo de batalla: todo está revuelto.
En las viviendas no viven familias, sino víctimas. En la calle no anda gente, sino cargadores frontales, volquetes, y personas apuradas. El panorama no es de barrio, sino de charcos y lodo maloliente que hace insoportable la respiración.
La imagen de Cristo se eleva en un pedestal en la bocacalle. Hay imágenes religiosas que inspiran divinidad; esta, no. Parece una caricatura. Lo que es real e imponente es el fémur que está a vista y paciencia de transeúntes, choferes, autoridades, y que remueve el recuerdo de lo que ocurrió en 1998.
En ese año, cuando la quebrada San Ildefonso se activó, el agua se empozó en un cementerio informal, ubicado a pocas cuadras de allí. El dique que contenía el líquido reventó y gran parte del camposanto fue arrasado. Los cuerpos terminaron regados por medio Trujillo, incluso, cerca de la plaza mayor.
Ese fémur —parece de un varón de gran altura— estimula a concebir que la historia es una perpetua continuidad. Nada cambia en las tragedias en Trujillo. Las mismas quebradas, los mismos desbordes, las mismas víctimas, los mismos huesos.
Hasta los huesos
No es bueno para nadie que los huesos de un cadáver estén dando vuelta por allí. Al fin de cuentas, son restos en descomposición y agente de enfermedades que, con facilidad, pueden infectar a las personas.
Doris Tello regresa a casa con una bolsa de pan. Viste una blusa de tiras con el estampado gigante de un gato negro. “Esta agua que ven (viene) del cementerio. Acá hay resto humanos. Eso es de siempre”, dice para describir que en la calle Francisco de Paula Quiroz, en El Porvenir, a pocos metros de la esfinge de Cristo y del fémur, hay más materia cadavérica esparcida.
“Vivimos en constante miedo de que se venga de nuevo la quebrada y por la contaminación. Hay ratas, mosquitos. Tenemos hijos pequeños”, describe la mujer que lleva panes italianos y algunas ciabatas, el cabello en moño y una cartera cruzada.
Luego de la activación de la quebrada y la acumulación de agua y barro, el temor que brota son las enfermedades. Doris lo sabe y lo sufre: “Caminamos en medio del barro. No me puedo poner botas porque me ha salido alergia y las plantas de mis pies están todas cortadas porque hay vidrios, espinas. Hay de todo”, lamenta.
Saco de huesos
—Los huesos de mujer son gráciles.
Dice Patricia Bernardi, estudiante de Antropología, en el premiado reportaje El rostro de los huesos de Leila Guerreiro.
La palabra ‘grácil’ empuja a la imagen de fino o delicado y que transmite una idea de ligereza y armonía. El hueso que BuenaPepa encontró el jueves 16 de marzo, en Mampuesto, se distancia de esas nociones.
El fémur aquel es poroso, está empolvado y soleado. Es un hueso astillado, pero colosal. No proyecta el blanco clásico de la osamenta humana, sino la opacidad del tiempo y el descuido.
Cuando el hombre de la bicicleta se convence de que sí es un resto humano, entonces estima que pertenece a un varón y a un varón alto. El fémur de un adulto llega a medir 46 centímetros. Luego, retira su birrueda de la avenida enlodada y avanza por la vereda, que, también, está enlodada.
La palabra ‘grácil’ empuja a la imagen de fino o delicado y que transmite una idea de ligereza y armonía. El hueso que BuenaPepa encontró el jueves 16 de marzo, en Mampuesto, se distancia de esas nociones.
El fémur gobierna en el muslo. Es el único hueso en esa parte de la pierna. Su función es fijar todos los músculos que ejercen fuerza sobre las articulaciones de la cadera y de la rodilla. El hombre tiene 206 huesos. El fémur es el más largo de ellos.
“Suplicó tanto, que perdió la voz. Sus huesos empezaron a llenarse de ruidos”, escribió Gabriel García Márquez en Cien años de soledad.
El hueso de Mampuesto, también, hace ruido. Es un rechino de la fragilidad de Trujillo frente a las avenidas de agua. Cuando llueve en las cuencas, las quebradas se activen y todo pueden arrastrar; hasta muertos.
Ese hueso también es un silbido a la inoperatividad de la autoridad. Seis días después del huaico y de que los vecinos confiesen que los muertos andan por allí, nadie se asoma a levantar los restos con la urgencia de que se trata de objetos que pueden causar la muerte.
Ese fémur poroso es un eco y una voz y un griterío y un bochinche de que en Trujillo estamos condenados a repetir la historia, siempre y siempre.