—Me chocó. Me dio en el ego —habla en pleno llanto el escultor Pako Calderón.
La madrugada del 24 de enero, las cenizas recorrían la carretera Santa Rosa, cerca del río Moche. Seis desconocidos habían quemado el huaco erótico —el último atractivo turístico del Perú— y dejaron un mensaje para quien encargó su instalación, el alcalde Arturo Fernández Bazán: “No uses nuestra cultura con fines políticos”. Luego de las cenizas, en redes sociales se viralizaron más risas, más burlas y más acusaciones de las que ya había desatado esta esfinge nacida para la polémica. Además, dolor.
Dolor y lágrimas es lo que, semanas después, sigue mostrando el artista que trabajó más de cuarenta días para replicar a la perfección un huaco que se exhibe en el museo Larco, en Lima. Francisco Calderón, Pako, se quiebra al recordar lo sucedido con su primera obra a gran escala exhibida en el pueblo donde creció. Baja la mirada y llama a su perro Chimoc. Da la sensación de que necesita tocar una piel para calmarse. Recuerda el tiempo, el esfuerzo y la valentía que mostró para esculpir el huaco que despertó amores y odios. Y aún así, fue el último en enterarse del suceso. “Me chocó. Me dio en el ego”, repite mientras acaricia su perro calato.
Las oportunidades
La travesía hacia la creación de lo que era, tal vez, su obra más famosa, inició con la propuesta de una empresa privada. La idea de que su trabajo se exponga en la vía pública venía rondando su mente bastante tiempo. La oportunidad se presentó y no la desaprovechó. “Yo siempre me arriesgo, aunque tenga miedo. Hasta ahora todas las cosas me han salido bien”, comenta enérgico mientras mira a Chimoc que recorre su taller.
Luego de las cenizas, en redes sociales se viralizaron más risas, más burlas y más acusaciones de las que ya había desatado esta esfinge nacida para la polémica. Además, dolor.
Para la mayoría de artistas, lo más importante es exponer su obra en un museo, en cambio, para Pako es sentir que su talento conecta de forma mucho más cercana y sensorial con las personas. “Quería ver las reacciones de la gente. Mi intención era reivindicar la cultura de mi pueblo”. Así lo hizo, en cuestión de horas el arte Mochica ya se había convertido en tendencia mundial.
El huaco de la fertilidad fue instalado el primero de enero del 2022. De inmediato fue noticia mundial. “Moche: Inauguran huaco erótico gigante y se convierte en el nuevo atractivo turístico”, contaba el portal argentino Infobae. “Una estatua con un enorme falo es la nueva atracción turística de un pueblo peruano”, trasmitía la agencia española EFE.
Las personas se sentían liberadas y eso lo hacía sentir satisfecho a Pako. El esfuerzo, energía, desgaste mental tenían sentido. Aún así sabía que traería polémicas. “Las personas piensan que es algo morboso, que es muestra de adoración al pene; pero solo hice una réplica a gran escala de un huaco que ya existe y que es parte de nuestra cultura”, justifica.
Los moches, quienes vivieron, en la actual provincia de Trujillo, entre los siglos II y VII después de Cristo son considerados los ceramistas más antiguos del Perú. De su expresión artística, destacan los huacos retratos y los huacos eróticos. Sobre estos últimos, el director del museo Larco de Lima, Andrés Álvarez Calderón, y el arqueólogo Walter Alva, coinciden en que no representaban su vida cotidiana sino escenas rituales.
“Las personas piensan que es algo morboso, que es muestra de adoración al pene; pero solo hice una réplica a gran escala de un huaco que ya existe y que es parte de nuestra cultura”.
Progenitor, El Tuno
Su padre, el gran Eduardo Calderón, practicaba arte erótico desde los tiempos cuando Las Delicias era un mar de arena. Pako se quiebra al recordar al ‘Tuno’, apelativo que llevaba su progenitor en los años 70. Lo recuerda, al igual que sus hermanos, a quienes no ve hace tiempo. “A veces uno deja todo, se aleja de la familia por hacer lo que le gusta”. El tiempo para Pako lo es todo. “Lo bueno es que tengo una mujer que me entiende y acompaña”, valora y mira a su esposa con gran afecto.
En su hogar, el arte es el protagonista. Su pareja es artista como él. Pinta la mayoría de sus trabajos y lo acompaña en esta travesía. Su pequeño hijo también esculpe, y hasta su perro, sentado sobre su mesa, sirve de inspiración. Recostado en una silla de plástico en su taller de siempre, donde la magia cobra vida, vuelve a recordar, junto a su esposa Claudia, la noche del 24 de enero: una jornada negra en su carrera como artista. “Es como una herida en el alma”, dice. Hasta ahora no comprende qué pasó. Baja la mirada hacia sus manos, que en estos años han dado vida a decenas obras, muchas de ellas vendidas y expuestas lejos del Perú.
Aún recuerda su estadía en Europa, en donde se nutrió de puro arte. Alguna vez pensó en quedarse. Recuerda con nostalgia cuando uno de sus amigos le recomendó regresar al Perú: “Tienes que quedarte allá. Tienes una cultura tan rica para aprovechar. Acá (Europa) vas a perder todo eso”. Y tuvo tanta razón. “Uno no puede ir contra sus raíces”, reflexiona.
Distancia edil
Poco o nada se supo sobre los autores del atentado contra el huaco de la fertilidad. Lo que sí se evidenció es que su fama creció: se veneraban hasta sus cenizas. Siete días después, llegaron dos huacos para reemplazar al que ardió en llamas. Aunque él no participó en la elaboración, se siente orgulloso de haber abierto paso a las esculturas a gran escala en su país. “No puedo ser egoísta con artistas como yo”.
La comunicación con el alcalde de Moche voló como las cenizas del gigantesco monumento. “En situaciones como estas, es mejor alejarse”. Aunque tiene grandes proyectos vinculados a la cultura Mochica, descartó la posibilidad de esculpir otro falo de la fertilidad.
Y aunque el huaco que construyó ya no esté, algunas de las esculturas de Calderón se pueden encontrar en el pueblo de Moche, incluso, en Europa. Tiene mucha ilusión en todo lo que vendrá. Muchas personas lo buscan y admiran su trabajo. Desearía que los peruanos valoren más a los artistas y todo lo que hay detrás de una “simple pieza”.
Pako camina hacia la puerta de salida, se despide y sonríe. El recorrido por su taller ha terminado, pero no termina aún, sus ganas y pasión de seguir creando. El arte le dio todo, y quiere pasar el resto de sus días haciéndolo. Aunque también quiere hablar, contar historias y sobre todo, dejar huella.