“La sociedad de la nieve” (2023) es la adaptación cinematográfica basada en el libro homónimo del escritor uruguayo Pablo Vierci (2009) que, a la vez, incorpora el realismo vivencial del documental realizado por Gonzalo Arijón (2008).
Bajo la dirección española de Juan Antonio Bayona, el filme nos relata los 72 días agónicos de los sobrevivientes del vuelo 571, que se estrelló un 12 de octubre de 1972 en la cordillera de los Andes.
La convivencia, movida por la desesperación, entre los jugadores del equipo de rugby, sus amigos y familiares refleja los choques disruptivos sobre identidad, creencia y alimento en el escenario desolador de sus montañas, especialmente este último que recae en la figura de la antropofagia.
Sin recurrir a la morbosidad, Bayona se vale de escenas y fotografías modestas para retratar un tipo de canibalismo donde nuestros protagonistas y comensales poseen una consciencia ético-religiosa. Al final de cuentas, es la antropofagia uno de los problemas filosóficos más fundamentales de la humanidad.
Según Aristóteles, son tres las conductas negativas en las que incurre el hombre en cuanto a sus calidades de humano y no humano: el vicio, la incontinencia y la bestialidad, las dos primeras agotan la vida humana, mientras que la tercera concierne a la inhumanidad del hombre.
Pues el caníbal, quien posee una deformidad en el alma, no puede ser prudente sin ser bueno, debido que tiene deseos bestiales que gastan su capacidad social de interactuar los unos con los otros. En efecto, resulta ilusorio que los caníbales puedan tomar decisiones correctas sin ocasionar perjuicios contra ellos mismos y los demás.
Tal premisa aristotélica no se cumple en el filme de Bayona. Los tripulantes del vuelo frustrado a Santiago de Chile mantienen una discusión previa sobre el derecho de enajenación y el derecho de sobrevivencia; los cuales se resumen en que “nadie tiene el derecho de mutilarnos aun muertos”, así como “todos tenemos el derecho de hacer lo necesario para sobrevivir”.
Por supuesto, el tema de trasfondo es la extensión de la personalidad del cadáver. Así como refiere el poeta salvadoreño Roque Dalton, cuando llegue la muerte, se irá hombre, pero quedará la persona.
En el día 9 de la tragedia, un grupo de comensales soluciona el problema de la personalidad de una manera empática: se encarga de escoger el cadáver y seleccionar la parte del cuerpo a mutilar a fin de que sus demás compañeros ignoren a qué amigo perteneció el futuro bocado.
De esta forma, el estado de barbarie, la condición de bestialidad y la imprudencia son presupuestos errados para nuestros protagonistas, debido a que ellos, si cabe el término, son caníbales de acciones deliberadas, pese a la situación de hostilidad y asfixia en las que se encuentran.
Tal práctica canibalesca no difiere contra los dogmas del sello de la boca y el sello de la mano; pues la idea de sello sugiere cerrar las aberturas de los sentidos por donde suele entrar la tentación.
Por un lado, notamos que los encargados de diseccionar la carne humana de los cadáveres congelados no interfieren con el sello de la mano, puesto que no ejercen violencia contra un cuerpo que posee iluminosidad, sino que ya ha perdido el aliento de vida.
Por otro lado, los comensales propiamente dicho tampoco alteran el sello de la boca, dado que causa más dolor y pecado aquello que sale por la boca de lo que ingresa por ella. La calumnia, la blasfemia, el perjurio, por ejemplo.
Este enunciado se refuerza en la escena donde varios de ellos otorgan permiso sobre la disposición de su cuerpo en caso no puedan resistir al rescate y los demás sí logren el cometido.
Dicho sentimiento de caridad en el hecho de ofrecerse como alimento para la sobrevivencia del prójimo es una prueba de la ética del canibalismo: los tripulantes ahora antropófagos no tienen como virtud el individualismo, esto es, que la sobrevivencia personal prevalezca por encima de la colectividad, sino el carácter comunitario de salvarse todos juntos al momento de preparar el menú y convencer a los demás para que puedan ganar un día más de esperanza en las álgidas montañas sureñas.
Por último, el sentido de sobrevivencia con tendencia al canibalismo se encuentra éticamente justificado por la necesidad de salvaguardar el valor más preciado del hombre que es la vida en un contexto de tragedia que minimiza y vulnera la dignidad humana.
Recordemos que entre los pasajeros había padres, hijos, hermanos y, sobre todo, jóvenes de 20 años, quienes lidiaron con el presente y futuro de sus existencias.
Todo ello por el sentido de pertenencia, el lugar adonde volver y la familia que los espera; así que el alimento revestido de carne humana sirvió como único fármaco posible para la ensoñación.