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La mala educación de los buenos maestros

Hace algunos días, una de mis estudiantes me preguntó por qué, de entre tantas carreras, estudié para ser docente. Y esta pregunta la uno a otra que me hicieron cuando llegó una universidad a ofrecerles planes de estudio: “¿Cuándo se dio cuenta que quería ser profesor?” Y la memoria viaja, genera sus retornos, sus regresos, porque confieso que desde un principio quise estudiar Literatura, como todo hincha de las letras, en la universidad San Marcos, en Lima, pero las circunstancias, los días, el dinero, la vida, me lo impidieron. 

Y aquí el “pero debiste seguir tus sueños, te hubieras arriesgado” y tantas otras cosas que a veces funcionan, pero otras tantas no. Así que busqué opciones que ayuden a sobrellevar el camino añorado, porque lo mío tenía que ser con letras, nada de números, hasta ahora y por siempre jamás y ya. 

En la Nacional de Trujillo estaba la posibilidad de estudiar para ser docente de Lengua nacional y literatura, pero curiosamente ello no estaba entre mis planes iniciales: no imaginaba ser profesor ni una carrera que llevara ese formato. Recuerdo que de niño quería ser médico, pero luego el tiempo hizo que las cosas cambiaran. No logro recordar al cien por ciento cuándo decidí ser docente, en qué momento lo elegí ni el porqué. 

Creo que fue por rebeldía (¡ja!), tal vez, porque lo que sí en mi mente habita es la frase, lo dicho, la memoria de aquel tiempo cuando contara que quería estudiar esta carrera y el comentario que hasta ahora regresa con la misma intensidad: “¿Acaso tu cerebro no da para más?”, y aunque la herida ya no duele, el sentimiento sigue flotando como una grieta que gotea un líquido por recobrar. 

Fue así y de aquello ya varios años, pero considero que esa elección ha sido hasta el momento la mejor que pude tomar: no me veo haciendo otra cosa que no sea enseñando, estando en el aula de clases y sintiendo la adrenalina del día a día; no me veo detrás de un escritorio desarrollando un cargo o algo semejante, no: a mí denme una pizarra y un plumón o tiza y déjenme fluir. Y si bien suena hermoso, nadie te dice cómo será.

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Nadie te dice cómo va a ser esto, nadie te dice con todo lo que tienes que lidiar. Nadie te dice las horas extras que vas a hacer sin paga preparando las clases que algunas veces no saldrán como esperas. Nadie te dice de todas las terapias de psicólogo que debes brindar cuando por equis motivos algún estudiante se acerque a ti pidiendo una palabra de aliento, un momento de escucha. Nadie te dice las veces que tendrás que hacer de vigilante y seguridad cuando debas ir con tus estudiantes a algún lugar fuera del colegio, ni lo mucho que tienes que gritar haciendo barra cuando participen de algún campeonato. 

Pero considero que esa elección ha sido hasta el momento la mejor que pude tomar: no me veo haciendo otra cosa que no sea enseñando, estando en el aula de clases y sintiendo la adrenalina del día a día.

Nadie te dice que hay días en los cuales vas a cargar con mil y un cosas y aun así deberás sonreír y darlo todo porque para tus estudiantes eres y serás el profe que los motiva a seguir porque confías en ellos, porque crees en ellos, porque te sientes feliz gracias a ellos. Nadie te dice que deberás estar un paso adelante en todo porque tus estudiantes preguntan y preguntan y preguntan, y tú no puedes darte el lujo de siempre decir “no sé” o “de esas cosas no se habla”: ellos siempre van a tenerte como ese crisol inconmensurable de conocimiento, y por ese motivo no debes fallarles. 

Nadie te dice que a veces tendrás que privarte de salir un fin de semana porque quieren que los acompañes a algún paseo o campamento o porque a veces te sientes tan cansado que solo quieres dormir (ojo: cansado es factible, pero aburrido nunca). Nadie te dice que vas a terminar disfrutando de las cosas que ellos disfrutan, así como bailando los temas que ellos bailan o cantando los temas que ellos cantan. Nadie te dice que en algún momento en el que salgas para distraerte, terminarás hablando de las anécdotas de tus muchachos, de las ocurrencias que vives a diario, porque para ti no hay nada más divertido que pasarla en clases compartiendo, viviendo, enseñando y sobre todo aprendiendo. 

Nadie te dice que deberás tratar con algún padre o madre que siempre querrá tener la razón, o con algún jovencito que desconoce de límites porque en casa ningún adulto responsable se los da. Nadie te dice que tendrás que enfrentarte con algunos docentes que buscan denostar la carrera que amas con palabras como “pobresor” o ninguneando su propio trabajo so pretexto de la poca paga que reciben, cuando todo el mundo sabe, y más los docentes, que la nuestra es una carrera de servicio, de amor, de vocación, y no es su destino la de hacerse millonarios. 

Nadie te dice que habrá mucha gente que te mirará por encima del hombro, adjudicándose una superioridad imposible, queriendo minimizar nuestra labor y todo lo que con cariño entregamos. Nadie te dice que a pesar de todo amarás cada curso dictado, cada momento compartido, cada estadía en un salón en donde docentes y estudiantes son más que un grupo jugueteando las horas, más que personas sobrellevando la vida. 

Nadie te dice que cada día de clases tendrás esos nervios necesarios de no saber si harás o no una buena sesión, y por ello la expectativa, la emoción, esa incertidumbre que hace que sigas y que no te conviertas en una máquina que solo entra y repite tema tras tema tras tema, porque siempre habrá algo diferente, siempre habrá una virtud posible que te invite a sonreír. 

Nadie te dice que en algún momento vas a terminar con los ojos aguados gracias a alguna palabra que te digan, a algún presente que te entreguen, a algún abrazo que te den. Y todo esto sucede a pesar de que muchos docentes somos parte de esta mala educación que nos agobia y que hace que nuestros estudiantes digan que somos malos.

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Y es que es cierto: algunos docentes somos malos, somos los malos de la película. Algunos docentes son tan malos que no eligieron ser docentes, algunos postularon a educación porque no querían perder años o porque “bueno, qué me queda”, pero al final terminaron amando esta vida más de lo que se esperaban y se hicieron docentes con pasión, corazón y dedicación. 

Algunos docentes son tan malos que cuando se les ocurre alguna idea que pueden llevar al aula para mejorar sus clases, dejan lo que están haciendo, o con quien estén, para darle forma a esa idea que permitirá, tal vez, una sonrisa en sus estudiantes. Algunos docentes son tan malos que no quieren ser tutores de aula porque es un trabajo extra al trabajo que tienen: estar al pendiente de los estudiantes, de los padres, de la información que se debe compartir todos los días para que estén atentos de las novedades de sus hijos y del colegio, del cómo están, de su estado de ánimo, de los comentarios de todos, de la supervisión de los directivos, del llenado de notas, de los trámites, de todo; y a pesar de ser tan malos, toman esa tutoría y se desviven por ella porque le toman tanto cariño a un aula que no saben decir que no. 

Algunos docentes son tan malos que a pesar de que dan un plazo límite para entregar trabajos, saben que por ahí alguno que otro le escribirá pidiendo un tiempito más, una oportunidad extra, y se la dará, porque así de malos son. Algunos docentes son tan malos que repiten una y otra vez un tema cuando un estudiante se lo pide, porque sabe que algunos aprenden más rápido que otros, porque sabe que no todos tienen la misma disposición o porque entiende que vienen con mil y un cosas de casa que siempre necesitan no solo una, sino tal vez más explicaciones. 

Algunos docentes son tan malos que buscan siempre no llevar temas del colegio a casa, pero son lo primero que en la maleta aguardan, lo que el equipaje pesa, y dejan lo propio para después y lo de ellos en primera fila. Algunos docentes son tan malos que incluso utilizan sus días libres para solucionar algunos detalles de sus clases o de sus estudiantes, con la intención de tener todo listo y ordenado, todo en calma y sosiego. Algunos docentes son tan malos que a pesar de tener que soportar uno o dos estudiantes que suelen hacer la vida imposible, siguen creyendo en ellos y apostando a que todo mejora siempre y cuando en casa mejore todo. Algunos docentes son tan pero tan malos, que así el día haya sido el más pesado de todos, cuando les preguntas cómo les fue, sonríen con satisfacción y te responden que “bien, todo ha salido muy bien”.

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Sé que suena complicado, sé que suena difícil, y eso nadie te lo dice, mucho menos esos malos docentes, pero con todo ello, sinceramente no lo cambiaría por nada.

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Feliz Día del Maestro a todos mis colegas, a todos esos valientes que creen en un mundo mejor y que la educación es el único medio para lograrlo.

¡Salud!

Oscar Ramirez
Oscar Ramirez
Oscar Ramirez (Lima, 1984). Docente de Lengua y Literatura y promotor cultural. Viajero incansable, reside por largos periodos en Trujillo. Dirige Ediciones OREM. Ha publicado los poemarios "Arquitectura de un día común" (2009), "Cuarto vecino" (2010), "Ego" (2013) y "Exacta dimensión del olvido" (2019); y el libro de cuentos "Braulio" (2018). Finalista del Premio Copé de Poesía 2021.Contacto: oscarramirez23@gmail.com