Escribe Sandy Valeria Crespo Carrasco
“Que me falte todo, menos la salud”. Esta frase comenzó a cobrar sentido desde aquel día en el que todo parecía ir bien; pero el dengue llegó como bárbaros de Atila. Estaba sentada frente a la computadora, mientras el profesor dictaba la clase.
Empecé a soportar mucho frío, cuando la temperatura ambiente superaba los 30 grados centígrados, corrí a ponerme una chompa. Mamá me miró con rareza, pero no dijo nada. Volví a sentarme. Esta vez, los huesos empezaron a dolerme. Pedí una pastilla. Mamá salió a comprar una, al tiempo que yo luchaba para seguir prestando atención. No aguanté, apagué la sala Zoom y me tiré en la cama.
Cuando mamá regresó con el medicamento me encontró llorando. Lloraba porque mi estómago ardía por el fuego de la fiebre. Por ratos, el corazón se me aceleraba como si hubiese corrido más de mil metros. Sentía que iba a morir. Mamá me miraba sin saber qué hacer. Yo solo le pedía: a la posta no, mamá. Ahorita me pasa.
Empecé a soportar mucho frío, cuando la temperatura ambiente superaba los 30 grados centígrados, corrí a ponerme una chompa. Mamá me miró con rareza, pero no dijo nada. Volví a sentarme. Esta vez, los huesos empezaron a dolerme.
¿Qué creen? No me pasó, pero fingí que sí. No quería preocuparla. Le dije que apagara la luz de la habitación y prometí llamarla si empeoraba.
Me puse peor durante la madrugada, pero no le avisé. La cabeza me dolía con intensidad, y los ojos experimentaban una rara secuela: como si me hubiesen dado un puñete en cada uno. La enfermedad alarga las horas; hasta que al fin amaneció.
Cuando abrí los ojos, mamá me alcanzó otra pastilla y me limpió con pañitos húmedos. Yo estaba bañada de sudor, porque toda la noche me la pasé ardiendo en fiebre.
No hay cama para tanta gente
Mamá insistía en llevarme a la posta, pero yo me resistía. ¿Qué haríamos allá? Las camillas estaban llenas de pacientes. Mis tías contrajeron el dengue antes que yo, y nunca les entregaron los resultados de las pruebas que se realizaron a fin de confirmarlo o descartarlo. Era en vano ir. Eran muchos enfermos, para muy pocos enfermeros. No hay cama para tanta gente, por estos lares peruanos.
La mejor decisión era luchar en casa. No es que no confiara en los médicos, sino que tenía pánico acercarme a un hospital o a cualquier centro de salud. No quería toparme con las agujas.
El dolor de las articulaciones me impedía practicar hasta las cosas más sencillas, como estirar las manos y pies. Los músculos y el abdomen me dolían como si hubiese ido al gimnasio después de mucho tiempo. No en vano, al dengue se le conoce como la enfermedad rompehuesos.
Salía de la cama solo para ir al baño, y lo hacía con ayuda de mamá, porque no tenía el suficiente equilibrio, y cuando apenas caminaba el corazón galopaba como un caballo desbocado.
Era la primera vez que padecía por dengue y espero que sea la única. No pensé que iba a ser tan terrible. La calentura en mi cuerpo era permanente, y en las noches subía a niveles preocupantes. Mamá ponía paños fríos en mi estómago para bajar la temperatura. Solo hacía efecto unos minutos.
El tiempo de la enfermedad
Pasé siete días así de mal. Apenas hablaba porque me sentía extremadamente cansada de cargar con todos esos malestares al mismo tiempo. En los días siguientes, la fiebre desapareció por completo, al igual que los escalofríos; pero el dolor de ojos y cabeza se resistían a irse de mi cuerpo. Yo me la pasaba durmiendo porque no tenía fuerzas.
Cuando se cumplieron tres semanas, el cuerpo empezó a picarme. Era desesperante porque la picazón era interna. La pasé así tres días. También perdí el apetito y empecé a detestar hasta mi plato favorito. Cuando trataba de comer, vomitaba.
El dolor de las articulaciones me impedía practicar hasta las cosas más sencillas, como estirar las manos y pies. Los músculos y el abdomen me dolían como si hubiese ido al gimnasio después de mucho tiempo. No en vano, al dengue se le conoce como la enfermedad rompehuesos.
Lo único que podía ingerir era agua y suero. Así me mantuve por casi un mes. Pude haberme recuperado en menos tiempo; pero por mi terquedad de no visitar a un especialista de salud, padecí más de lo que la mayoría de personas ocupa en recuperarse (de siete a quince días).
En la cuarta semana, yo ya caminaba sola, pero había momentos en que el corazón volvía a acelerarse. Corría y me tiraba a la cama por unos minutos, hasta que me pasara. Luego seguía con mis actividades. A pesar de haber estado encerrada por un mes, mi piel oscureció y tenía algunos moretones en las piernas y brazos. Fue extraño, pero con el tiempo desaparecieron.
Había enflaquecido demasiado. Perdí unos cuatro kilos. Me sentía débil y mareada. Pero con el paso de los días, empecé a comer, y recuperé mi peso y mis energías. Quienes las perdieron fueron mis padres, ellos también se contagiaron con dengue después de mí, pero se recuperaron en una semana y media.
Estaban mejor alimentados. Tal vez fue eso. Ninguno de los tres acudió a un hospital. Hay mucha gente que prefiere curarse desde casa. A veces puede ser riesgoso.
Dengue: hacinamiento hospitalario
¿Qué sería de los hospitales si toda la gente con dengue acudiera a estos? La recuperación se alcanzaría más rápida y eficiente, pero no alcanzaría camilla para todos. Tal como se observa en el hospital Santa Rosa II de Piura. Algunos pacientes son atendidos en sus vehículos por falta de espacio. La buena noticia es que ya instalaron módulos para mejorar el servicio y la mala, es que los casos siguen aumentando. Los muertos, también.
Quienes hemos padecido de dengue clásico, hemos ganado la batalla; pero no la guerra. Cuando digo guerra, me refiero al dengue hemorrágico. Este es aún peor. Botas sangre por la boca, como también por tus partes íntimas. Es una enfermedad mortífera y el diagnóstico temprano, seguido de la atención oportuna, puede evitar la muerte, que, hasta finales de mayo del 2023, eran 131 las víctimas en el Perú, y 12 en Piura, según el reporte del Ministerio de Salud (Minsa).
El más poderoso de los dengues
El dengue hemorrágico es más frecuente en personas que ya padecieron dengue por un serotipo (infección primaria) y se infectan nuevamente (infección secundaria) con un serotipo diferente al que le ocasionó el primer cuadro.
Puede ocurrir hasta muchos años después de ocurrida la infección primaria, pero no implica, necesariamente, que toda infección secundaria conduzca a dengue grave. La infección primaria también puede asociarse a dengue grave, en relación a la virulencia de la cepa o a otros factores del hospedero, como comorbilidades o enfermedades crónicas.
Lamentablemente, es inevitable huir de las enfermedades, al igual que de los mosquitos, más aún, en una región como Piura, que hace poco fue golpeada por las lluvias, y ahora, acorralada por el Aedes aegypti; transmisor del dengue y amante del agua.
Perdí unos cuatro kilos. Me sentía débil y mareada. Pero con el paso de los días, empecé a comer, y recuperé mi peso y mis energías. Quienes las perdieron fueron mis padres, ellos también se contagiaron.
Este insecto viene atacando a 106 000 peruanos, la mayor parte concentrada en la ciudad del eterno calor, con 30 987 casos presentados hasta el 29 de mayo, de acuerdo al Minsa. En La Libertad, la enfermedad, también, golpea fuente a la población. El repelente, el espiral y los buzos pueden ser algunos de nuestros mejores aliados para evitar que las cifras sigan aumentando.
Un zancudo de esta especie, aunque parezca indefenso, resulta ser muy poderoso cuando ataca. Desde pequeños hasta ancianos. No tiene piedad de nadie. No tuvo piedad de mí.