InicioFruta frescaFrutero CulturalJosé Watanabe: el poeta de la mirada y el silencio

José Watanabe: el poeta de la mirada y el silencio

Hoy se celebra el 78 aniversario del nacimiento del artista que nació en Laredo y que desarrolló una prolífera actividad cultural en el Perú.

Un poeta es un observador. Con una sensibilidad distinta va por el mundo prestando atención a aquellos elementos que despiertan su efervescencia. Para algunos la mirada es interna, entre los intersticios del subconsciente; para otros, la vista se posa en las cosas del mundo y con ellas construyen una poética consciente y esclarecedora. 

José Watanabe fue uno de éstos. Un escritor “de un ojo meditativo”, como bien señala el también poeta Eduardo Chirinos. Este 17 de marzo se conmemoran setenta y seis años de su natalicio y no hay mejor manera de celebrarlo que, bajo el ejercicio de una mirada atenta y parsimoniosa, una que esboza las formas del sol de la mañana y la burbujeante botánica del mediodía. 

En un país de charlatanes, Watanabe era un hombre de pocas palabras

José ‘Chema’ Salcedo

Entre el humo de una hacienda azucarera y el cúmulo de ceniza que deja huella de su paso al caer del cielo, Watanabe vislumbraba el primer escenario de sus poemas: Laredo. En ese entonces, un pequeño pueblo al este de Trujillo con no más de seis calles y un par de campamentos obreros. Es indesligable la fuerte asociación del poeta con la naturaleza de la zona. A diferencia de sus contemporáneos, que en la década del 70, inspiraron su pluma en la poética de la calle y en los ruidos urbanos. Representantes de dicho estruendo eran los colectivos Hora Zero y Estación Reunida. 

Holístico
Watanabe es considerado un artista en todas sus letras. Su producción fue más allá de la poesía e incursionó en disciplinas como las artes plásticas, el guion cinematográfico, la producción televisiva, la literatura infantil, la historieta, el diseño, entre otras. Algunos de los elementos que se incluirían en sus tópicos característicos ya formaban parte de sus poemas iniciales, recopilados en su primer libro Álbum de familia, que le concedió el premio Poeta Joven del Perú en 1970. De esta manera, Watanabe comienza a ganar renombre en la escena literaria, circunstancia que no nublaría su característica mesura que lo hizo esperar dieciocho años hasta la publicación de su próximo poemario, El huso de la palabra (1989). 

José Watanabe es un poeta que merece el reconocimiento mayor de las letras en el Perú. (Foto: cortesía).

Las maneras en las que un poeta se abraza al silencio habla tanto de su ejercicio como de su carácter. En su caso, José fue un hombre paciente, modesto y de pocas palabras, una personalidad que adaptaría tanto de su madre, una mujer nacida en el valle de Chicama; como de su padre, un cultivado inmigrante japonés que llegaría al país para trabajar en las haciendas norteñas. A pesar de que un golpe de suerte cambiaría los rumbos de la familia Watanabe, pues un boleto de lotería les concedió un premio jugoso que les permitió viajar a Trujillo y a Lima, la migración y la recurrencia al lugar de origen fueron temas que comprometieron sus formas poéticas. 

Su manifiesta solidaridad no se despegó de su ejercicio poético, al que respondía con un lenguaje claro y sereno, pues siempre quiso que su poesía “tenga claridad, que ningún recurso formal los torne oscuros, por más inteligente que sea esa oscuridad. Y para mayor claridad me apoyo en una  línea  narrativa,  que  es  la  elevación  de  la  anécdota al conocimiento”, como expresa en su discurso de agradecimiento al homenaje de la Cámara Peruana del Libro en el 2000

Su primer contacto con la palabra fue a través de su padre, quien le leía haikus (poemas japoneses). Sentía una magia, una capacidad de sentir, de decir de sugerir muchas cosas con tan pocas palabras. Tal vez, ese sea un rasgo permanente en su escritura. Contenerse, ser diáfano, aparentemente, sencillo y, al mismo tiempo, tener la capacidad de decir muchas cosas ocultas y de señalar misterios o aspectos  de la realidad que casi no pueden expresarse con la palabras, pero que están allí.

Carlos López Degregori.

En un territorio donde prevalece el campo y la naturaleza, la mirada no puede hacer más que reposar, se torna suave y delicada. “En medio del pleito de pollos y patos de corral”, como reconoce José, su padre le introdujo a lo que quizás sea uno de los estilos poéticos donde la contemplación es característica esencial: el haiku. Si bien es cierto que las líneas de Watanabe exceden los habituales versos de 5, 7 y 5 sílabas de la tradicional poesía japonesa, hay ciertas remembranzas en el tono y las formas en las que dispone del silencio. “No se puede amar lo que tan rápido fuga. / Ama rápido, me dijo el sol. / Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino, / a cumplir con la vida: / Yo soy el guardián del hielo.” Se construye, entonces, un testimonio conciso con el empeño y la delicadeza de un trabajo artesanal, que a primera vista pueda parecer sencillo, pero que esconde el trabajo ambicioso y pulcro en cada una de las palabras escogidas. Maneras de responder a una emoción huidiza, a una verdad sensorial que intenta ser universal, con todo y con lo que guarda en las oscuras fauces del silencio. “Los versos que irreprimiblemente tarjo / se llevarán siempre mi poema.”

La delicadeza con la que trata la palabra también le es útil para enfrentar la muerte. En 1986, a José le es detectado un terrible cáncer que consumiría su vida hacia abril del 2007. La lucha, que le llevó cerca de dos décadas, concedió en el poeta espacios de encuentro con su propio cuerpo, otro de sus temas predilectos en su poemario Cosas del cuerpo (1999). En una entrevista declara que su muerte sería ideal si ésta llega en forma de un cuerpo que se disuelve junto al paisaje, una bella imagen que recuerda a su poema El lenguado, donde se refiere a la forma de peculiar pez: “A veces sueño que me expando / y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande / que los más grandes. Yo soy entonces / toda la arena, todo el vasto fondo marino.” 

José Watanabe fue un niño dotado con una imaginación vasta y una mirada aguda, que se consagraría en su obra poética. Su don especial para la observación se fue tejiendo en sus primeros años al contemplar las cenizas de la caña de azúcar y ver en estas formas de objetos y animales.

Ricardo Flores Sarmiento.

Su conciencia del yo nunca redundó en el patetismo y su pluma guarda la templanza de un haiku bien logrado, razones que lo vuelven una figura clave de las letras regionales y latinoamericanas. Un poeta a quien le debemos la gentileza de haber mirado entre las figuras de la vida, de tocarlas con una huella tan lúcida e imperceptible que las dejó con su transparencia inicial: un referente de la verdad que la alumbró con el brillo exacto para no disolverla. 

Jesús Pinedo Montañez
Jesús Pinedo Montañezhttp://Montañez
El mango nunca fue su primera elección. Mientras cursaba la secundaria convenció a la familia de que se dedicaría a las ciencias médicas. No obstante, una fervorosa pasión por la escritura, las humanidades y las artes, terminaron decantándolo por la versatilidad de las comunicaciones. Hoy, a puertas de egresar de la carrera, no se arrepiente de haber esperado a que el periodismo sea como el mango, su dulce e inesperada fruta favorita. Con atisbos de narrador, escribe para conocer el mundo y para contar las historias que lo hacen entenderlo.