Escribe David Novoa
Con Joe Guzmán nos conocimos hace algunos años, antes, incluso, de vernos las caras, porque a quien traté primero fue a su papá, mi querido amigo don Foster Guzmán.
Foster era un amante de las letras, pata de los escritores de Trujillo y querido por todos ellos. Estudió con algunos en la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), lazo que —afortunadamente— no se deshizo cuando concluyeron esa etapa, así que se siguieron viendo y en el lapso de estos cambios y mudanzas, los escribas más nuevos nos empezamos a frecuentar con los veteranos: Luis Eduardo García, Carlitos Celis, Santiago Salazar Mena, Rasu Ñiti, Carlos Méndez, Domingo Varas Loli y toda la variopinta fauna intelectual trujillense.
Estos encuentros se instauraron oficialmente cuando el Foster inauguró un bar en Las Quintanas —al que llamó El Foster— y las almas de varias generaciones de poetas, periodistas y pintores acudíamos a su local sedientos de sabiduría.
Su point se convirtió así en el punto de encuentro de la bohemia trujillana a inicios del 2000.
“¡Vámonos al Foster!!!”, era nuestro lema. Lo gritábamos exacerbados junto a los escritores de otras ciudades cuando ya nos urgía decir salud. E íbamos y conversábamos con él, no solo de literatura —que era de lo que más se hablaba allí—; sino de la rica vidú y sus tejes y manejes, y saboreábamos así, copa en mano, la fraterna benignidad de su alma: sucede que fiaba nuestro buen Foster.
A pesar que, actualmente, ya no habita esta dimensión, sus amigos atesoramos su recuerdo y el de la época entrañable que compartimos, y, por otra parte —y con esto ya voy entrando al tema—, su conexión con el mundo de los escritores dejó pendiente una promesa que ha empezado a florecer entre las voces destacadas de la región: su tercer vástago varón, el escritor y poeta Joe Guzmán.
Joe asumió como un atavismo natural la filiación de sus genes con el universo de las letras y tuvo que aceptar —al igual que cualquier poeta del orbe— que sus intereses más importantes estarían ligados para siempre a la lectura y a la escritura, actividades legadas por nuestro recordado Foster en una conexión psíquica que se manifestaría de manera misteriosa.
Yo soy la crítica
“Gaspar había heredado los desarmantes dolores de cabeza de su familia…”, dice el primer epígrafe de Anfetanimas y otras dosis, citando a la argentina Mariana Enríquez.
Este texto inicial anuncia su vínculo dolorosamente sensible con la creación literaria legada por su padre.
Precisamente, el segundo epígrafe afina nuestra percepción:
“En cuanto a la crítica, pienso que es una de las formas más modernas de la autobiografía: alguien escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas… el crítico es aquel que construye su vida al interior de los textos que lee. La crítica es una forma de la autobiografía”, nos dice Ricardo Piglia, proponiendo una consubstanciación entre el autor y su oficio que Joe abraza orgánicamente y nos presenta su libro de ensayos más que como una disciplina intelectual, como un destino, una vocación y una obsesión: como el testimonio de vida de un lector visceral.
Y así llegamos a Anfetaminas y otras dosis presentadas por dos estos epígrafes como un libro escrito más para el mismo autor que para sus lectores, a pesar que, bien podrían éstos beneficiarse —como lo he hecho yo— al leerlo.
Son textos que Joe ha digerido a lo largo de años de lecturas y que han configurado un mundo personal rico en información, con brillo propio entre las plumas jóvenes de Trujillo y con el que le ha dado cara al reto de discernir la calidad de los autores de su generación, además, de acercar escritores ya consagrados a nuevos lectores.
Los todos de Joe Guzmán
En las primeras páginas nos encontramos con las conexiones de Antonio Gramsci y Roberto Arlt en Buenos Aires, Argentina, y de Gamaliel Churata y Carlos Oquendo de Amat en Puno, Perú, y me he nutrido con algunas disquisiciones sobre su ambición de hacer con su obra lo que todo gran escritor anhela lograr para su país (y para el mundo).
Luego desarrolla su admiración por el ‘horazerista’ limeño Jorge Pimentel, cuya voz es una tromba, potente y arrasadora, y allí mismo continúa —ya no tan admirado— con David Novoa, Carlos Tataje y con otros juguetones poetas de barrio.
Joe asumió como un atavismo natural la filiación de sus genes con el universo de las letras y tuvo que aceptar —al igual que cualquier poeta del orbe— que sus intereses más importantes estarían ligados para siempre a la lectura y a la escritura.
Anfetaminas y otras dosis contiene una serie de autores que van desde los ya mencionados hasta Manuel Scorza, Juan Morillo Ganoza, Andrea Cruzado, Boris Espezúa, Luis Valcárcel, César Vallejo, entre los peruanos, y Jose Donoso, Scott Fitzgerald, Richard Ford, Juan Carlos Onetti y Frizt Zoom, entre los extranjeros.
Todos ellos navegan en un maremágnum de ideas que nos aclaran el sentido de sus obras, sin que importe la jerarquía en que estos nombres han quedado instalados en el canon mundial.
Anfetaminas y otras dosis es un libro que sirve —al igual que el didáctico Tan Frágil Manjarde Luis Eduardo García—, para acercarse a ciertos autores (aunque en el caso de Guzmán con una postura crítica más afilada con algunos de ellos).
Otros escritores trujillanos que también han dedicado páginas a opinar sobre sus colegas son James Quiroz —el más beligerante de todos—, Bethoven Medina —empeñado en la difusión y valoración— y Saniel Lozano que se ha enfocado en autores de provincias. Joe Guzmán se ha atrevido —siendo el menor de todos ellos— a expresar su opinión sobre la literatura —y lo más loable aún— a tener una.
Para terminar quiero acudir por última vez a la vida —el más importante libro que todos leemos y escribimos—, a este campo de batalla donde nos hemos cruzado con Joe algunas veces, tanto en los afanosos ajetreos con que competimos por una bella jovencita, o en las epístolas con las que intercambiamos opiniones de nuestras obras, o en la amable recepción con que Joe me acogió en el colegio donde enseñaba: en todos esos momentos él ha sido lo mejor que puede ser un escritor comprometido, dedicado y loco: ha sido siempre una buena persona.
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Anfetaminas y otras dosis es una obra publicada por Discultura de Luis Quispe Palomino. El libro se vende a 30 soles y los interesados pueden comprarlo, a través, de las redes sociales del autor, el editor y la editorial.
La presentación se celebró el sábado 27 de mayo por la noche el Centro Cultural del Banco de la Nación, en el centro de Trujillo.