Fito Páez se ubicó en el escenario sin ningún artilugio que amplificara su voz. Su conciert Solo piano ya era de una orfandad hermosa; pero en ese instante, a centímetros del público, de pie, con sus zapatos oscuros, su pantalón azul y su polo salpicado de matices rojos, dimensionaba la soledad —la belleza de la soledad— y se mostraba como le gusta sentirse ahora en sus conciertos: un chamán.
Fito Páez compuso Yo vengo ofrecer mi corazón en una mañana-tarde. Terminó exhausto y feliz, pero sin entender a plenitud lo que significaba la letra ni la melodía de su creación. Con los años fue descubriendo la trascendencia del tema. Yo vengo ofrecer mi corazón es una frase poderosa y una canción legendaria. La grabó Mercedes Sosa, Pablo Milanés, Gilberto Gil, Tania Libertad, entre otros. No es rock puro, sino una fusión de zamba argentina. Forma parte del histórico disco Giros (1985) y el último miércoles, su autor la hizo latir a capela en el teatro Víctor Lozano Ibáñez de la Universidad Privada Antenor Orrego.
Conmovedor. El artista enfrentándose al público sin más armas que su garganta ya inflamada. “Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”. Fito brindando su talento en estado natural, como las gemas que ya no necesitan pulirse. El artista, que el 13 de marzo cumplió 56 años y con más de 45 discos en el mercado, el huérfano de madre desde los ocho meses de vida, el tipo que lleva lentes desde los 14 años, el hombre que sufrió el salvaje asesinato de su tía y abuela que lo criaron, cantaba solo con su cuerpo en la noche trujillana.

Parecía más flaco y a punto de quebrarse cuando llegaba a los giros de un tema que palpita porque “es un bien de uso espiritual”. Fito entregado a un público entregado, a una ciudad que en junio del 2014 fue ingrata (menos de mil personas asistieron a su concierto en el Mall Aventura Plaza), pero que ayer se mostró generosa y agradecida por la visita de una estrella como él.
¿Tenía planificada una interpretación así o se le ocurrió cuando volvió al camerino? Fue lo más íntimo de su íntimo ‘show’, que ha recorrido medio mundo para ofrecer sus temas en la forma más pura y que van apareciendo de acuerdo a como interactúa con el público. ¿Ayer ocurrió algo que a Páez lo motivó a cantar al natural?
“Mira, Trujillo, hacela fácil”, pidió, minutos después, cuando interpretaba Dar es dar. El argentino, además de cantar, se esforzó en enseñar. Primero se molestó cuando en 11 y 6, el público cantaba y aplaudía. “Es un bodrio”, se quejó porque las palmas no sincronizaban y arruinaban su creación. “Sigan mi pata”, ordenó para guiar el sonido de las manos al tiempo que levantaba y pisaba con fuerza el piso como si tocara el bombo de una batería.
Pero sus arrebatos de pedagogo se extendieron cuando antes de interpretar Maturana, una zamba argentina, lanzó un mensaje para todo el mundo; pero, también, para los esclavos que estaban, en ese momento, enterrados en sus inteligentes celulares. “No todo es internet. Hay un mundo allí afuera y unas estrellas hermosas que nos siguen mirando”.
Arranque
El concierto empezó minutos después de las ocho de la noche con El mundo cabe en una canción, tema que le da el nombre a su disco del 2006. Luego continuó Naturaleza sangre de su producción del 2002, aquella que lanzó luego de su separación de la actriz Cecilia Roth.

Fito recordó cuando escuchó por primera vez a Joaquín Sabina, con quien, años después, libraría una amistad-guerra tan fecunda que duró lo que duró grabar Enemigos íntimos(1998). De ese disco vocalizó Llueve sobre mojado. “Fue lo primero que hicimos; seguramente no será lo último”, avisó para aclarar que la bronca ya pasó y que los aires de que volverá a trabajar otra vez con el español soplan más fuerte.
Cantó Tu vida mi vida, Dos días en la vida y 11 y 6.
“Vamos a jugar un poquito”, anunció luego de un sorbo de agua. “Yo nunca trabajé, entendés. Yo siempre jugué”, dice como un privilegiado. “Gracias, por dejarme jugar tantos años… lo seguiré haciendo por ustedes”, promete y el piano Steinway & Sons del teatro trujillano anuncia que viene un popurrí: She’s Mine, Tus regalos que deberían de llegar, Cable a tierra, Tema de Piluso y El Amor después del amor.
Fito se regaló un solo de piano, para luego emocionar con Tumbas de la gloria, un tema que habla de muertos pero que es una oda a la vida.
La emoción se disparó cuando confesó que, gracias a su padre, quien escuchaba a Chabuca Granda, conoció los ritmos peruanos; pero fue el virtuoso guitarrista Lucho González quien lo zambulló en nuestra música que es “complejísima, bellísima y sensual”. Todo se alineaba para que venga Tu sonrisa inolvidable, pero decidió interpretar Detrás del muro de los lamentos.
Luego irrumpieron tres pesos pesados: Un vestido y un amor, Brillante como un mic y Mariposa tecnicolor.
Fito regresó al camerino y unos minutos después salió hasta el borde del escenario para ofrecer su corazón a capela. Cuando terminó siguió dadivoso. “Quién dijo que todo está perdido. Punto. Yo. Punto. Yo vengo a ofrecer, también, mi corazón en Trujillo”.
Cantó Dar es dar y luego ese himno de Diego Maradona que nunca compuso para Diego Maradona, Dale alegría a mi corazón. Y se fue. Sí, faltaron canciones. Muchas, pero la historia no entra en una velada de apenas una hora con veinte minutos.