Escribe James Quiroz
Hace unos días, una amiga que había sido fiscal penal titular por más de ocho años y desde este mes trabaja en la Contraloría General de la República me comentaba, emocionada, el trato que había recibido el primer día en su nueva institución.
Le brindaron una cálida bienvenida y hasta recibió una emotiva carta por parte del área de recursos humanos. “Lo que me ha llamado la atención es que el trato aquí es muy horizontal”, me confesó.
“Sin importar sus cargos y sus jerarquías, todos se llaman por su nombre y hasta te corrigen si los tratas de ‘doctor’ o antepones el cargo al llamarlos. Todos querían ayudarme y orientarme. Es un compañerismo que es nuevo para mí”, continúo.
Siendo yo fiscal penal en ejercicio, de inmediato recordamos cómo había sido nuestros inicios como magistrados. Sin duda, muy distantes a lo reseñado por ella en sus primeros días en la Contraloría.
Enseguida comentamos el contraste advertido con instituciones tan innecesariamente solemnes y jerárquicamente organizadas como el Ministerio Público o el Poder Judicial, en donde, aún, persiste ese obsoleto sentido de verticalidad amparado por, el mal llamado, principio de autoridad; muchas veces mal ejercido.
Tal vez, el Ministerio Público (fiscalía), más que el Poder Judicial, sea una de las instituciones, que, debido a su estructura jerárquica y a las características propias de la labor, el trabajador carece de iniciativa, tiene escasos márgenes para el error y convive en una cultura del miedo y el apercibimiento, encubierta en el manto legal del principio de autoridad, la verticalidad y el control permanente.
Enseguida comentamos el contraste advertido con instituciones tan innecesariamente solemnes y jerárquicamente organizadas como el Ministerio Público o el Poder Judicial, en donde, aún, persiste ese obsoleto sentido de verticalidad amparado por, el mal llamado, principio de autoridad; muchas veces mal ejercido.
Puede ser que, por la cantidad enorme de recursos humanos que administra y su propia naturaleza, el Ministerio Público no ha priorizado el aspecto humano de sus miembros, por satisfacer sus necesidades.
Al contrario, son instituciones en donde prevalecen las metas, la producción y las estadísticas, antes que brindar mejores condiciones a los servidores y funcionarios; incluso, en desmedro de su salud emocional. En otras palabras, estos trabajadores se convierten en ‘mano de obra’ fungible, útil para alcanzar los fines de la institución.
La visión caótica, laberíntica y sombría de las entidades públicas ofrecida por Kafka en su novela El proceso es, más que un mito o una idealización, un síntoma de que se ha deshumanizado la labor en los organismos de administración de justicia.
Y es lamentable, ya que la falta de empatía y de incentivos, más la mecanización, debido a la elevada carga laboral, ponen en jaque a aquellos buenos cuadros —aunque sólo se puedan contar con los dedos de las manos— que aún conviven en la institución, con la evidente repercusión que ello trae en la imagen —que coincide con el estereotipo—, y en la calidad del servicio, tantas veces señalada por la sociedad civil y los medios de comunicación.
No se puede ser tan cínico como para invocar la vocación o la mística, cuando las condiciones no son las propicias para desarrollar un trabajo eficaz. Decía un catedrático español, al cuestionar el poco nivel crítico de las universidades españolas: quienes trabajan en las universidades y en otras instituciones públicas son aquellos que no son útiles para hacer otra cosa.
Esta opinión podría calzar perfectamente en algunas entidades públicas con las características antes anotadas. Hay algo de resignación en permanecer en una institución, en la cual tu valor se mecaniza y se mide en porcentajes de productividad y en donde trabajar horas extras es una pauta normalizada por el propio trabajador, sacrificando incluso tiempo de calidad con la familia; en donde se priorizan las lealtades gremiales y no los afectos genuinos; en donde se prefiere la estabilidad económica a un estado real de bienestar, aún a costa del silencioso estrés.
Mientras subsistan estas condiciones estructurales, en las cuales se desestime el inmenso valor humano, la entidades que conforman la administración de justicia verán mermadas sus capacidades y posibilidades de brindar un servicio óptimo conforme exigen los tiempos.