Escribe Felipe Blackwood Ezquerre
La princesa cayó al suelo ahogando un grito. De la herida recién hecha, la sangre empezó a brotar, primero como finísimos hilos; luego, a manera de horrible manantial.
Alcatena, el pirata, no se conmovió. Envainó su espada y concluyó su propósito: inclinándose hacia el cuerpo agonizante de la joven, remedó una venia y arrancó el collar de oro de su cuello.
Bajando por las escalinatas del palacio se colocó el medallón y sonrió al mirar la plaza y alrededores de la isla de Guénon. Sus hombres saqueaban, saliendo de todo recinto con cofres repletos de gemas, reliquias, telas y víveres. Las casas y templos caían bajo el fuego implacable y de todas partes la sangre de los habitantes llegaba hasta las orillas del reino para diluirse en el mar.
El pirata, no se conmovió. Envainó su espada y concluyó su propósito: inclinándose hacia el cuerpo agonizante de la joven, remedó una venia y arrancó el collar de oro de su cuello.
En medio de risas salvajes y cantos obscenos, los piratas zarparon. Lentamente la nave inició su alejamiento de la isla; algunas monedas de oro y plata cayeron al mar cuando el galeón se movió, pequeñas pérdidas que evidenciaban las riquezas descomunales que saturaban el barco.
Atrás quedaban los escombros de un reino magnífico. Horas más tarde, a varios kilómetros de distancia, Alcatena podía volver la mirada y reconocer todavía una densa humareda, la cual a ratos hacía pensar en un torbellino de almas que ascendían desesperadas, buscando sosiego en el cielo.
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Caía la tarde. El firmamento se desprendía del sereno color de horas anteriores e iniciaba la exposición sofocante del rojo, mensajero de la oscuridad. En sus aposentos, disfrutando del vino y de las riquezas obtenidas, Alcatena, el pirata, observaba con detenimiento.
Era un medallón muy extraño. Quizá un blasón familiar. Hasta el mismo oro del que estaba hecho poseía un atributo particular, difícil de definir. ¿Qué forma representaba? ¿Y aquellos dos pequeños rubíes incrustados en medio? Todo era un enrevesado de líneas… ¿Un laberinto? ¿El mapa de algún lugar inexistente? ¿Tal vez solo un montón de vísceras?, pensó sonriendo con ironía…
¿O acaso una serpiente?
Alcatena cayó de su lecho expulsado por un golpe violentísimo. Rápidamente innumerables ideas cruzaron por su cabeza. ¿Qué podía ser tan fuerte como para haber destruido las ventanas de su habitación y hacer que las cosas que en ella se encontraban, pesados tesoros incluso, salieran disparadas por el aire? ¿Contra qué había chocado su barco en ese instante? Los gritos y pedidos de auxilio que venían de cubierta no ayudaban a aligerar la preocupación.
Tomó su espada y salió a ver qué estaba pasando…
A cientos de kilómetros de ahí, en la cámara principal de un palacio destruido, empapada de sangre y levantándose sobre las rodillas que pronto se quebrarían incapaces de soportar más la pesada carga de la muerte, la princesa repitió el llamado que segundos antes había lanzado por primera vez:
Mi corazón te reclama
Antigua fuerza de Dios,
De tu lecho profundo y azul
Emerge magnífico
Y vuelve a mirarme:
El festín está dispuesto
Y yo espero en silencio.
Y murió.
****
Alcatena sintió miedo. Salió a cubierta y una deforme multitud de cuerpos mutilados lo recibió. ¿Qué poder había sido capaz de arrancar los mástiles de cuajo, haciendo desaparecer todo el velamen y el castillo de proa? El agua se filtraba a gran velocidad y entendió que solo era cuestión de minutos para que la nave se hundiera.
Fue cuando lo vio.
Apareció de súbito, emergiendo del mar, creando con su aparición olas inmensas que terminaron de hundir la nave y cuanto había en ella. Solo Alcatena, aferrándose a un madero e incapaz de dar crédito a sus ojos, pudo ver durante un momento, que sintió interminable, al artífice de su desgracia.
A unos metros de él se alzaba una criatura gigantesca, un animal de pesadilla, una serpiente, un dragón, el portento más escalofriante que jamás creyó imaginar, en cuyos ojos, rojos e incandescentes, reconoció la mirada de una lejana princesa y las gemas resplandecientes de un antiguo medallón. Abriendo sus fauces, la bestia precipitóse hacia el pirata haciéndolo desaparecer en un remolino descomunal.
Durante un instante todo fue quietud. Mar y cielo. La expansión del silencio se detuvo cuando la titánica serpiente irrumpió otra vez.
Entonces se alejó de allí. Tenues olas se formaban a su paso y a la luz de la luna su piel relucía con una intensidad singular.
Guénon esperaba.
*Felipe Blackwood Ezquerra / Hacienda Roma, 1941
Escritor autodidacta. Ha publicado los trabajos de investigación Aplicación de la alquimia medieval en la metalurgia chimú(1969), Introducción a la demonología mochica (1971) y el libro de relatos Cuentos de yelmos, alabardas y espadas (1980). Intentó reproducir sin éxito el género fantástico en el mercado editorial peruano a través de la revista «El despenador». Actualmente reside en Edimburgo.
El cuento El llamado forman parte del libro Cuento liberteño / Panorama actual 1 de Carlos Santa María.