Once días es lo que tardó Robert en limpiar el lodo de la sala y la cocina. Once días y contando. El lodo ahora se acumula a dos metros de su fachada y alcanza una altura que sobrepasa la cintura.
—Todavía hay harto que hacer. Tenemos para unas semanas más todavía”.
Robert Campos Humbo tiene 35 años y aún siente el sabor amargo de la tragedia.
—No recuerdo una desgracia como esta. En el 2017, el agua entró, pero solo hasta la rodilla. Era agua de lluvia.
Su casa la levantó en la manzana treinta lote cuarenta del sector tres de Wichanzao, a tres kilómetros de la quebrada Cabras, en el cerro que lleva el mismo nombre. Con la lluvia del 10 de marzo, su vivienda, de siete por veinte metros, quedó enterrada hasta casi el techo.
Las paredes de cemento pudieron soportar la avenida de agua y lodo, pero los muros de adobe del corral se cayeron y sepultaron pavos, pollos, gallinas y cuyes que criaba.
Es mediodía y la temperatura alcanza los 29 grados, aunque en Wichanzao la sensación térmica está por encima de los 31 grados. Robert viste una bermuda negra, botas y un polo de la Selección peruana. Lleva varios días con esas prendas.
—De un día para otro perdimos todo. No tengo ni un polo que ponerme. Es bien feo.
Apostado en el umbral de su vivienda, Robert recuerda la dramática noche del 10 de marzo.
—Todo fue muy rápido. A las justas pudimos sacar a mis tres hijos de 13, 5 y 2 años. Los llevé a la casa de mi mamá que vive a media cuadra, pero que es más seguro que aquí. Mi esposa quedó atrapada. El lodo subía y ella quedó atrapada”.
Con ayuda de los vecinos, Robert pudo romper la reja que colocó en su tragaluz para proteger su vivienda de los amigos de lo ajeno. Por ese espacio pudo sacar a su pareja y mantenerse a buen recaudo en el techo.
Todo fue muy rápido. A las justas pudimos sacar a mis tres hijos de 13, 5 y 2 años. Los llevé a la casa de mi mamá que vive a media cuadra, pero que es más seguro que aquí. Mi esposa quedó atrapada. El lodo subía y ella quedó atrapada
Desde ese día, Robert y su familia duermen en casa de su mamá, una casa también de siete por veinte metros que se ubica casi al final de la manzana. La familia de su tío y su primo también se refugian en ese espacio. Ellos también perdieron su casa por el huaico.
— Somos 15 personas las que por ahora vivimos en casa de mi mamá. Tratamos de acomodarnos como podemos, al menos hasta que pase esto y se limpie todo.
Malos recuerdos
Los sicólogos dicen que después de un evento traumático como un desastre natural, los damnificados afrontan cara cara los malos recuerdos. Sufren de irritabilidad, falta de concentración, trastornos de sueño, apatía.
Su mirada perdida deja ver la incertidumbre que lo embarga. Robert escupe y se confiesa.
— Por seguridad de mis hijos tengo que ver otro lugar. No podemos vivir aquí. Me apena porque aquí invertí todos mis ahorros. He perdido todo: cocina, refrigeradora, camas, ropa, dos televisores. Me compré una tele para ver el Mundial y la perdí. Hay deudas que tengo que pagar.
Personal de la municipalidad de La Esperanza se acercó a su domicilio para empadronarlo como uno de los cien damnificados de la zona y pueda recibir el bono de 500 soles ofrecido por el Gobierno.
— Lo único que quiero es empezar de nuevo. De esta saldré sí o sí.
Lo que no mata, fortalece.