Escribe Luis Quispe Palomino
En el artículo anterior de mi autoría, titulado “El historial criminal de los verbos asesinos”, me permití el atrevimiento de citar el verbo “aperturar” como sinónimo de “iniciar”, ignorando por completo las opiniones diferidas que se presentan hace algunos años sobre el tema.
Precisamente, siendo este un espacio de reflexión acerca de los problemas actuales del español, argumentaré la postura de quienes incorporamos en nuestro acervo palabras con tal calificación.
Son varios los que consideran al verbo “aperturar” como aberración, palabra malsonante o insulto contra las buenas costumbres; pues, al parecer, dichas opiniones se respaldan en la insospechada falacia de autoridad: su principal argumento, el más sólido de todos, por cierto, es que la Real Academia de la Lengua Española recomienda evitar su uso porque no está justificado.
Claramente, el problema no es hallar la validación de nuestro pensamiento en ciertas autoridades, sino en otorgarles el albedrío o derecho de que ellas autoricen qué expresiones emplear o prohíban qué palabras desechar. Tema delicado.
¿Qué significa eso de que “su uso no está justificado”? Acaso dar razones sobre su existencia y demostrar su proceso gramatical. De ser esto así, cosa que no creo por la obviedad del asunto, resulta fácil de hacerlo.
“Aperturar” es un verbo denominal, es decir, un verbo formado a partir de un sustantivo, en este caso, “apertura”. Así como “barajar” y “baraja”, “comer” y “comida”, “salir” y “salida”, la derivación verbal tiene un proceso de formación de palabras gramaticalmente correcto, que sirve para que los usuarios del español puedan crear verbos de manera espontánea, sin necesidad de que tales palabras se encuentren recogidas en el Diccionario.
Un caso mediático en el contexto de la política nacional fue cuando la ex primera dama, Lilia Paredes, dijo “festejación” y desató una oleada de comentarios racistas. Recordemos qué comentó la RAE al respecto en su cuenta de Twitter: “Festejación no es una formación incorrecta por su morfología (…), pero los hablantes han optado por emplear festejo”.
Quiere decir que los hablantes tienen el poder de que una expresión se asiente o no en el uso. Ya sabemos de qué pie cojean nuestras autoridades.
Ahora bien ¿qué sucede con el verbo “aperturar”? Cumple el requisito del proceso de derivación correcta y, si está recogido en el Diccionario, entonces está asentado en el uso. Siendo esto así ¿por qué la RAE recomienda evitar usarlo?
Tengo la ligera sospecha de que el argumento de la docta institución matritense es un factor de duplicación semántica. Me explico. Tanto “apertura” como “aperturar” comparten el mismo significado, que es “abrir algo”, situación que no ocurre, por ejemplo, con “comer” y “comida”.
Siguiendo ese razonamiento, podría ser que a la RAE no le parezca justificado usar una palabra, cuyo contenido está en otra, según el principio de progresión, por el cual cada término debe de aportar algo nuevo en la comunicación.
Por otro lado, en el Diccionario Panhispánico de Dudas, también se recomienda reemplazar “aperturar” por “abrir”; empero, aperturar algo no significa necesariamente abrirlo, sino “iniciar”, que no es lo mismo.
¿O alguien ha escuchado decir “Me levanté y aperturé los ojos”? Nadie. Sucede que el verbo “aperturar” consta de un carácter más técnico; por eso, se dice “aperturar una cuenta” en el sistema bancario, “se apertura la audiencia” en derecho o “aperturaron las matrículas” en el área administrativa. A diferencia de “abrir” que es de uso coloquial.
Lo cierto es que no se puede negar ni su existencia ni su proceso gramatical. ¿De “morir” se podría formar “morición”? Pese a que los usuarios del español hemos optado por la forma “muerte”, dicho término existe con un fin lúdico en las redes sociales. La incorrección entre uno y el otro radica en que se asiente en el uso con el paso del tiempo. Penosamente, a la RAE no le queda nada por hacer.
Luis Quispe Palomino (Barrios Altos, 1999). Estudia la carrera de Derecho en la Universidad Privada Antenor Orrego. Ha publicado artículos de opinión y divulgación en las revistas Los Contemporáneos (México) y Taquicardia (Trujillo). En 2020 inauguró el proyecto Disicultura, el cual se ha convertido en la primera editorial de textos de no-ficción, de forma autogestionada, de La Libertad. Actualmente, se desempeña como docente de Lenguaje y corrector de estilo. Reside en Laredo.