Son las siete y treinta seis de la noche del 3 de octubre de 2023 y en Chimbote la brisa marina empieza a acariciar las calles. Esta ciudad se convirtió en testigo de una cátedra inolvidable y un último chifa compartido entre el equipo de BuenaPepa y el recordado periodista, profesor y poeta Eloy Jáuregui Coronado.
El encuentro sucedió después de un enriquecedor taller dictado por el propio Eloy en una de las salas de la Cámara de Comercio del Santa, organizado por la concesionaria Autopista del Norte por el Día del Periodista.
Eloy, cual torero con orejas y el rabo del bovino en mano, abandona el escenario. “Caballeros, este taller ha sido enriquecedor”. Y remata con una picante expresión: “Sí, ha estado de la putamadre, carajo”.
En pleno taller, repitió hasta en tres oportunidades, ante un abarrotado auditorio, lo que un periodista debe hacer siempre: leer. “Si un periodista no lee, por lo menos un libro al mes; no es periodista. El periodista debe estar informado siempre”.
Estas frases resumen lo que en vida fue Eloy Jáuregui, un poeta con una gama de cualidades intelectuales, con conocimiento profundo, sentido del humor, jocoso, criollo y de gran aprecio por la literatura y la docencia.
Eloy y su debilidad por el chifa
Después de horas de discusiones apasionadas sobre la ética periodística, la importancia de contar las historias con autenticidad y de reencontrarse con exalumnos —fue docente en la Universidad del Santa de Chimbote—, a sugerencia del propio Eloy Jáuregui, nos embarcamos a encontrar el mejor chifa de la ciudad.
Manuel Chiroque, periodista de ascendencia piurana y radicado hace muchos años en Chimbote, fue el encargado de buscar el único plato que desencadena sensaciones vívidas a nuestro ilustre invitado.
“En la avenida Argentina, de Nuevo Chimbote, hay un chifa excepcional”, expresó Chiroque. “No se diga más”, respondió Eloy.
En esta solemne cena también me acompaña Ricardo Urquiaga, editor de BuenaPepa, quien en pleno camino de Chimbote a Nuevo Chimbote, lanzó una pregunta al maestro. “¿Es cierto que se contagió de covid-19 para contarlo en un libro?”.
Eloy, con una irónica risa, respondió: “Viví en carne propia la miseria humana, muchacho. Fui al Hospital 2 de Mayo y al Loayza y vi enfermos terminales, entubados y boca abajo. Vi a mucha gente morir en los pasillos. Cuando me contagié, estuve mal 20 días. Tuve fiebre y me acostumbré al ahogo; me ardía el cuerpo. Gritaba de dolor. Me hicieron pruebas al pulmón y estaba destrozado. Desde allí estoy así: hasta la hueva”.
Un libro en camino
El aroma del mar se aleja. Ya en Nuevo Chimbote, en pleno restaurante oriental y guiados por la elocuencia de Eloy, quien comparte anécdotas y risas. La mesa no es simplemente un espacio donde disfruta su plato preferido, sino un escenario en el que las palabras se tejen con la misma destreza con la que Eloy hilaba sus versos, sus textos, sus crónicas.
“Te cuento que estoy escribiendo un nuevo libro, de Nilver Huarac. Este patita que es productor musical y estuvo con la (Janet) Barboza (presentadora de televisión). Es de su vida, una biografía. Me contactó, ya nos reunimos un par de veces, pero falta… creo que en marzo del otro año (de este 2024) lo estaré acabando y presentando”, contó Eloy.
Entonces, un proyecto del maestro quedó inconcluso. Falleció el domingo 7 de enero del 2024. ¡Se salió con su domingo 7! y que aquel libro de biografía no sería presentado nunca, al menos por él.
Eloy a Genaro: “Cambia el reportaje tú”
El chifa, la cocina que resultó de la unión de los fogones chinos con los peruanos, se parece mucho a la esencia de Eloy Jáuregui: pura mezcla, puros opuestos. La huella indeleble del chifa es ese desparpajo creativo para unir en un solo plato, en un bocado, lo dulce y lo salado.
Eloy unió la poesía con el periodismo, el ensayo con la música, a la crónica la mezcló con todo. Y el resultado es una producción que marcó el camino para cientos de escritores, periodistas y lectores que gustan de las historias reales bien contadas.
Aquella noche, en la mesa frente a Eloy se desplegaba una generosa propuesta de la mejor comida chino-peruana: sopa de wantán, arroz chaufa especial, aeropuerto, una docena de wantanes y tallarín saltado, uno frito y otro sancochado.
—Esto es un verdadero banquete, carajo —elogió. Luego, siguió contando:
–A mí me querían matar, te cuento, mi estimado —adelanta, mientras se sirve un poco de cada platillo.
—Primero, me botaron de Panamericana. Genaro (Delgado Parker, empresario televisivo), a quien consideraba amigo, ¡mi amigo! se opuso a publicar un documental elaborado por mi equipo. Era un informe que comprometía al Estado peruano. Yo no le hice caso… No sé cómo se enteró y llegó de madrugada al canal a impedir que se publique. Logró su objetivo. Dio la orden que no salga y esa misma madrugada me echó del canal”.
“Genaro me llamó, me puteó por teléfono. ‘Eloy, cómo huevas vas a sacar ese reportaje. Vente de inmediato y edítalo’”, recordó Eloy con una sonrisa burlona.
“No me fui. Le dije que no iría, que si quería cambiarlo que lo haga él. Era casi la medianoche y me dijo que me dé por despedido”.
El reloj avanza, pero el tiempo parece detenerse en aquella mesa donde todos los presentes compartimos esa pasión por el oficio más noble: el periodismo.
Encuentro con Montesinos
Luego vino el susto. Para la elaboración de un documental, ya para otro medio, se dirigió con su camarógrafo a seguir a Vladimiro Montesinos, ese nefasto personaje del Servicio de Inteligencia Nacional durante del Gobierno de Fujimori y condenado a 23 años por delitos de corrupción, tráfico de drogas, homicidio y un largo etcétera.
“Uno de esos días nos vestimos de basureros. Logramos visualizarlo fuera de su casa en una camioneta con lunas polarizadas. Cogí una escoba con un contenedor y cuando estaba a lado del automóvil para ver quiénes lo acompañaban, me sorprendió. Bajó la luna de manera sorpresiva y con cierto sarcasmo, me dijo: ‘Eloy, ya no eres periodista, ahora eres un barrendero. Cómo está Eloycito (su hijo), su maestra dice que es el mejor de su clase’. Me quedé helado, muchacho. Nunca antes alguien me había intimidado de esa manera”, evocó.
“Al día siguiente un amigo, bandido él, me llamó y me dijo: ‘Eloy, debes desaparecer un tiempo. Te quieren matar’. Cogí a mi hijo y nos fuimos a Arequipa, estuve un año por allá”.
Eloy Jáuregui, con su característica pasión por la vida y la palabra escrita, no solo compartió sus experiencias como periodista; sino, también; sus poemas, que resonaban con una melancolía y belleza únicas. La conversación fluyó, como el vaivén de las olas, mezclando el presente con el pasado, la realidad con la poesía.
El maestro siempre evidenció un cariño amplio y sincero por el norte del Perú. En junio del 2023 ofreció una serie de charlas sobre periodismo en universidades de Trujillo y en la cámara de comercio.
Cuando recibió la invitación para participar en el taller en Chimbote —octubre del 2023— se emocionó sobremanera, y lo evidenció durante toda su estadía en el puerto: durante el evento y, de manera abierta y sin protocolos, durante la cena.
La cantidad de platos que desfilaron por la mesa, exacerbó uno de los pecados veniales de la gastronomía peruana: la abundancia. Entonces, se practicó ese deporte nacional que empieza cuando uno pide al mozo un táper para llevar.
“Acá tengo hasta para tres días”, exclamó Eloy entre risas, alzando el táper descartable con su mano izquierda en alto.
Sin embargo, como las olas que siempre regresan al mar, llegó el momento de la despedida. Nadie sospechaba que ese sería el último chifa con el maestro Eloy Jáuregui. La noche empezó llena de risas y complicidad y se tiñó de un matiz inesperado y nostálgico.
Antes del hasta pronto, al despedirlo en el hotel, Ricardo y yo le solicitamos una foto que quedará inmortalizada. Eloy, al centro, soltó tremenda frase: “Les agradezco, ni mi mujer me trató tan bien como lo hicieron hoy ustedes”, nos dijo en la puerta de hotel, cuando se esforzaba con tomar con fuerza y precisión su bolsa donde cargaba el táper de chifa.
En los días posteriores seguimos hablando por teléfono, exhumando cada uno de sus pasos por Chimbote. “Recordar es volver a pasar por el corazón”, escribió Juan Villoro. Eran largas, amenas y dicharacheras esas conversaciones con una enciclopedía hablante.
Y de pronto, el domingo 7 —el primer domingo del 2024—, se fue para siempre. Ya no habrá más charlas, talleres, bromas ni chifas con el enorme Eloy Jáuregui.
Hasta siempre, maestro.