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Día del Pescador: la mejor faena de un experimentado capitán fue pescar a un hombre

Escribe Renzo Luján Espinoza

Navegar en el mar es como jugar con fuego. Para el capitán Segundo Aguirre, el oficio del pescador es un arma de doble filo. Si bien es una actividad que, en la mayoría de casos, resulta rentable, también es el escenario de lacerantes tragedias. 

–El mar es un gigante dormido, que cuando despierta puede hacer temblar hasta al pescador más veterano– grafica con una sonrisa contagiante y mirada cansada, como si todos los achaques del oficio se reflejaran a través de sus pupilas.

El mar puede ser paz y tranquilidad, como una madre; pero, también, un azote para quien intenta profanarlo. “Cada quien recibe el mar que se merece», advierte el colombiano Alberto Salcedo Ramos. 

Un viejo refrán reza que hay días en los que lo único que se pesca son historias y amigos. Cierta jornada, el capitán Segundo, con más de 30 años de experiencia navegando en el Pacífico, se encontraba al noroeste del puerto de Salaverry, en Trujillo, a unas 50 millas náuticas. Cargado con unas quinientas toneladas, la lancha se dirigía de regreso a Chimbote. Eran las cuatro de la mañana y el ambiente estaba calmado, una rara situación para una nave pesquera.  

¿Mar calmo?

A medida que el barco avanzaba, Miguel, uno de los tripulantes con más experiencia, realizaba el aislamiento de maniobras para una futura faena junto a otros colegas. Como de costumbre silbaba. 

Sus compañeros podían identificarlo a metros de distancia, tan solo con escuchar las notas que trazaban la brisa producto de su característico sonido, que ayudaban a moderar la sobrecarga de trabajo. “El acto de silbar es una comunicación rica, precisa e incluso con tintes emocionales que ayuda a la integración de la comunidad”, escribieron  Fernando Guzmán Aguilar y Emiliano Sánchez.

El mar puede ser paz y tranquilidad, como una madre; pero, también, un azote para quien intenta profanarlo. “Cada quien recibe el mar que se merece», advierte el colombiano Alberto Salcedo Ramos. 

Miguel interpretaba con júbilo algunos clásicos de cumbia y chicha, tan característicos de la costa de Chimbote, otrora el puerto pesquero más importante del mundo. 

La madrugada, que un principio se mostraba apacible, no demoraría en evidenciar la verdadera cara del temible océano. “El mar es dulce y hermoso, pero puede ser cruel”, escribió Ernest Hemingway, autor de una obra monumental sobre un viejo y la mar. 

Las olas de a pocos empezaban a bailar al compás del viento y movían al barco de un lado para otro. La embarcación de fierro parecía tan endeble como una balsa de madera.

Ante los bruscos sacudones, el capitán Segundo decidió iniciar el protocolo de seguridad. Ordenó a sus tripulantes la evacuación hacia las zonas estables de la nave. 

En el proceso de guarecerse, Miguel, quien estaba en la popa realizando el aislamiento de maniobras, se quedó más atrás que el resto. Entonces, luchaba por mantener ambos pies firmes sobre la plataforma del barco. 

La marea impulsaba con violencia a la popa hacia arriba. El mar es caprichoso y, para la mala suerte de Miguel, había decidido que él sería el cebo perfecto para lo que estaba por venir.

El viento soplaba con mayor intensidad. 

Pescadores en plena faena de pesca de anchoveta

El barco se volvía cada vez más inestable y Miguel, aferrándose a lo que estaba a su alcance, iba perdiendo las pocas fuerzas que le quedaban. 

De repente, en uno de los impactos generados por el balanceo, el brazo de Miguel, que estaba apoyado en una barandilla, cedió ante la brutal fuerza ejercida por el gigante de metal, lo que le causó una fractura y la trágica caída al mar.

Hombre al agua

El mar había logrado su cometido. Con un brazo inservible, Miguel luchaba contra viento y marea por mantenerse a flote, mientras veía como la embarcación seguía su curso rumbo a puerto.

– ¡Auxilio! ¡Ayuda! – gritaba con terror, pero nadie lo escuchó. De a pocos iba sintiendo como el frío traspasaba su piel. Era un hombre salado, en todo el sentido de la palabra. 

Los segundos se percibían como horas. En medio de la nada y con el agua hasta el cuello, el miedo y las dudas empezaban a invadir su cabeza. 

Por las condiciones en las que se encontraba, mantenerse a flote era casi una proeza; trataba de calmarse; pero en el fondo sabía que no le quedaba mucho tiempo. Solo un milagro podía salvarlo. 

El capitán Segundo Aguirre en el puente del barco que capitanea. (Foto: archivo personal).
El capitán Segundo Aguirre en el puente del barco que capitanea. (Foto: archivo personal).

Después de la minería, la pesca es la actividad económica, donde existe mayor posibilidad de que ocurran más accidentes, revela un informe de mayo del 2023, el Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo.

Sumergido en sus pensamientos, Miguel solo esperaba ese momento. El aroma de la maresía hacía asomar aquellos recuerdos que atesoraba, momentos que le llevaban a la primera vez en la que se subió a un bote, acompañando a su padre, quien fue el principal responsable de despertar en Miguel el amor por este oficio tan sacrificado. 

La evocación lo hizo entrar en un estado de paz. Dibujó una sonrisa despreocupada, mientras entonaba con su silbido A Chimbote de los Rumbaney, canción que le recordaba a su progenitor.

Pescador en líos

En la embarcación, todos los tripulantes se encontraban reunidos en la cabina. Ya con la tempestad apaciguada, los pescadores estaban más tranquilos y conversaban, entre broma y broma, para atenuar el tenso ambiente que se había generado por las condiciones climáticas. 

El capitán, quien respiraba aliviado de haber superado la crisis, se aseguró de que todos se encontraran a salvo. Uno por uno los fue llamando. A medida que avanzaba la lista, notaron que faltaba Miguel.

El compañero que les alegraba los días con su peculiar silbido no había dejado ningún rastro. En ese momento, el capitán inició el protocolo denominado Hombre al Agua, el cual consiste, entre otras acciones, volver por la misma ruta para buscar al náufrago.

Al recordar ese suceso, Miguel entró en un estado de paz, dibujando una sonrisa despreocupada, mientras entonaba con su silbido A Chimbote de los Rumbaney, canción que le recordaba a su progenitor.

Segundo maniobró el barco de tal manera que dio la vuelta como si de un auto se tratara; la determinación y concentración del patrón se enfocaban en un solo objetivo: rescatar, de cualquier manera, a Miguel. 

Los tripulantes empezaron a revisar con detalle en todas direcciones. Comenzaba así la fase de búsqueda. Los pescadores, que en un principio se movilizaban por su propia cuenta para realizar su guardia monótona, ahora luchaban por traer de vuelta a su compañero.

El alba estaba lejos de aparecer y la embarcación aún se encontraba inundada por la oscuridad que hacían más incierta la búsqueda. La luz del barco no podía divisar más allá de veinte metros. Era como lo escribió Borges: una «unánime noche”.

Incertidumbre en altamar

Había pasado media hora desde que inició la búsqueda y la embarcación seguía sin ningún rastro de Miguel. Los tripulantes intentaban mantener aún la esperanza, que poco a poco se iba perdiendo en el horizonte.

– ¡Migueeeel! ¡Responde, pues, huevón! – gritaban algunos pescadores, esperando cualquier tipo de respuesta del inmenso mar. La tristeza empezaba a provocar lágrimas en el barco.

Entonces, a lo lejos, un débil silbido iba acariciando el viento, hasta llegar a los oídos de los pescadores.

El silbido se hacía más fuerte con el pasar de los minutos. Los hombres se miraban confundidos, porque al parecer todos escuchaban la misma melodía. El capitán Segundo, quien también se encontraba cabizbajo, empezó a oír esa pitada tan característica. “Solo la música está a la altura del mar”, comparó Albert Camus.

Sin dudarlo, Segundo puso las manos en el timón y empezó a navegar en la dirección donde provenían el agradable eco; la brisa traía consigo las notas musicales de A Chimbote, un tema compuesto en 1971, inspirado en dos triunfos del club José Gálvez y considerado como un himno para los habitantes del puerto ancashino.  

Al escuchar con más claridad la melodía, la tripulación empezó a animarse, porque se dieron cuenta de que aquella musiquilla no era producto de su imaginación. 

Era Miguel, quien, en sus últimos intentos de mantenerse a flote, pudo divisar la luz de la embarcación, lo que le hizo recuperar fuerzas. Con un brazo inservible, convirtió su silbido en un soplo de esperanza. Las notas musicales eran gritos de socorro, los mismos que no pudieron ser escuchados minutos atrás. 

Conforme el barco avanzaba la silueta de Miguel iba tomando forma, y las luces pintaban su mirada perdida en el horizonte, tal vez imaginando un reencuentro con su difunto padre.

Como las aves

El silbar nos acerca a las aves cantoras. Compartimos más de 50 genes en común, uno de ellos el FoxP2, el culpable de que arranquemos sonidos. Alicia Castillo, experta en neuroanatomía, aclara que el silbido en sí no dice nada, pero al igual que la palabra, en un contexto determinado, puede indicarnos cosas lindas o desagradables. 

“Si lo asociamos a un significado específico (avisar, por ejemplo: ya llegué o ya me voy)  y dependiendo de quién lo emita, nos va a impactar de diferente manera”, agrega la experta de nacionalidad mexicana. 

Ese silbido, en aquella noche fría y oscura, fue para el capitán Segundo y su tripulación un mensaje atronador que los remeció. El avezado hombre de mar, al ver de nuevo a su pescador, no pudo evitar soltar lágrimas. 

Al escuchar con más claridad la melodía, la tripulación empezó a animarse de sobremanera, porque se dieron cuenta de que aquel silbido no era producto de su imaginación.

Pero esto aún no había acabado, tenían que sacar del agua a Miguel. Segundo, con el semblante cambiado, ejecutó con rapidez la maniobra Anderson, técnica que consiste en girar la embarcación de tal manera que se ubique de forma paralela al náufrago.  

Una vez en la cubierta, trajeron abrigos con el fin de combatir la hipotermia. Toda la tripulación explotó por el rescate y por saber que aún les quedaba Miguel para rato. Tan pronto llegaron a puerto, fue trasladado a un centro de salud.

Aquel día, sin haberse dado cuenta, el capitán Segundo concretaría una de las pescas más importantes de su carrera: la pesca de una vida