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Día de la Canción Criolla: guitarra llama a cajón para la eterna jarana

Calín Bocanegra, Luis Enrique ‘Pajarito’ la Rosa y Edwin Ávalos son tres exponentes del criollismo en La Libertad

Calín Bocanegra llega orgulloso cargando una caja. “Vas a ver lo que es esto”, dice como quien está a punto de mostrar oro. Minutos más tarde exhibe su motivo de vanidad. Es un reluciente cajón que tiene grabado su nombre y que cuando lo toca, la jarana es más elegante. 

Calín se sienta sobre su instrumento y empieza el frenesí. La mano llega a la madera y los ritmos invaden el ambiente. Edelmira del Rosario está cerca y sucumbe ante tanto contagio: empieza a bailar. El guitarrista Edwin Ávalos no puede ser indiferente y despliega notas. Así es Calín Bocanegra un motivador, un contagiador. 

Desde que cogió una tarola en la banda de músicos del colegio San Juan no ha parado hasta convertirse en un referente de la música nacional en La Libertad. Es fundador de la Peña Pilsen Trujillo y la agrupación que lleva su nombre. 

“Vas a ver lo que es esto”, dice como quien está a punto de mostrar oro. Minutos más tarde exhibe su motivo de vanidad. Es un reluciente cajón que tiene grabado su nombre y que cuando lo toca, la jarana es más elegante.

Lleva la música en la sangre y el criollismo a flor de piel. No entiende cómo es que ha calado tanto la música extranjera, si los ritmos peruanos son los más bellos del mundo. 

Ayer por la mañana no contestó el teléfono. Lo hizo su hija. Calín estaba en el hospital intentando sanar una dolencia. El cuerpo ha querido ponerlo a prueba cerca del día más importante para un criollo. Pero, Calín, ¿qué es la vida sin sobresaltos? De seguro para hoy estarás vivito y coleando, motivando, siendo fuente de inspiración y cumpliendo con sus múltiples compromisos por el Día de la Canción Criolla.

Lleva el criollismo retenido en el mismo nombre. “Me llamo Luis Enrique”, dice y, de inmediato, canta: “El hijo del pueblo, el hombre que supo amar…”. La canción de Pinglo, El Plebeyo, es la presentación de su vida, de su obra y de su relación con los ritmos peruanos. 

Luis Enrique La Rosa Sandoval, para todos Pajarito, llegó tarde a la música: a los 30 años. “Y no te da vergüenza no haber hecho nada antes”, le reclama en ritmo de broma Calín Bocanegra. Antes, Pajarito fue de todo: constructor, comerciantes, oficinistas, etc.

Siempre estuvo con amigos músicos. Él solo acompañaba. No tocaba nada. Alguien le propuso el cajón. Lo descartó. Hasta que llegaron las castañuelas. Entonces taca, taca, taca, taca. Ahora tiene 67 años y es, para muchos, el mejor castañuelero de Trujillo. 

“Siempre me gustó la música criolla y creo que ese amor empezó desde el colegio. Yo soy sanjuanista. En cada recreo nos ponían música criolla para escuchar en el patio. Entonces, uno va conociendo y va queriendo”.

“Me llamo Luis Enrique”, dice y, de inmediato, canta: “El hijo del pueblo, el hombre que supo amar…”. La canción de Pinglo, El Plebeyo, es la presentación de su vida, de su obra y de su relación con los ritmos peruanos.

Las castañuelas fueron inventadas por los fenicios; pero en España encontraron su casa. En ese país calaron hasta convertirse en emblema nacional. Este instrumento de percusión está compuesto por hembra y macho. Ninguna de las dos mitades cóncavas suena igual. La aguda se coloca en la mano derecha y la grave en la mano izquierda. 

Un día, Pajarito tocaba en el ex hotel El Golf y unos gringos quedaron embelesados con el ritmo que le arrancaba a las castañuelas. Lo siguieron hasta el Michael Show de la avenida España para seguir aclamándolo. Abrumado por tanto cariño internacional, Pajarito le regaló a uno de los gringos sus castañuelas. Al otro día, no tenía instrumento de repuesto para su presentación. Volvió al hotel. “Préstame las castañuelas, más tarde te las traigo”, le rogó al turista. “Nunca regresé”, recuerda, ríe y se tapa la boca, para ocultar la ausencia de dientes, aquellos que han evitado que el silbido de pajarito salga de su boca.

Edwin Ávalos Plasencia se aflige como si no tuviera ningún talento: “Mi mamá canta, mi papá canta; pero yo no canto nada”, dice como expectorando un defecto. Qué importa que no cante —“ni en la ducha”— si su destreza no radica en la voz, sino en las manos.  

Uno de los mejores guitarristas de Trujillo ama la música criolla porque esta le permite desarrollar su creatividad. Si estuviera en la cumbia, ejemplifica, solo tocaría los mismos compases. En cambio, los ritmos peruanos le ofrecen espacio para la inventiva, la improvisación y para demostrar lo que sabe.

Siempre le gustó la guitarra, pero la toca con seriedad desde cuando acompañó al cantante Clay del Perú. En cambio, desde que formó una familia –en la actualidad tiene tres hijos varones–, decidió que arrancarles notas a las cuerdas sería la forma de ganarse la vida. Entonces, la afición se convirtió en profesión. Estudió en el conservatorio de música y viajó a Lima en busca de la perfección.

“Mi mamá canta, mi papá canta; pero yo no canto nada”, dice como expectorando un defecto. Qué importa que no cante —“ni en la ducha”— si su destreza no radica en la voz, sino en las manos. 

Toda su vida ha caminado por el sendero del criollismo. Aunque en la peña de Calín Bocanegra, también, interpretan ritmos internacionales. El Día de la Canción Criolla lo mantiene bastante ocupado, pero considerada que años atrás había “una mejor agenda”. 

No se queja de la vida, ni de su trabajo; pero sí de los delincuentes que lo asaltaron a la salida de una presentación de la discoteca Babilón –“trabajo es trabajo” – y le robaron su guitarra española marca Ortega, valorizada en algo más de 2 mil soles, y que llegó a sus manos desde Alemania como forma de pago por enseñarle a tocar a un hijo de un amigo. “Perdí, pues”, dice como si no tuviera talento.


Texto publicado en el 2018 en el libro Tercera persona.

César Clavijo Arraiza
César Clavijo Arraiza
Nació en un desierto frente al mar, donde solo crecen árboles de algarrobos. Dice que le gustan todas las frutas, pero en los últimos meses se ha decantado por el pepino, de origen andino; pero con una mala fama: se cree que si se consume después de beber licor puede causar la muerte. Periodista, escritor, docente, padre y esposo. Es torpe con la pelota, pero ama jugar fútbol. En el 2018 publicó "Tercera persona" y ahora está a punto de terminar un doctorado en comunicaciones.