“…el temerario David Novoa de los años noventa que luego fue adocenado y amaestrado por la mediocridad reinante hasta el punto de que aun, cuando nadie le disputa en su generación, su jerarquía de primer poeta de Trujillo, su prestancia fuerza todo tipo de ácidas paradojas: imaginemos, por ejemplo, que en las justas medievales el paladín no fuera sino un saltimbanqui o el bufón. Ahora pensemos en Trujillo y en Novoa y tendremos la misma circunstancia ante nuestros ojos”.
Percy Vílchez Salvatierra
El pasado 7 de mayo, el escritor Percy Vílchez Salvatierra publicó un artículo en la plataforma virtual BuenaPepa disertando sobre la reedición de mi poemario Itinerario del alado sin cielo y exponiendo algunos comentarios sobre mí y sobre la movida literaria trujillana.
Con genuinas ganas de aclarar algunas de sus ideas le escribo esta respuesta, no con la intención de desacreditar su opinión general ni de devolverle sus expresiones despectivas, sino para limpiar y clarificar el ambiente.
Percy empieza pisoteando el panorama literario trujillano y nacional sin ninguna misericordia: “…minúsculas exhibiciones de opacidad […] irrelevante, ninguna pretensión absoluta ni ninguna constelación de figuras deslumbrantes; sino una suma de miniaturas sin ninguna gracia”.
Inicia así —con una actitud explícitamente despectiva— describiendo desdeñoso la escena cultural y anulando, desde el inicio, su propia credibilidad pues —como es notorio desde hace tiempo— lo que persiguen sus reflexiones en torno a la literatura trujillana no son revelar la realidad, sino desacreditar a los más encumbrados y colocarse él por encima de todos; algunos como Parix Cruzado en el norte y Julio Barco en la capital se salvan, parcialmente, de sus desvalorizaciones, quizá porque tuvieron alguna gentileza o alguna similitud de pareceres con él.
“… los grandes poetas lo son […] cuando exponen los grandes asuntos de la humanidad y no las dos o tres fragilidades y zonceras que componen el núcleo de la poesía peruana promedio. Es por eso que no existen en el país propuestas como el ‘Canto Genera’l o la vastedad del verbo rokhiano entre otros monumentos titánicos y colosales que contradicen la sensibilidad del poeta peruano promedio”.
Vílchez propone insistentemente una literatura épica, totalizadora, como lo deseable, como el summum de la creación poética, y aquellos que nos acercamos desde otra perspectiva devenimos, según él, en voces “menores”.
“…he defendido una forma de escribir que ha detestado siempre la tradición delicada y frágil que predomina en Perú, aun en los del británico modo o en la onda desprolija horazeriana”.
Vílchez propone insistentemente una literatura épica, totalizadora, como lo deseable, como el summum de la creación poética, y aquellos que nos acercamos desde otra perspectiva devenimos, según él, en voces “menores”.
Esta tirria debe tener sentido para Percy, sin embargo, que afirme con aplomo su posición, no la convierte en una verdad: aún más abarcadora y totalizante que la épica occidental es la mística oriental donde el poeta da constancia de su fusión real con el universo mismo; ese acto de valentía deja en pañales al más arrojado héroe de cualquier epopeya greco troyana.
Y se contradice además porque la movida setentera de Hora Zero no es nada delicada. Tampoco la voz cruda, aunque sí prolija, de Hinostroza ni el Canto Coral a Túpac Amaru de Romualdo ni los versos de Juan Ojeda o los del loco Iván Suárez, poetas chimbotanos de registros muy distantes a las señaladas delicadezas.
Y los casos sui generis de La mano desasida de Martín Adán y el Cementerio General de Tulio Mora hablan por sí solos. No todo es queja y minucia en la poesía del Perú.
Yo diría más bien que cada territorio luce a sus poetas como cada jardín a sus flores más extrañas. En el Chile de Neruda o de Rokha no han surgido mestizos andinos que le hablen del alma del hombre al mundo entero como Vallejo, quien hasta llega a ser épico a punta de doliente fraternidad.
Hace pocos años Percy Vílchez publicó un poemario titulado Metafísica del precipicio, donde dio rienda suelta a su innegable talento para recargar imágenes enjoyadas en un maremágnum de visiones históricas y mitológicas donde —según él— la poesía asume su mayor y más grandiosa expresión del Absoluto.
Creo que una propuesta de esta naturaleza posee un valor literario real. Inclusive respira anhelos de grandeza, aspira a la trascendencia. Pero cuando estos esfuerzos —en verdad titánicos— se enfocan ciega y egoístamente en adquirir renombre individual y, a la vez, en disminuir los logros de otros, se deslucen y se afean.
Y esa fealdad se filtra hasta la palabra. Muchos podrían decir que no. Que no importa la vida del autor, sino la obra que, en su intención de superarse a sí mismo, éste le hereda a la humanidad; pero, aunque contradiga a los grandes pensadores del mundo entero, me reafirmo en que una obra de esta naturaleza es enferma y enferma a los demás ¡tanta talentosa basura psicológica, tanta derrota espiritual proliferan actualmente en las estanterías del planeta sean en tono épico o intimista!
Ocurre que el primer impacto que un creador logra a través de su creación es en sí mismo. Si tu cuento o tu poema no ha tenido repercusiones benéficas en ti, ¿cómo las va a tener en tus lectores?
La Poesía tiene un sentido más profundo para la existencia que alcanzar la gloria literaria. Creo, más bien, que Vílchez ya debe estar saboreando su verdadera esencia, es decir, ya habrá cobrado consciencia que es mucho más difícil ser humilde que escribir poesía épica.
Y como humilde no me refiero a hacerse el pequeñito o el poca cosa, sino a dejarse transformar por el profundo misterio de la vida. Nadie que pida tanta atención y aplausos, y de manera tan insidiosa, está atento a las lecciones de la vida. Y alguien en esta situación, ¿qué poesía va a transmitir?
Cada poeta habrá de responderse esta pregunta en la intimidad de su corazón. Yo lo haré aquí y ahora y diré que mi poética es mejorar, Percy, despertar, hermano, satisfacer ese hambre de Absoluto del que hablas, pero de manera real.
No exteriorizando palabras grandilocuentes, expresiones ingeniosas e inéditas, sino rindiéndote ante la verdad que ellas contienen. Los poetas no controlamos la vida, la vivimos, es decir, nos aunamos a ella y confiamos en su sabia y majestuosa marcha. Y esto es fascinante, pero solo lo disfruta quien es, en verdad, poeta.
Con esto concluyo mi introducción y ahora aclararé de manera muy concisa algunos pendientes:
Vílchez empezó presentando su artículo como una crítica literaria que nunca hizo: “…dado que como en ella [se refiere a la actual literatura peruana] no hay críticos y solo proliferan los reseñistas y los contadores de anécdotas, privilegiaré dicha práctica en el presente escrito”.
Cada poeta habrá de responderse esta pregunta en la intimidad de su corazón. Yo lo haré aquí y ahora y diré que mi poética es mejorar, Percy, despertar, hermano, satisfacer ese hambre de Absoluto del que hablas, pero de manera real.
Pero de crítica literaria no hubo nada en su texto a excepción de mencionar cuatro versos que son todo lo que aprueba del Itinerario y de considerarlo “un libro descollante en su generación a nivel nacional”, disminuyéndoloinmediatamente al concluir: “mas nunca en una perspectiva continental o mundial pues su anecdotismo es casi costumbrista y mínimo”.
Percy podrá ser cuantioso y caudaloso en cuanto a sus escritos, mas nunca en sus valoraciones. Cada vez que nota un acierto, resalta dos o más falencias: “Creo que Novoa es mucho mejor poeta que Cruzado. Tenía más grandeza expresiva pese a su delicadeza […] Cruzado pese a su música y oficio jamás hubiese escrito algo así. Cuando cualquier mediopelo afirme que puede ser mejor que este tipo debería recordársele estos cuatro versos. El drama, aquí, es la evolución o involución de Novoa la que yo creo que ha sido acentuada tanto por el amiguismo y la fácil adulación como por el ninguneo característico de Trujillo. Pero, es un tipo que, en general, según sé, no se mete con nadie. Así que digamos, simplemente, que fue prometedor y que quedó en lo que está. Punto”.
Luego de leer esta sinuosa visión sobre mí, me serviré de mi respuesta a Vílchez para acercar a los lectores y al público en general al proceso creativo de un poeta que hasta ahora, por sus marcadas diferencias con sus contemporáneos, sabe que no es comprendido y es hasta subestimado.
Y es que sucede que yo sí creí en la inspiración, en la condición sagrada de la Poesía. Pero creí de verdad. Y por más que, en algunos tramos de mi vida, quise relegarla a un segundo plano, mi naturaleza siempre me pidió estar íntimamente ligado a ella.
He escrito muy poco. Solo cuando cambia mi consciencia y veo al mundo distinto, me es imperioso dar constancia y lo escribo. Por eso todo lo que he escrito me era necesario, urgente siempre. Y siempre lo he escrito en éxtasis. Uno cada vez mayor, más limpio y radiante.
No escribo sufriendo o esforzándome, como dan testimonio la mayoría de literatos consagrados: Yo escribo feliz, libre, desahuevado. He rendido mis días a la Poesía y, con confianza, la recibo cuando Ella quiere venir. Y la bailo y la canto, además.
Así me saben mucho más importantes las vivencias que la Poesía me brindó en la cárcel de Trujillo o visitando incansablemente colegios para hacer poemas corales o en un pueblo de la sierra donde los borrachos me botaron a botellazos o en una comunidad aguaruna donde un grupo de nativos se sentaron a deliberar si debían matarme o no porque les había recitado el Responso a Verlaine de Darío y creyeron que les había lanzado hechizos malignos.
En el patio del penal El Milagro —perdonen que me jacte de una experiencia tan sublime— un heroico grupo de hombres redimidos me levantaron en hombros mientras lloraba conmovido por tanto amor.
Éramos treinta y cinco locos que acabábamos de hacer una performance poética en el patio del penal ante un público de apenas nueve personas. Nadie vino a vernos, pero tampoco nadie pudo quitarnos la alegría del corazón.
Ignoro cómo sea ganar el Nóbel, pero definitivamente prefiero estas experiencias mías, humildes y anónimas, donde siento haberlo recibido ya varias veces.
Éste ha sido, además, un camino de transformaciones inesperadas. Tanto así que, por ejemplo, ya no tengo ganas de escribir más versos. Luego de Esta es la nueva Poesía, un poemario que me cayó como un rayo, ya no escribiré más que cuentitos y novelas para ganarme los frijoles.
Respecto a la reedición del Itinerario del alado sin cielo, Vílchez también nos dice que “debe señalarse el dislate gravísimo sobre cómo se ha publicado un libro importante [ …) sin haber acompañado al volumen con algunos cuantos estudios breves. No digo que debieron ser ensayos críticos o agudas tesis, pero sí, por lo menos, algunos prólogos o unas introducciones inteligentes en los que se vea que se ha dado una comprensión de la propuesta…”.
Sinceramente, creo que este comentario fue motivado por el prólogo o introducción que sí trae el libro, el que por supuesto escribí yo y, que sin mencionarlo —o más bien disimulando no conocerlo—, Vílchez menoscaba. Y concluye, a pesar de soltar un leve halago, disminuyendo otra vez:
“Entonces, siendo que Novoa es el poeta lírico de mayor relevancia en Trujillo, desde hace más de treinta años, haber desaprovechado esta publicación para oficiar una tentativa de visibilidad nacional ha sido totalmente un fiasco que no puede atribuirse sino a la ausencia de críticas sobre su libro que en tres décadas apenas si ha recibido menos de cinco escritos al respecto”. “… el resto del libro nunca despegó y ha envejecido totalmente para mal de un autor que nunca se propuso escribir un libro a la altura de su talento y cuando lo intentó fue presa de sus peores instintos y quemó en gran medida dicha producción”.
Ahí sí coincidimos pues quemé, lo confieso, mi poemario Execración del dios yo. Pero fue por una buena razón pues en esas páginas destruí gran parte de mi vanidad, de mi narcisismo y de mi ansiedad por figurar.
La Poesía me hizo consciente de mi verdadera condición, me premió con dolor y confusión, y me dio —bendita sea— las herramientas para curarme. Todo ese proceso ocurrió en más de un lustro, periodo en que la “abandoné” y no escribí ni mi nombre.
Quiero concluir con un aspecto en el que Vílchez y yo estamos de acuerdo y es el del poder y la calidad de la literatura trujillana/peruana. Allí sí le permito y me permito expresiones como: “…poesía donde la filigrana parece ser la única opción de los poetas y si sumamos esta falencia a la falta de ideas en boga los resultados son evidentes: minúsculas exhibiciones de opacidad acaso muy bien cuidada, pero irrelevante…”.
No creo que todos escriban pura filigrana, hay también otros verbos más robustos como Rodolfo Ybarra en Lima o la filosofía lírica de Helmut Jerí en Ica que son poesía de calidad.
A lo que me refiero, y en lo que coincido con Percy, es que la Poesía tiene un destino mayor y más alto. Al menos, creo yo, más alto y mayor que el de simplemente ser publicada y leída. Ella no solo vive en los libros sino en las almas radiantes que danzan en este misterio lleno de movimiento llamado vida.
Los tiempos han cambiado y la Poesía, siempre esencial, ha ido cambiando de trajes. Ahora, incluso, los usa todos: libros escritos, videopoemas, poemas musicalizados, performances poéticas, poesía hecha con inteligencia artificial y todos los estilos desde románticos y folklóricos hasta experimentales y filosóficos aun en uso.
Sin embargo, solo desnuda vemos cuan realmente bella es.
Hace unos días el poeta Luis Eduardo García publicó en las redes discerniendo, precisamente, sobre la tradición literaria del norte peruano: “Frente a este complejo proceso creativo y a la carencia de estudios críticos más ambiciosos, ha llegado, creo, la hora de articular o refundar esta tradición despedazada. Escritores, poetas, editores y críticos están llamados a retomar ese camino abierto por Vallejo, Alegría, Orrego […). Pero antes, creo, los creadores jóvenes deben abrir los ojos muy bien y dejarse de zalamerías, paterías, envidias y deslealtades que a nada bueno conducen. Y, sobre todo, deben dejar de lado la soberbia de pensar de que con ellos comienza todo, negándose así a un diálogo con el pasado, con las generaciones anteriores, con la tradición”.
Este párrafo de Luis Eduardo pone en evidencia la urgente canonización de nuestros escritores trascendentales como los ya citados. Y para esto, en un gesto de desbordante, loca y poética fraternidad, propongo a Percy Vílchez Salvatierra, como nuestro supremo poeta maestro mayor, junto con Vallejo y Watanabe, para que su almita satisfaga su tan anhelado sueño de la infancia. Fírmese, archívese y cúmplase.
Por otro lado, García hace notoria cierta desviación de la nueva generación de jóvenes escribas, quienes aparecieron más impregnados del internet que de los libros. Aunque la verdad, como el planeta entero, ¿quién no ha sido hipnotizado por el mundo virtual, irreal y superficial hoy en boga? Ya no sabemos lo que sigue.
Y para esto, en un gesto de desbordante, loca y poética fraternidad, propongo a Percy Vílchez Salvatierra, como nuestro supremo poeta maestro mayor, junto con Vallejo y Watanabe, para que su almita satisfaga su tan anhelado sueño de la infancia. Fírmese, archívese y cúmplase.
Quizá —me atrevo a afirmar loquísimo y confiado— quizá algún día se acabe la tradición literaria de la humanidad, quizá la Poesía, la mágica, la divina, tome otras formas para expresar la belleza de la vida, quizá desaparezcan las grandes obras literarias, los libros y hasta el hombre mismo porque abramos bien los ojos, poetas, lo que tenemos adelante es la eternidad, la real, la que se despertará fresca y nuevita dentro un millón de años cuando nosotros no existamos ni siquiera como olvido.
Y la Poesía seguirá siendo… y riendo.
Transcribo las palabras finales de Percy, para disfrutar —por última vez en mi vida— de su verbo edificante: “En fin, la publicación del Itinerario, treinta años después de su aparición inicial, ha motivado todas estas líneas ya que la supuesta edición conmemorativa ha devenido en la más absoluta irrelevancia…”.
De repente hasta tiene razón. Jajjajajj.