Escribe Luis Quispe Palomino*
Lo recuerdo tan bien como si hubiera sido ayer. La profesora de Comunicación me saca a la pizarra para que escriba la siguiente oración: “Señora, permítame abrir la puerta”.
La tensión se prolongó por el salón cuando el alumno más aplicado de la clase dudó si “abrir” se escribía con “h” o sin ella. “¿Qué pasa, Guissepe? ¿No sabes cómo escribir una palabra tan fácil?”, no distinguía la voz de la profesora del reclamo de mi consciencia. De pronto, un amigo se compadeció de mí, me sopló la respuesta y di por terminado este incidente.
En mi defensa, debo decir que lo ocurrido fue consecuencia de escribir de dos maneras en contextos diferentes: cuando chateaba con mis amigos por Facebook, escribía “Ola, q paso??”, mientras que, para una tarea del colegio, no se me iba ninguna errata.
La tensión se prolongó por el salón cuando el alumno más aplicado de la clase dudó si “abrir” se escribía con “h” o sin ella.
En el primero, me tomaba las licencias que permite el ámbito informal de las redes sociales; en el segundo, en cambio, debía ser cuidadoso de cumplir con las reglas ortográficas del español. Debí prever que, tarde o temprano, los cables se me iban a cruzar y viviría un momento bochornoso en el salón.
De esta manera, tomé la radical decisión de redactar de igual forma en las redes sociales como en el colegio, aunque me demore un poquito más y mis amigos me tilden de pedante. Sin embargo, esta decisión me trajo otras consecuencias negativas como, por ejemplo, la falta de comunicación en la mensajería instantánea.
Opté por escribir la onomatopeya de mi carcajada (natural) entre comas por chat, tal como lo señala la RAE, pero mis amigos me reprochaban que mi risa era sarcástica. Y si quería demostrar naturalidad, debería escribir la carcajada de una forma menos artificial: “jajajaja”, por ejemplo.
Todos se ríen así en Facebook, Instagram, Twitter, Whatsapp y, al parecer, en reuniones. Todos menos yo. El sustento detrás de su argumento es válido: al redactar, debemos reproducir auténticamente lo que decimos (a esto le llamo “el principio de autenticidad”), no lo que ciertas autoridad quieren que escribamos. Esta idea se refuerza con el aforismo “Cambiar las palabras es cambiar el pensamiento”, en este caso, la forma de reírnos. Después de lo dicho, me pregunto si “jajajaja” resulta más auténtico que “ja, ja, ja”.
Anotemos que “ja” es una interjección que, por sí sola, denota ironía y, en secuencia, representa la onomatopeya de la risa (yo digo de la carcajada, que no es lo mismo).
Al respecto, la Ortografía de la lengua española (2010) manifiesta que, cuando estas interjecciones repetitivas mantienen su valor onomatopéyico, lo normal es que se aísle cada elemento entre comas.
Sumado a ello, en El buen uso del español (2013) se reafirma que, cuando se imitan sonidos de varias sílabas, es preferible separarlas con comas del resto. Precisamente, la razón de dicha regla es conservar el sonido original con que pronunciamos la onomatopeya.
Yo apoyo esa normativa. Cada “ja”, por el hecho de ser interjección, es una voz tónica; de modo que no se puede escribir la carcajada como palabra porque pasaríamos a tener un problema de cambio de categoría gramatical: lo que era interjección en calidad de onomatopeya ahora será sustantivo.
Eso no queda ahí. Si es sustantivo, “jajajaja” ya no es más una reproducción de sonidos, sino el nombre de una realidad (persona, animal o cosa). Eso tampoco queda ahí. Decidirnos por “jajajaja” significa que nos reímos con acento en el penúltimo “ja” (voz grave), pero, que yo sepa, ningún hispanohablante se ríe así [jajajája].
“Es que pareciera que te ríes pausadamente”, escucho decir a otro amigo. Recordemos que la coma no tiene como principal función marcar pausas, sino delimitar unidades lingüísticas inferiores al enunciado; las pausas no necesariamente se marcan con comas.
En ese sentido, según el principio de autenticidad, la ortografía debe corresponderse con el habla, por ende, resulta necesario entrecomar las onomatopeyas por su estructura secuencial formada por varios “jas” en “ja, ja, ja”. La misma conclusión es para la onomatopeya de habladuría (“bla, bla, bla”).
Si lo pensamos bien, nadie está a obligado a redactar correctamente en la mensajería instantánea. Aunque esto suene contraproducente para los fines del presente texto.
*Luis Quispe Palomino (Barrios Altos, 1999). Estudia la carrera de Derecho en la Universidad Privada Antenor Orrego. Ha publicado artículos de opinión y divulgación en las revistas Los Contemporáneos (México) y Taquicardia (Trujillo). En 2020 inauguró el proyecto Disicultura, el cual se ha convertido en la primera editorial de textos de no-ficción, de forma autogestionada, de La Libertad. Actualmente, se desempeña como docente de Lenguaje y corrector de estilo. Reside en Laredo.