Escribe Ivan Alejandro Guerra Castillo
Matías Enríquez fue un estudiante destacado durante sus primeros años de secundaria en la institución educativa Víctor Andrés Belaúnde. Sin embargo, terminó mal el colegio porque enfrentó una realidad impensada a tres años de la pandemia de la covid-19.
Su escuela aún sigue dictando clases virtuales, lo que representó una aguda desventaja para él y su futuro. El Ministerio de Educación reconoció que las sesiones no presenciales provocaron un grave retroceso en los niveles de comprensión lectora y matemáticas. La Unicef laceró aún más la realidad: durante el estado de emergencia sanitaria, los escolares del Perú retrocedieron 10 años en niveles de aprendizajes.
Su colegio, ubicado en la avenida España en Trujillo, sufre de la otra pandemia: obras inconclusas. En el 2021 empezaron los trabajos para mejorar su infraestructura, los cuales debieron terminar en seis meses.
A laborar
La virtualidad llega acompañada con otra grave disyuntiva para los cientos de escolares: estudio o trabajo. Matías Enríquez sufrió por esa dicotomía. Un día, se alistaba para entrar a clase, cuando se le fue la luz. Entonces, su padre, con quien había acordado ayudarlo a trabajar en las horas en las que no estudiaba, le pidió que lo acompañara en la faena.
Su escuela aún sigue dictando clases virtuales, lo que representó una aguda desventaja para él y su futuro. El Ministerio de Educación reconoció que las sesiones no presenciales provocaron un grave retroceso en los niveles de comprensión lectora y matemáticas.
Justo cuando estaban saliendo, la luz volvió. Animado, Matías le rogó a su padre que le permita regresar a clase. “Necesito que me ayudes hoy”, exigió el adulto.
Matías Enríquez no tuvo más remedio que seguirlo y dejar de lado sus aprendizajes escolares. “¿Qué más da?” —se consoló—. “Con lo que se aprende en esas clases por WhatsApp”.
Todo cambió
La pandemia de la covid-19 remeció por completo el sistema educativo. Las escuelas, para bien o para mal, se transformaron y empezaron a usar herramientas virtuales, que antes solo estaban en el cine o la imaginación.
De esta forma buscaban continuar ofreciendo su servicio y, sobrellevar, de una manera más adecuada las limitaciones que la pandemia impuso.
Luego de dos años, cuando las autoridades dictaminaron que ya era segura la vuelta a las aulas, las escuelas, universidades y otros establecimientos trabajaron para volver a recibir a sus educandos de manera presencial.
Sin embargo, el colegio Víctor Andrés Belaúnde no abrió sus puertas a los más de 700 estudiantes. Esta situación afecta sicológica, emocional y cognitivamente no solo a los escolares; sino, también, a los docentes y a los padres de familia.
Tiempos de pandemia
El colegio Víctor Andrés Belaunde se fundó con el objetivo de brindar educación de calidad a la comunidad. Esta institución ha desempeñado un papel importante en la formación de generaciones de ciudadanos en los niveles inicial, primaria y secundaria.
Su nombre es lo debe al escritor y diplomático, reconocido por su contribución a la cultura y la literatura peruana.
Por ser pública, gratuita y céntrica, acuden, principalmente, alumnos de familias de los niveles socioeconómicos D y E.
Los escolares no poseen los recursos económicos para recibir educación virtual de calidad, por lo cual los directivos decidieron impartir las clases a través de la aplicación WhatsApp, a diferencia de otros colegios que utilizaban programas como Zoom, Google Meet o Microsoft Teams, además, de sus propias plataformas virtuales como Canvas o Blackboard.
Sin embargo, el colegio Víctor Andrés Belaúnde no abrió sus puertas a los más de 700 estudiantes. Esta situación afecta sicológica, emocional y cognitivamente no solo a los escolares; sino, también, a los docentes y a los padres de familia.
Esta falta de recursos es una limitación gigante, indica la coordinadora pedagógica de la institución, la profesora Silvia Benites Geldres. “¿Te has puesto a pensar que son diez áreas en un WhatsApp precario, para que un alumno pueda entender con horas de cuarenta y cinco minutos? Es una problemática, hay niños que ya no pueden escribir, piden tiempo a las profesoras y envían caritas tristes… Es muy frustrante”, relata.
Matías Enríquez, egresado de la institución educativa, reconoce que durante su último año se sintió frustrado. “Esperaba realizar muchas actividades académicas y amicales antes de poder salir del colegio, de modo que al ir a la universidad me sintiera listo y seguro de mí. Pero fue lo contrario, tuve algunas inseguridades”, confiesa este joven, que habla como viejo.
Los docentes también sufren por estas limitaciones, ya que hay muchas materias para las cuales la educación presencial es indispensable y aun así tuvieron que ser adecuadas para impartirse a través de WhatsApp.
El Ministerio de Educación reveló que el 34 % de escolares de primaria y el 45 % de secundaria han experimentado depresión y ansiedad en el 2020 y que 245,000 jóvenes suspendieron sus estudios y 460,000 estuvieron en riesgo de interrumpirlos.
En el 2021, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), 22 de cada 100 estudiantes entre 17 y 18 años, no han logrado concluir la secundaria; mientras 5 de cada 100 jóvenes entre 13 y 19 años no la han culminado.
“Esto significa que existe un gran porcentaje de la población que carece de las habilidades necesarias para tener competitividad en el mercado laboral y contribuir a la productividad del país”, considera la organización Care Perú.
El enemigo es el trabajo
La coordinadora académica Silvia Benites Geldres señaló que, por sorprendente que suene, a la mayoría de padres de familia y apoderados parece no molestarles la educación virtual de sus hijos.
Por el contrario, aprovechan la modalidad de enseñanza para mandar a sus hijos a trabajar, pese a que el artículo 22º de la Constitución Política señala que El Estado reconoce el “derecho de los adolescentes a trabajar (…) siempre y cuando su actividad laboral no importe riesgo ni peligro para su desarrollo, para su salud física, mental y emocional y no perturbe su asistencia regular a la escuela”.
En el 2021, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), 22 de cada 100 estudiantes entre 17 y 18 años, no han logrado concluir la secundaria; mientras 5 de cada 100 jóvenes entre 13 y 19 años no la han culminado.
Con el objetivo de abordar esta situación, los docentes intentan comunicarse con los padres de familia de 2 a 3 veces; pero, en la mayoría de veces, no reciben respuesta. “Ellos piensan que la virtualidad les está apoyando para que los niños salgan a trabajar, y no hemos podido conectarnos con ellos”, señala Silvia Benites.
Virtualidad y trabajo de los escolares es la tormenta perfecta contra el futuro de los estudiantes. “Cuando ingresé a la universidad, observé que había cosas básicas que yo no sabía y al inicio me sentí un poco inferior al resto, en cuanto a conocimiento. Así que tuve que tomar clases por mi cuenta”, Matías Enríquez, quien estudia Derecho.
¿Por qué no se puede regresar a las aulas?
Los trabajos en el colegio Belaúnde empezaron en mayo del 2021, cuando la Municipalidad Provincial de Trujillo entregó la buena pro a la empresa de R&S contratistas generales SRL por un monto de S/ 2 004 607.54.
La obra debió culminarse en 60 días, es decir, en julio. Sin embargo, en marzo del 2023 —en otras palabras, dos años después—, el director de la institución, Luis Ávila Esquivel, contó a Radioprogramas, que la ejecución apenas había avanzado en un 45 %.
En mayo del 2023, la Defensoría del Pueblo informó que los retrasos en las labores se originaron por la dificultad de encontrar la documentación del expediente técnico tramitado por la anterior gestión municipal, vale decir, la administración de José Prudencio Ruiz.
La solución, entonces, era acabar con el contrato. “La municipalidad se comprometió a expedir la resolución de contrato de obra para el próximo 15 de mayo, lo cual conllevaría a que la comuna pueda ingresar y disponer de los ambientes del colegio”, señaló José Luis Agüero, representante de la Defensoría del Pueblo en La Libertad.
Sin embargo, no se ha cumplido con ese compromiso y los estudiantes siguen sufriendo las consecuencias.
Los docentes han intentado establecer contacto con las autoridades para resolver esta situación a través de marchas, envío de documentos, quejas, incluso, se reunieron con el alcalde de Trujillo, Arturo Fernández Bazán, quien les aseguró que el problema se resolvería, pero hasta el día de hoy no se ha solucionado.
Una esperanza perdida
“Ellos (los alumnos), tal vez, se sienten un poco minimizados, piensan que no son escuchados, que no son atendidos. Al principio, me manifestaban que querían volver al colegio; pero, poco a poco, se ha ido perdiendo estas ganas de estar en la presencialidad”, confiesa la coordinadora académica Silvia Benites, sobre lo que piensan los estudiantes de su colegio cerrado.
El exalumno Matías Enríquez evoca que las clases virtuales generaron en él impaciencia y ansiedad. “Quería expresarme y no estaba seguro de que cuando hablara se me lograra entender. Quería una comunicación como la que tuve al inicio de mi secundaria, mucho más cercana con mis profesores y amigos”, recordó.
A través de WhatsApp, a la mayoría de alumnos se les dificulta ingresar a sus clases, ya que, no cuentan con una laptop, una tablet o más de un teléfono celular para conectarse a las sesiones.
Ni mencionar a las familias que tienen a más de un hijo en este colegio, a quienes les es imposible dar acceso a clase a todos ellos. Los datos móviles no les alcanzan para conectarse todo el tiempo que necesitan.
Según el Minedu; 2.4 millones de escolares (69 %) de cuarto de primaria a quinto de secundaria no cuentan con computadora ni internet y que solo el 36 % de los servicios educativos públicos reciben internet.
Esta situación se ve reflejada en las sesiones de clase. Silvia Benites asegura que, de un salón de 20 alumnos, apenas 4 son los se conectan, y uno o dos se mantienen activos a lo largo de la sesión.
Belaúnde: un pedido de ayuda
“¡Qué esperan las autoridades! Solamente es que se ponga de acuerdo el contratista, el señor alcalde y firmen lo que tienen que firmar y listo. Eso es lo que se espera, pero como somos peruanos es difícil, casi imposible. Yo pido que nos escuchemos, entendamos que hay un colegio que se está desangrando. Esto perjudica a niños y niñas que tienen ganas de estudiar, a los que estamos perdiendo y les estamos robando su derecho a una educación de calidad. Eso les diría a las autoridades”, exhorta la docente Silvia.
Esta es una situación triste, y aún más porque es un problema que tiene solución. Solución que a los políticos poco o nada les interesa alcanzar.
Esta situación se ve reflejada en las sesiones de clase. Silvia Benites asegura que, de un salón de 20 alumnos, apenas 4 son los se conectan, y uno o dos se mantienen activos a lo largo de la sesión.
Matías Enríquez cree que las autoridades piensan en que estar en el colegio es pasar tiempo y nada más. “Si se tomaran decisiones mucho más estrictas y administrativas, ya se habría logrado retomar la presencialidad, debido a que la pandemia era lo único, supuestamente, que los limitaba”, considera.
La obra está casi terminada. Los salones están listos, se cuenta con servicios higiénicos, agua, luz y desagüe. Los docentes están más que dispuestos a recibir de vuelta a sus estudiantes. Los alumnos están deseosos de volver a ver a sus compañeros, saludar a sus profesores y recibir la educación que tanto merecen.
Solo falta un mínimo de interés por parte de las autoridades. Solo eso. Una esperanza que, aunque parece perdida, aún está.